Correspondencia para ser humanos. 84, Charing Cross Road, de H. Hanff

Autor: Memo Ánjel
15 septiembre de 2019 - 07:11 PM

Qué mundo tan extraño este nuestro, en el que uno puede adquirir para toda la vida algo tan hermoso…, por lo que cuesta una entrada para un cine de Broadway, o por la quincuagésima parte de lo que cobra un dentista por empastarte un diente.

Helene Hanff. 84 Charing Cross Road (carta del 11 de mayo de 1952).

Medellín

La correspondencia

Corresponder significa responder a otro que nos ha respondido. Esto se podría decir de una pelea de boxeo, pero el ejemplo es trivial y ordinario. También de un beso amoroso o de un abrazo donde dos se vuelven uno. Pero en este caso se trata de gente que está lejos y escribe cartas que atraviesan el océano Atlántico y van de Nueva York a Londres, conteniendo algo de boxeo verbal, pocos abrazos escritos, la palabra “madame” que tiene un significado según el lugar y un beso en una sola carta, seguro furtivo, como esos que se dan para ver qué pasa. Y así Helene Hanff no lo cuente, como tampoco su destinatario más común, Frank Doel, es posible que ambos hayan besado las cartas, que no fueron de amor sino de pedido y envío de libros, con interlineados que decían quiénes eran los destinatarios.  Cartas de dos que nunca se vieron, pero que se conocieron como si hubieran vivido juntos. La intimidad, el humor, el sarcasmo, el cinismo, la bondad, la solidaridad, todo en palabras y en acontecimientos que las respaldaban. Y es evidente: las palabras nos hacen más o menos. Unas alientan, otras destrozan, algunas nos maravillan y las más nos sitúan en un mundo donde lo simple es más amplio que lo extraordinario. En hebreo, davar es palabra y cosa, lo que implica que la palabra nombra lo que existe y las relaciones que tiene con el entorno, a la vez que impulsa a que todo siga existiendo y se convierta en memoria cuando la palabra es escrita. Una correspondencia (hablo de cartas), entonces, es una memoria que ya no cambia, que está ahí y nos pone a recordar imaginando. Y a la que se recurre en estado de soledad para lograr compañía.

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La correspondencia de los escritores (y también la de mucha gente que, sin pretensiones, lograba describir claramente sus situaciones) tiene el encanto de lo íntimo, del aquí y ahora, de la improvisación y las emociones. En sus cartas uno descubre quiénes son, qué les agrada y molesta, lo que los asusta y los sueños que tienen. En Queridas Mías, Clarice Lispector (la escritora brasilera) se comunica con sus hermanas sin ninguna pretensión intelectual. Se cuentan sus cosas cotidianas, se regañan, se ríen, se preguntan por una comida o un vestido.  Victoria Ocampo (la hermana de Silvina) en La viajera y sus sombras, da cuenta de una Europa y una América en la que abundan los personajes aburridos, los restaurantes caros donde se come mal y la Tierra que va cambiando según el puerto donde atraca el barco. En las cartas de Joseph Roth (1911-1939), este escritor austriaco habla de su vida al desgaire, sin casa, con la mujer enferma y habitando hoteles baratos, mientras el mundo se disuelve a su lado de manera terrible. Stefan Zweig, uno de sus corresponsales, lo alienta respetuosamente a no matarse, mantener la decencia y envía dinero a los hoteles donde Roth se hospeda, para que no lo echen.  Saul Bellow, en sus Cartas, se burla de todo (incluso de las conferencias que da) y hasta se asombra que sus libros tengan acogida en un ambiente donde los críticos hacen de todo por destruirlo. Estas cartas son un buen ejemplo para saber qué cosa es la amistad y la envidia. Juan Rulfo, a pesar de sus pesadumbres, escribe cartas de amor con un lenguaje de agente viajero. Y se podría seguir, sin que falte la Correspondencia de Baruj Spinoza, que no solo es filosófica sino científica, política e incluso versa sobre brujería y supersticiones religiosas.

Helene Hanff

Helene Hanff (1916-1997)

84, Charing Cross Road

El asunto comienza un 11 de mayo de 1949 y termina en octubre de 1969. Helene Hanff (escritora de guiones policíacos y de historias de famosos que no conoce nadie, para la televisión), autodidacta y cazadora de libros clásicos ingleses, descubre en un periódico literario la dirección de una librería de libros viejos en Londres: Marks & Co., libreros, situada en 84, Charing Cross Road.  Helene escribe una primera carta, enviando una lista de libros, anotando que no rebasen los cinco dólares y poniendo de manifiesto que no la asusten, pues la palabra anticuario suele identificarse con caro. De la librería le responden enviándole el libro de ensayos de Hazlitt y otro de Stevenson (no se dice cuál), añadiendo en la carta que no han podido conseguir la Biblia latina que pide ni tampoco los ensayos de Leigh Hunt, que seguirán buscando en un volumen de presentación atractiva. A cambio de la Biblia, le ofrecen un Nuevo Testamento en latín y otro en griego. Firma FPD p/o Marks & Co. Al recibir el paquete, Helene Hanff responde diciendo que el libro de Stevenson es tan bello que pone en ridículo a los que tiene en su estantería, aprovechando para contar que los libros norteamericanos son de mala calidad y que, para que no haya problemas con los pedidos, le aclaren la relación de cambio entre dólares, libras, chelines y peniques, que es una cosa de locos.

