El olvido nos protege de la belleza

Autor: Redacción
25 junio de 2017 - 11:00 AM

La poeta Lucía Estrada comparte reflexiones sobre el libro El olvido nos protege de la belleza, en el cual recopila las palabras del maestro Samuel Vásquez, fundador del Taller de Artes de Medellín, que hace parte de la celebración este 2017 de los 40 años de creación de este colectivo. 

Medellín

Lucía Estrada

Si la escritura es el mayor de los vértigos, hacerlo más allá de la página es aún más arriesgado. