Borrando con el codo

Autor: Rodrigo Pareja
18 marzo de 2019 - 09:01 PM

Los esmerados y repetidos estribillos preelectorales, entonados con tanta vehemencia que hasta convencieron a millones que confiaron en un gobierno para todos, quedaron convertidos al final en simples alaridos desafinados que ahora obligan a taparse los oídos

Suele decirse que alguien borra con el codo lo que escribió con la mano, cuando con sus actuaciones en cualquier campo de la actividad humana, contradice en forma notoria lo que antes predicaba y daba por cumplido.

Ejemplos a lo largo de la historia abundan, sobre todo en el ambivalente escenario de la política, pero en los últimos días aquí en Colombia surgió uno dispuesto, por su señalada importancia, a ocupar sin competencia alguna el primer lugar del podio.

Si acaso los lectores están pensando en el presidente de los colombianos, Iván Duque, acertaron sin mayor esfuerzo, pues dados sus últimos e incontrovertibles comportamientos, aparece sin rival a la vista en eso de prometer e incumplir.

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Para defender ese primerísimo lugar ganado a buena ley y que ya le reconocieron millones de sus compatriotas, el primer mandatario tuvo a bien escenificar un fabuloso choque de trenes, con violación y desconocimiento absolutos de la independencia de poderes consagrada en la Constitución.

La misma que juró cumplir y defender desde los albores de su meteórica campaña y en desarrollo de ella, aupado por su interesado mecenas, quien ahora dejó de serlo y pasó a reclamar, unas veces en directo y otras a control remoto, los dividendos a que se hizo merecedor.

Esas banderas multicolores izadas con alegría y que invitaban a la pluralidad, al acercamiento y la convivencia entre todas las tendencias –siempre presentes en manifestaciones y discursos– quedaron convertidas en simples jirones pisoteados por el viento del odio, el resentimiento y la venganza.

Eso fue como borrar con el codo la esmerada caligrafía con la que se escribió la convocatoria a construir una patria y un gobierno con oportunidades para todos, en busca de disminuir la desigualdad y la inequidad, materias en las cuales también ocupa Colombia un puesto de preeminencia.

La acendrada aversión a todo lo que tuviera siquiera una pisca de zucarina, tan enraizada en el pensamiento y la ideología de su mentor y demás copartidarios, trasmutó de pronto en voracidad sin límite, acompañada de una munificencia que ya quisieran tener los más generosos filántropos del universo.

De la mísera ración que tanto le criticó a su antecesor por servirse de ella para sus propósitos de gobernabilidad, de repente pasó al empalagoso veinte por ciento del presupuesto de la nación, algo así como una panela de kilo frente al mezquino cubito de azúcar que servía el santismo.

Otra vez el gran borrón empleado para desaparecer la mermelada, tan sencilla y carente de caché en los tiempos de la cerrera oposición, pero revitalizada y con mejores pergaminos en esta época de las promesas incumplidas y los compromisos echados por la borda.

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Los esmerados y repetidos estribillos preelectorales, entonados con tanta vehemencia que hasta convencieron a millones que confiaron en un gobierno para todos, quedaron convertidos al final en simples alaridos desafinados que ahora obligan a taparse los oídos.

Así como la tintura para el pelo suele cambiarse cada vez que se requiera, también la ideología y el pensamiento oficiales son mutables y permiten emplearse de acuerdo con las conveniencias y circunstancias del momento, sin que ello ocasione rubores esporádicos y mucho menos vergüenzas.

TWITERCITO: El mítico fabulista griego escribió que cuando finalmente sí llegó el lobo, nadie le creyó al pastorcito mentiroso.

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