Miguel de Unamuno la vida inquieta y anhelante

Autor: Lucila González de Chaves
14 mayo de 2017 - 06:00 PM

Hace ochenta años y unos meses que murió Miguel de Unamuno, cuyas reflexiones son valiosas para vivir en un mundo como el de hoy. 

Medellín

Unamuno es vasco. Quiere ello decir: reflexión fría, observación despiadada, beligerancia, lenguaje directo. No maneja el humorismo; solo sabe de sarcasmos.


Nació en Bilbao en l864. Enseñó griego en la Universidad de Salamanca, de la cual fue también rector, pero por motivos políticos –se opuso a  la dictadura de Primo de Rivera -  lo desterraron a la isla de Fuerteventura (Islas Canarias). En l930, terminada la dictadura, regresó a España y fue de nuevo rector de Salamanca hasta l936, año en que murió. 


Veía Unamuno que  era urgente remediar los males nacionales causados por el llamado  desastre en que España perdió las últimas posesiones de ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas). Por ello estudió en profundidad la literatura, la historia y la geografía nacionales. Con gran valor enfrentó las realidades políticas, sociales y religiosas de su tiempo. “Es la personalidad más recia de su generación” escribió el ensayista Guillermo Díaz Plaja. 

 

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Su producción

 

Obras filosóficas: El sentimiento trágico de la vida, La agonía del Cristianismo, Vida de Don Quijote y Sancho. 

 

Novelas que él llamó “nivolas”: Amor y Pedagogía, Abel Sánchez, Niebla. 

 

Obras dramáticas: Raquel encadenada, El hermano Juan, Sombras de Sueño, Soledad. 

 

Obras de tipo ensayo: En torno al casticismo, Por tierras de Portugal y España, Andanzas y visiones españolas. 

 

Obra poética: el soneto De Fuerteventura a París; el  poema El Cristo de Velásquez; y su libro de versos, Rosario de sonetos líricos. 

 

Unamuno, filósofo 
En sus obras filosóficas se plantea  cuál es el sentido de la vida y qué  le aguarda al hombre después de morir. Dice: “La cuestión es saber qué habrá de ser de mi conciencia, de la tuya, de la del otro y de la de todos, después que cada uno de nosotros se muera”. 

 

El sentimiento trágico de la vida:  Desde el punto de vista ideológico, es una obra fundamental. Plantea el tema de la inmortalidad y el conflicto entre la razón y la fe, entre la lógica y la vida, entre la inteligencia y el sentimiento. Los seres humanos no podemos conciliar estos aspectos; por tanto, en esa imposibilidad radica el sentimiento trágico de la vida.

La agonía del Cristianismo:  Él toma la palabra agonía en su sentido etimológico de lucha.  “Agoniza el que vive luchando, luchando contra la vida misma; y contra la muerte. Es la jaculatoria de Teresa de Jesús: ‘Muero porque no muero’. Lo que voy a exponer aquí es mi agonía, mi lucha por el cristianismo, la agonía del cristianismo en mí, su muerte y su resurrección en cada momento de mi vida íntima”. Este libro  es uno de los más conturbados, más personales y dramáticos de Unamuno. Fue escrito en 1925, después de que el autor fue rescatado de las Islas Canarias por un barco francés que lo llevó a Francia y en donde un monseñor de la Iglesia Católica le pide que escriba un libro para el archivo:  “Cristianismo”. 


Don Miguel expone su posición espiritual: el desasosiego y la inquietud son la base de una auténtica vida religiosa. Por eso lee con pasión  a todos los místicos, a Pascal y, sobre  todo, a Kierkegaard.


Unamuno, como los de su Generación (la del 98), no es un católico practicante. 

 

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Uno de sus conceptos es: “No me cansaré de repetir que lo que más nos une a los hombres unos con otros son nuestras discordias. Y lo que más le une a cada uno consigo mismo, lo que hace la unidad íntima de nuestra vida, son nuestras discordias íntimas, las contradicciones interiores de nuestras discordias. Sólo se pone uno en paz consigo mismo, como Don Quijote, para morir”. 


Para Unamuno el modelo de la vida ideal es Don Quijote; por eso hizo del quijotismo una religión, lo que es el eje conductor de su obra Vida de Don Quijote y Sancho.
Don Miguel no nos explica qué es el dolor, la moral o la vida; él presenta a los seres humanos  viviendo, sufriendo, actuando; por esta razón se ha dicho que es el precursor del existencialismo.  

Unamuno novelista 
Acuña un término para designar sus producciones novelísticas; las llama “nivolas”. Una nivola está caracterizada por la presencia de un personaje central absurdo e introspectivo; hace divagaciones trascendentales acerca del yo y del no yo; del ser y del no ser. Este personaje vive fuera de la realidad.


En su novela Niebla  el personaje, que según el plan novelesco de Unamuno debería morir en la obra, va a casa del autor y le ruega que lo deje seguir viviendo.
Otras veces, algún personaje lo visita para pedirle rectificar algo. Por esa forma tan original de concebirlas, Don Miguel llamó a sus novelas “nivolas”, para especificar que son obras de gran intensidad de acciones y pasiones. 


Su primera nivola fue Amor y Pedagogía. El personaje es un pobre pelele, expresamente engendrado y educado para ser genio. Ocurren muchos fracasos y el final es el suicidio.
En Abel Sánchez, su tercera nivola, la historia se repite: le roban la novia al protagonista.