Y ya, en tres cartas iniciales, se da inicio a una correspondencia en la que Helene Hanff se asombra de los libros que le llegan, se burla de los que parecen una estafa (las versiones en latín y griego son fatales), critica que se demoren (qué hacen ustedes ahí sentados mientras…), les cuenta quién es ella, el oficio que la mantiene con los pelos parados (escribe a pedido), lo que significa vivir en Nueva York, el apartamento desordenado en el que vive, los libros que necesita para tener ideas  y el tiempo que pierde yendo a bibliotecas de donde la expulsarían si la vieran acotando en las márgenes de los libros. Y desde Londres, lo que se presumía era solo una correspondencia comercial, empiezan a llegarle cartas que hablan de libros encontrados y otros por buscar, de la vida que llevan, pues están en tiempos de racionamiento (se vuelve a la normalidad en 1955), de las familias que tienen, usando para ello ya no un lenguaje de negocios sino de gente que se cuenta cosas simples, a veces íntimas, que escribe como piensa y hasta con cierto cinismo o sarcasmo, como pasa con Frank Doel, que es quien más escribe a Helene, aunque también lo hacen las secretarias de la librería, la mujer de Frank, una anciana que teje manteles y el ayudante del gerente. Todos quieren tener que ver con Helene Hanff que, a pesar de sus reducidos ingresos, no solo les pide libros y pone los dólares entre las cartas (no cree en los giros postales), sino que les envía (a través de Dinamarca) carnes enlatadas, huevos en polvo (que ella odia, pero no hay más), algunos dulces y jamones secos. En medio de esas cartas se ha creado un lazo de solidaridad: ella enviando alimentos (incluyendo medias de nylon para las mujeres) y los de la librería pidiéndole que venga a Londres para atenderla con lo poco que tienen. La mujer de Frank Doel (el librero jefe), una irlandesa, le envía fotos para que lo reconozca a él y su familia, la secretaria agradece las medias, el asistente de la librería le envía un mantel bordado y la mujer que lo hizo se enorgullece de que su mantel haya atravesado el mar y esté en manos de quien le envió alimentos que solo se consiguen en el mercado negro y, por fin, unos huevos frescos y de gallina cierta.

En esta correspondencia, que no es continuada y por eso los que escriben tienen sus tiempos, lugares y libertades, lo humano está por encima del negocio. No se trata ya de vender y comprar sino de estar atento al otro, de saber de él, y si se quiere, de amarlo. Y en el caso de Helen Hanff de querer ir a verlos (ellos no pueden, están viviendo los tiempos de la pobreza), pero sin lograrlo porque lo que ahorra acaba en una dentistería donde le ponen coronas a todos sus dientes (estoy enseñada a tener dientes, les dice, y ahora mi dentista está de vacaciones de cuenta mía) y en unos almacenes de muebles, pues el edificio donde vive lo van a tumbar y tiene que tomar otro apartamento y debe amoblarlo. Sin embargo, en las cartas se ven, se sienten cerca, cada tanto se encuentran y siguen siendo humanos, demasiado, pues no hay nada que no se digan o escondan. Formas de vida, deseos, tristezas, pequeños logros, satisfacciones elementales. Han logrado evitar lo peor: dejar de ser lo que eran antes, gente buena. Ya lo decía George Orwell, lo más difícil de una guerra es salir humano de ella.

 

Helene Hanff

84, Charing Cross Road es una serie de cartas ciertas. En el libro nada está editado, ni siquiera los errores de ortografía nacidos de teclear en una máquina de escribir propicia a dañarse. Osea que leerlo es tener a la autora y sus destinatarios en la mano y a los ojos del lector, vivir lo que se dice ahí y darse cuenta de lo que significa amar los libros (los que nos hacen, los que dan sin pedir nada a cambio y nos hablan de los muchos caminos a seguir), relacionarse con la gente en términos de dignidad (hacerlos nuestros amigos) y hacer de la solidaridad un hacer que el otro se sienta tan bien como yo estoy, pero no con palabras sino con hechos.  Pero el libro va más allá: diría que es una literatura de los afectos (Spinoza los definía como lo que nos afecta), de las micro historias, del tomar una palabra y convertirla en un pequeño gran acontecimiento, así sea pedir oraciones por los beisbolistas del equipo de los Dodgers de Brooklyn y por futbolistas del Spurs de Londres, para que ganen.

Charing cross road

Charing Cross Road

Helene Hanff nació en 1916, en Filadelfia y murió a los ochenta años, en Nueva York. Escribió los guiones de la serie policiaca Ellery Queen (personaje creado por Frederic Dannay y Manfred Lee, primos hermanos) que se pasó por la televisión, una colección de libros de historia americana para niños, algunos cuentos, muchas obras de teatro que pasaron desapercibidas, y una autobiografía en la que cuenta que es judía y, debido a su tío Abraham (que se convirtió al cristianismo) tuvo primos católicos, presbiterianos y metodistas. Pero su libro más conocido es 84, Charing Cross Road, escrito a muchas manos y con permiso, y del que, en 1987, David Hugh Jones hizo una película con la actuación de Anne Bancroft y Anthony Hopkins. De este filme, se dice, es la mejor película que se ha hecho sobre libros.

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84, Charing Cross Road (la dirección inolvidable de una librería que ya no existe), es un libro de culto, uno de esos que cuando sentimos que vamos perdiendo humanidad hay que volver a leer para recuperar la vida con dignidad. 

P.s.: Helene Hanff murió sin dinero, como siempre se mantuvo, por estar ayudando a otros. Osea que no murió pobre sino ilíquida. Le dio por ser humana y así fue a morirse, entera, como los libros viejos, sabios y finos que no se alteran con los tiempos. Siempre descansó en paz haciendo lo suyo: escribir y ser en los otros y para ellos, como el agua. Aclaro que no fue santa, uno tiene sus derechos a estar vivo. 

 

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