Y cambiamos nosotros

Autor: Álvaro González Uribe
14 diciembre de 2019 - 12:06 AM

“Cambiamos o nos cambian”, ¡ja! Cambiamos primero los ciudadanos que la clase política tradicional y que los demás dinosaurios.

Medellín

Valiéndose del innegable desprestigio de la política, otro de los argumentos que han esgrimido para deslegitimar el #21N es que es político, ¡qué descubrimiento!: Pues claro que es político, solo con política se logran los cambios económicos y sociales y el #21N busca cambios, ¿alguien lo pone en duda? Que esos cambios o las formas como se persiguen no gusten a todos es otro cantar y para eso está la política: para controvertir ideas y convencer a los demás con argumentos.

Sin violencia de unos y de otros. Y que la violencia de unos no justifique la violencia de otros. Del mismo modo y en sentido contrario. Esa debe ser una regla de juego inamovible.

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Lo más paradójico es que quienes “acusan” al #21N de ser político son políticos, ¡políticos que “acusan” a otros de hacer política! Claro, es que no la hacen como ellos, la hacen de una manera legal amparada por la Constitución y, además, sin corrupción, sin clientelismo, sin mermelada, sin financiación espuria y sin triquiñuelas.

El #21N con todas sus formas de expresión es un clamor de inclusión y de supervivencia ciudadana, étnica, etaria y planetaria; es un empujón para abrir espacio en esta democracia diminuta, apretujada y cerrada; es la apertura de una inmensa urna, de la verdadera urna para realizar nuestros sueños; es un estruendo para reclamar ciudadanía y, en especial, es un fenómeno cultural.

Es un fenómeno cultural, es decir, es político pero es mucho más que eso. Es un despertar de la manera de ver el país y el mundo, de la manera de actuar. La vida ha cambiado drásticamente en los últimos 30 años y con ella las necesidades, las amenazas y las apetencias. Y todo eso requiere de otros mecanismos, de otras formas sociales y políticas. El cambio desbordó a las instituciones y a las ideologías.

El #21N, el paro nacional, las marchas, los cacerolazos o como se le quiera llamar a este gran movimiento de protesta que surgió en Colombia en las últimas semanas se venía gestando desde hace muchos años, décadas. Nadie lo vio venir, ni siquiera quienes protestamos. Sentíamos algo adentro, un descontento, un sentimiento que iba más allá de los intereses de cada uno, incluso, más allá de la guerra. Pero no es que no tenga que ver con los unos ni con la otra, tiene que ver con ambos y con muchas otras causas que se venían cocinando, unas superficiales y otras más profundas.

Tenemos fatiga social e institucional. Esta protesta que sale a flote proviene del cansancio de que el país sea el mismo desde hace 200 años, de esa incapacidad para ser lo que queremos ser, de esa frase real de que siempre nos faltan cinco centavos para el peso, de esa sensación de “inacabadez” y de no caber y de sobrar, de sentir que tenemos con qué y que valemos mucho y que podemos mucho pero que aquí no se puede, no dejan o no dejamos.

Todo esto que está pasando, todo este malestar no es solo con el Gobierno actual que sí porque puyó la bomba de tiempo y porque quiso y quiere retroceder y porque no ha sabido o querido entender. Pero es con todos, escúlquense todos, despierten todos: Ustedes Congreso; rama judicial; poder electoral; clase política rancia; eso que llaman anacrónicamente izquierda, derecha o centro; iglesias; gremios; fuerza pública; medios de comunicación; organismos de control; Eln (sí, también ustedes que se quedaron en la toma de Simatoca en 1965); sindicatos aunque suene paradójico por ser parte de los promotores del paro; maestros; profesionales independientes, sistema de salud; ciudadanos indiferentes.

Sí, todos esos y muchos más que ya son parte del establecimiento; en zona de confort o de desconfort pero en zona. Todos, todos están ahí, han estado ahí por decenas de años ejerciendo su mismo papel sobre pedestales o sobre rieles cuando este país y el mundo ya van por otro camino hace rato. Todos han estado ahí legal o ilegalmente, con capuchas o sin capuchas, con violencia o sin violencia: Todos son establecimiento porque en Colombia establecimiento son también la violencia y la ilegalidad.

Todos, todos son la camisa que le dejaron puesta al niño pese a que se volvió adulto.

Cambiaron los códigos, el lenguaje y las formas.

Y fuimos los ciudadanos quienes cambiamos. Cambiamos y expresamos en las calles el entonces fallido "cambiamos o nos cambian" pronunciado huecamente hace 21 años por Fabio Valencia Cossio en la posesión de Andrés Pastrana. No cambiaron ellos, cambiamos quienes para ellos sobramos en este baile.

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Es que todos queremos bailar y de ahí que los conciertos desconcertados y la alegría de las marchas tengan un profundo casi telúrico significado social de náusea y descontento que muchos no han sabido interpretar con su mente vigesimónica.

“Cambiamos o nos cambian”, ¡ja! Cambiamos primero los ciudadanos que la clase política tradicional y que los demás dinosaurios. Nos quedamos esperando ese cambio de la política tradicional. Ilusos, sí. Intentamos de todo: entenderla, esperarla con paciencia, incluso, hasta tratando de llegar al poder bajo sus mecanismos y formas pero no fue posible. O nos mataban antes o nos taponaban el camino o cuando llegábamos éramos minorías aplastadas.

Y todavía se preguntan qué está pasando.

 

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