De los dinosaurios a la enseñanza

Autor: Laura Wagner
9 enero de 2020 - 10:59 AM

Extraordinaria. Con tan solo once años, Valery Yulieth Rozo Espinosa le ha dedicado más de la mitad de su vida a la investigación; haciéndose preguntas y observado su entorno con curiosidad, se ha sumergido de cabeza al mundo de la ciencia en compañía de otros seres singulares, sus padres y su maestra, Silvia Luz Marín Marín. 

Medellín

Tanto hacer ciencia como emprender un proyecto investigativo pueden parecer actividades de largo aliento, que requieren de instalaciones, instrumentos y saberes complejos. Sin embargo, para los jóvenes estudiantes de la Institución Educativa Rafael Uribe Uribe es todo lo contrario; experimentar, llevar una bitácora de campo y lanzar hipótesis son algunas de las faenas que realizan. Siendo así, sus motivaciones se resumen en dos: la necesidad de darle una explicación a las pequeñas cosas que los rodean, y el deseo de responder a esa maestra que, desde primaria, los alienta a ser investigadores.

Desde preguntas dirigidas hacia las características de los dinosaurios hasta proyectos encaminados a compartir experiencias de investigación con otros niños, los pupilos de Silvia Marín son el ejemplo de cómo, desde una educación propositiva y comprometida, se pueden hacer grandes cosas, sin importar lo pequeño que se sea. De esta forma, hoy la historia de Valery busca hacer eco para demostrar que la investigación es una apuesta; una que ella, como ganadora del Reconocimiento Ser Mejor 2018, categoría Nuevas Ciudadanías, no piensa abandonar.

 

Crecer investigando

Al pie del balconcito de la casa de Valery Rozo Espinosa, se dibuja una multitud de casitas y calles empinadas sobre un fondo verde montañoso y una pequeña, casi sofocada, porción de cielo grisáceo, espesa como un bloque de algodón. Aquí, debajo de la familia, asciende pesada y tediosa, tanto que deja sin aliento, una de las tantas vías de San Javier mientras que, con una expresión juguetona, como si estuvieran hechas de goma, madre e hija confiesan que pueden subirla sin problema hasta cuatro veces al día. Por su parte, Jeison Rozo, padre de Valery, asiente y contempla el paisaje de su barrio.

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Balanceando su cuerpo o hurgando con sus dedos entre las bitácoras de campo que guarda desde primero de primaria, la niña investigadora contiene su emoción mientras explica cada uno de los proyectos en los que ha participado y las preguntas que la motivaron. Desde sus infantiles labios, los conceptos de membrana nictitante, citotoxicidad y antibacteriano toman la forma de historias sobre animales que lucen como dinosaurios, esqueletos que se disuelven con el cloro y picaduras de avispas sanadas con solo llantén y diente de león. 

Pero, más allá de su narración, los ojitos caídos de Valery brillan con mayor emoción al mencionar sus nuevos planes, ideas que surgieron tras formular el proyecto por el que fue reconocida por la Secretaría de Educación: impulsar a los otros niños, personas como ella, a preguntarse más y emprender sus propias investigaciones.

“Quiero contagiar a los demás a vivir la misma experiencia que yo he podido para que, luego, puedan mejorar el mundo a partir de las preguntas que se hacen”, reconoce ella tropezando un poco con las palabras, y se explica: “Esto lo pienso por todo lo que me ha enseñado la profesora Silvia; ella siempre está escuchándonos y apoyándonos a los niños, dice que todas las preguntas son válidas”.

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Siguiendo con la mirada a su hija, Jeison Rozo, de rostro colorado, coincide: “Ella es diferente a todos los docentes; es una profesora de retos”. Recuesta su cuerpo sobre el sillón y, lentamente, con asombro, se refiere ahora a las dos mujeres de la familia: “Ha sido muy lindo verlas crecer en este proceso; solo he estado en una parte, pero en el fondo las admiro por invertir el tiempo y entregarse tanto”.

Observar a Valery es un poco como presenciar el deslizamiento de un par de pinturas de matices distintos antes de ser revueltas; mientras que padre e hija comparten un rostro con párpados caídos y un tono de voz pausado, su madre y ella miran a su alrededor y sonríen con una chispita animosa, como si todo las maravillara.

“Aprender con Valery ha sido delicioso, como volver a comenzar; para mí, es emocionante ver cómo ella se apropia de cada cosa que le llega porque, si ella se sorprende con algo, yo lo hago el doble”, confiesa jocosa, y acaba: “Espero que le sigan gustando estas cosas, estudie y siga siendo muy feliz”.

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La apuesta por la investigación

Entre los experimentos y recopilaciones de sus proyectos, Valery Rozo Espinosa también ha sido parte de la publicación de artículos, presentación en ferias y puestas en común con destacadas figuras de la ciencia, como Jorge Reynolds y Manuel Elkin Patarroyo. No obstante, a pesar de los tantos logros que acumula en tan pocos años, la niña investigadora describe sus experiencias con sorpresa y modestia, exaltando a las personas y organizaciones que la han apoyado en el camino.

Lo cierto es que, así como Valery, muchos han asumido la investigación como una apuesta; a nivel nacional, según informes de Colciencias del 2019, el presupuesto por esta área aumentó 13,56%, alcanzando un monto de 356 millones de pesos. Por su parte, en relación con la educación y promoción, estrategias como el Programa Ondas y la Feria Central CT+I han involucrado a millones de niños, entre ellos, a Valery, para que desarrollen una cultura de ciencia, tecnología e innovación. En definitiva, no hay que ser grande para hacer grandes cosas.

 

 

 

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