Este despliegue publicitario, casi con seguridad, poco tendrá que ver con la elección de uno u otro candidato, el que llegará a este cargo por factores ajenos a la comunicación de ideas, programas o imágenes
Por Jorge Echavarría Carvajal*
Las estrategias de comunicación y “marketing” electoral suponen el visto bueno de los candidatos y sus asesores, quienes habrían encargado a agencias especializadas su realización. Esta premisa, aplicada a las elecciones actuales de mandatario local, supone o una incompetencia de una de las partes o de ambas, o, siendo benevolentes, un conformismo y comodidad que nada arriesga, que menosprecia al elector y lo hace una mera ficha que responde automáticamente a un entrenamiento conductual, basado en odios o amores viscerales. El resultado, una campaña semióticamente irrelevante, en la que este despliegue publicitario, casi con seguridad, poco tendrá que ver con la elección de uno u otro candidato, el que llegará a este cargo por factores ajenos a la comunicación de ideas, programas o imágenes. Pascual Gaviria, en su columna del 2 de octubre en El Espectador, lo atribuía a “una sencilla mnemotecnia”, el marcar los elegidos por que le “suena” al elector su apellido, su padrino político o una vaga asociación imprecisa pero definitiva a la hora de elegir.
Otro elemento que debe tenerse en cuenta al mirar esta elección, o cualquier otra, es el que la Constitución de 1991 consagra un voto programático (Título IX, DE LAS ELECCIONES Y DE LA ORGANIZACION ELECTORAL, CAPITULO 1: DEL SUFRAGIO Y DE LAS ELECCIONES, Artículo 259, desarrollado luego por la Ley 152 de 1994). En concreto: se vota por un programa de gobierno, no por un candidato. Esta regla elemental del juego democrático, obligaría a desplegar como elemento integral de la comunicación electoral un lema o imagen que condense el compromiso programático del candidato, y no frases anodinas, genéricas y que no expresan ideas o proyectos como “Hagamos realidad nuestros sueños”, “#El DeFico”, “¡Para que Medellín se haga sentir!”, “#MedellínAdelante”, “¡Luchemos unidos!”, “Solo faltas tú para seguir avanzando”, “Seguiremos trabajando por vos”, “Sin partidos ni jefes políticos”, etc. Estas “consignas” suponen un elector infantilizado, menospreciando su capacidad de análisis y de toma de decisiones razonadas. No se aprovechan las etiquetas (hashtags), aunque algunos candidatos a corporaciones sí logran resumir en su publicidad sus focos de interés y compromiso. Tampoco, de forma general, se despliegan un plan de gobierno en áreas, sino que se listan acciones singulares.
En el mismo sentido, estas piezas publicitarias para la mayoría serán la única información de la que se dispone para definir su decisión, ya que leer impresos (usualmente situados detrás de los volantes con las caras y lemas de los candidatos), o ver en la TV local los encuentros con candidatos, no son precisamente ejercicios corrientes entre los electores. Lejos estamos de esa situación deseable que describía el filósofo español José Luis Pardo, cuando señalaba que “(…) En los países civilizados, (…) se mira a la cara de los candidatos y se leen sus libros y artículos.” Ello contrasta con lo que sucedería en España, donde, según cita “se evita mirar a nadie a los ojos, conversar con él, leer sus cosas, discutirlas. Toda referencia al talento y la inteligencia se considera un signo de mala educación y una ofensiva impertinencia”.
Juan Moreno, en un divertido artículo publicado por Centrópolis (Octubre de 2019, edición 246, p. 23), dice haber dejado de ponerse su camisa favorita, de color azul celeste, ya que es confundido con alguno de los candidatos, que, en su gran mayoría decidieron vestir una prenda de ese color, eso sí, sin corbata, para sugerir informalidad y cercanía con los electores “de a píe”, de un lado, y usar un color que no supone desacuerdos estéticos, al menos. Los logos multicolores proliferan, aludiendo a una supuesta “apertura” a muchas ideas o diversidades sociales, ante el declive de las confesionalidades partidistas ortodoxas, esas sí monocromáticas, que sólo algunos candidatos a corporaciones exhiben aún. La pregunta que subyace es si el desprevenido peatón las lee en el mismo sentido, o sospecha, con razón, que más bien esto denota las maromas que los candidatos han hecho para brincar de unas toldas políticas a otras, marca de su oportunismo electoral e indefinición ideológica.
En la forma de presentarse, unos candidatos usan nombre y apellido (Alfredo Ramos, Daniel Quintero, Santiago Gómez), mientras otros sólo emplean el segundo (Valderrama) o el nombre a secas (Víctor). Los efectos de cada estrategia, desde acercarse familiarmente a singularizarse con una identidad precisa, calan de forma diversa en el elector, acostumbrado al alcalde actual y su infantil apelativo. La campaña de Santiago Gómez opta por multiplicar etiquetas y lemas de campaña, piezas publicitarias impresas e incluso stickers con frases cotidianas que muy poco se relacionan con un programa de trabajo concreto, optando por la versión publicitaria de la “escopeta regadera” y sus perdigones saliendo en “enemil” direcciones. Otras, como la de Alfredo Ramos, repite exactamente lo mismo, lo que indica tanto insistencia como falta de ideas. En una pieza publicitaria de Daniel Quintero, se adjunta una carta manuscrita suya (una letra bastante infantil, con algunas incongruentes mayúsculas), lo que busca un contacto menos prefabricado, y lo más parecido a un programa de gobierno en la contracarátula del volante, reseñando acciones en seis frentes. Su mensaje apela a lo emocional, al recordar sus orígenes humildes y su esfuerzo para lograr su lugar actual, y sugiriendo el “resorte” que impulsa su candidatura, su indignación y desacuerdo. Gómez lista acciones, no un proyecto, y en una pieza reciente, fechada en “octubre de 2019”, usa la estrategia de la carta, en este caso “mecanografiada”, con una presentación que explica su supuesta falta de imagen pública, su hoja de vida y 4 referencias a su cercanía con “Fico” y a la promesa de continuar su trabajo, lo que implica el que “ahora tengo que ser visible”. Con un formato de tabloide, Víctor Correa y los candidatos a gobernación y corporaciones de la alianza que lo respalda, se presentan en conjunto, reseñando las principales líneas de su proyecto, y acudiendo a hacer un “autorretrato” suyo, que destaca su paso por la MANE, la Defensa civil, etc., que refrendarían su entrega a las comunidades “movida por el amor y la vocación de servicio”. Juan David Valderrama se presenta, muestra como logros suyos sus tareas frente al INDER y EPM, y reseña sus compromisos ( una serie de acciones no agrupadas en temas), que tienen un sello que proclama el que son “ Propuestas 100% realizables”).
En síntesis, una campaña que no se atreve con temas polémicos, que se queda en formatos rutinarios, que apela a lo emocional, y que confían en las inercias y confesionalismos para la decisión del elector.
*Profesor asociado, Escuela de estudios filosóficos y culturales, Facultad de ciencias humanas y económicas, Universidad Nacional de Colombia- Sede Medellín