La espiga en el ojo propio

Autor: Daniel Bedoya Salazar
2 noviembre de 2018 - 09:04 PM

La macro corrupción más bien es producto de una sociedad que ha hecho de la “viveza” una regla del juego.

Desde que el conflicto armado con la entonces guerrilla de las Farc comenzó a menguar, gracias a los avances del proceso de paz, en la palestra pública cobró protagonismo otro fenómeno doloroso del acontecer nacional, la corrupción.

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Usualmente, y con razón, cuando se hace referencia a la corrupción se traen a la reflexión los grandes casos que han desfalcado el país como Odebrecht, Reficar, Saludcoop, los programas de alimentación escolar (PAE), por nombrar algunos, se han convertido en grandes escándalos,  ya que funcionarios estatales se han aliado con particulares para saquear el erario, desviando los recursos que se debían traducir en oportunidades para los ciudadanos, en especial para aquellos más vulnerables, y que terminan en los bolsillos de unos cuantos que se han apropiado, sin escrúpulo alguno, de ellos.

Este tipo de acciones a gran escala es reprochable, ya que no se trata de una inofensiva transferencia de una cuenta a otra, los dineros públicos se recaudan en los impuestos que pagamos todos los colombianos y que deberían servir para mejorar la calidad de vida de todos, por tanto el corrupto es el responsable directo de todos aquellos niños que no pueden ir a estudiar en un colegio con una infraestructura adecuada, de los jóvenes que no pueden acceder a un cupo en una universidad, de los cientos de pacientes que mueren en las puertas de los hospitales por no tener un servicio de salud óptimo, de los campesinos que se ven obligados a vender sus productos a precios irrisorios porque no tienen vías de calidad para llevarlas a las ciudades.

Sin embargo, de esta macro corrupción han corrido ríos de tinta, como este vicio perteneciese sólo a la clase política, el funcionario público, sea este el alcalde, el gobernador, el congresista o el presidente no se hace corrupto cuando llega el cargo, más bien es producto de una sociedad que ha hecho de la “viveza” una regla del juego. Se deben mirar con detenimiento aquellas acciones cotidianas, del día a día, que se han ido naturalizando con el paso del tiempo bajo frases como “el vivo vive del bobo”, denominando así como picardías aquellas acciones que, por pequeñas que sean, son esencialmente corruptas.

La palabra corrupción viene del latín “corruptio”  que significa corromper, dañar, alterar la forma de algo, en contexto, es el hecho de anteponer el interés particular de un individuo sobre el de toda la comunidad, ya sea por mero capricho, aprovechándose de una posición social o económica, para evitar  trámites o por dárselas de “avispado”, todo esto en conjunto va corrompiendo, poco a poco, el tejido social, que inevitablemente va cediendo y va adoptando este tipo de prácticas como algo deseable, normal y que en cuanto se presente la oportunidad de realizarla se debe aprovechar.

Actos tales como copiar las respuestas de un examen, plagiar un texto para un trabajo del colegio o la universidad, meterse en una fila, preguntar por un ladito, evadir impuestos, comprar una cuenta de netflix pirata, descargar programas informáticos sin pagar por ellos, buscar un amigo para que consiga un puesto en alguna entidad estatal o privada, por nombrar solo algunos, son  actuaciones que van disponiendo la sociedad para que  la corrupción sea un fenómeno tolerable y cotidiano, el cual va permeando todas las esferas y clases sociales  y preparan el caldo de cultivo para que se den los grandes escándalos de corrupción.

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Es por esto que no basta con tener una legislación robusta en lucha contra la corrupción, esta debe ser complementada por una educación de calidad, no solo en las aulas de clase sino también en el entorno familiar y social, donde se debe fortalecer el fomento de los comportamientos cívicos, resaltando, especialmente, el valor de una convivencia respetuosa como eje de una transformación social verdaderamente eficaz.

* Estudiante de Filosofía, Universidad de Antioquia, partícipe del proyecto La Urna abierta

 

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