En la obra  Dos Madres hay una tenebrosa viuda estéril, enloquecida por el ansia de maternidad, una pasión infernal. 


Tal vez su última producción es Tres novelas ejemplares y un prólogo. En realidad, son tres cuentos. Los críticos, que lo persiguieron inmisericordemente, opinaban que ese escrito podía llamarse Cuatro novelas (incluyendo el prólogo); o también, Tres prólogos y una novela; o, Un cuento y tres epopeyas; o, Cuatro nivolas.
 Cada nivola es una tesis. En Paz en la guerra, la tesis es la paz. En Abel Sánchez, es la envidia. En San Manuel el bueno es la inmortalidad humana. 

 

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Unamuno poeta 
Exalta el misticismo religioso, tal como él lo entendía. Su producción poética no sigue las exigencias métricas, pero Unamuno es de los más grandes líricos del siglo XX. Su forma poética  se distingue por la riqueza de ideas y por la intensa vibración emocional. Esa densidad poética y esa profunda emoción humana están íntimamente unidas en su poema alusivo a la muerte:  

“Vendrá de noche cuando todo duerma, 
vendrá de noche cuando el alma enferma 
         se emboce en vida. 
Vendrá de noche con su paso quedo, 
vendrá de noche y posará su dedo 
         sobre la herida. 
¿Vendrá una noche recogida  y vasta? 
¿Vendrá una noche maternal y casta 
           de luna llena? 
Vendrá viniendo con venir eterno; 
vendrá una noche del postrer invierno... 
         Noche serena... 
Vendrá de noche, sí, vendrá de noche, 
su negro sello servirá de broche 
        que cierra el alma; 
Vendrá de noche sin hacer ruïdo. 


Se apagará a lo lejos el ladrido. 
       Vendrá la calma... 
      Vendrá la noche...”.

 

El Cristo de Velásquez, un extenso poema en endecasílabos, es su obra poética cumbre, escrita en 1920. Reúne comentarios líricos originados en la contemplación del cuadro del gran pintor español, Velásquez. Por un momento el desasosiego y la angustia interior ceden el paso a una serena y honda emoción religiosa. 

 

Unamuno católico 
En 1970 se publicó por primera vez el Diario íntimo. El manuscrito, hallado pocos años antes, se componía de cinco cuadernos de tipo escolar, en los que Don Miguel vertía espontáneamente los sentimientos, dudas, esperanzas y temores nacidos de la profunda crisis espiritual que cambió el rumbo de su vida. 


Las anotaciones de este Diario íntimo  son la forma más directa para llegar hasta el “Rector de Salamanca”. Esas anotaciones son el espejo de un hombre inquieto y angustiado en busca de Dios. Estas son algunas de sus reflexiones: 

 

“Hay que buscar la verdad y no la razón de las cosas, y la verdad se busca con la humildad”. (p. 13) 

 

“Por la humildad se alcanza la sabiduría de los sencillos, que es saber vivir en paz consigo mismos y con el mundo, en la paz del Señor, descansando en la verdad y no en la razón”. (p. 17) 

 

 “El conocerse a  sí mismo en el Señor es el principio de la salud. Debo tener cuidado con no caer en la comedia de la conversión, y que mis lágrimas no sean lágrimas teatrales. A Ti, Señor, nadie puede engañarte. (p. 20) “.

 

“En un principio pedía paz, sosiego, no acordándome más que de mí. Y un día, en Alcalá, al abrir la Imitación y leer aquello de: ‘No tengo boca para hablar sino solamente esta palabra: Pequé, Señor, pequé; ten misericordia de mí; perdóname’, comprendí al punto que había de pedir perdón y no paz. ¡Perdón, y no otra cosa! No se me había ocurrido hasta entonces, claro que había pecado mucho contra el Señor”. (p. 22)    

 

“¡Sencillez, sencillez! Dame, Señor, sencillez. Que no represente la comedia de la conversión, ni la haga para espectáculo, sino para mí”. (p. 28) 

 

“¡Augusto misterio el del amor! La existencia del amor es lo que prueba la existencia del Dios Padre. ¡El amor! No un lazo interesado ni fundado en provecho, sino el amor, el puro deleite de sentirse juntos, de sentirnos hermanos, de sentirnos unos a otros”. (p. 55)

 

“No discutas nunca; Cristo nunca discutió; predicaba y rehuía toda discusión. No rebatas nunca las opiniones ajenas porque eso es querer aparecer más fuerte que tu prójimo y domeñarlo. Expón con sinceridad y sencillez tu sentir y deja que la verdad obre por sí sola sobre la mente de tu hermano; que le gane ella, y no que le sojuzgues tú. La verdad que profieras no es tuya; está sobre ti, y se basta a sí misma”. (p. 37)

 

“Búscate en el Señor y allí hallarás paz verdadera y podrás mirarte frente a frente y abrazado a ti mismo en santa caridad sentirás la permanente sustancialidad de tu alma, llamada por Cristo a la vida eterna”. (p. 49)

 

“Si en vez de consumir nuestras energías en pensar cómo hemos de tratar con los demás y cómo son los demás y cómo piensan y cómo hemos de relacionarnos con la sociedad, volviéramos los ojos a nosotros mismos y nos escudriñáramos y nos cultiváramos sin descanso, brotarían espontáneamente justas y caritativas relaciones entre nosotros. Santificándonos se santificará la sociedad”. (p. 84) 

 

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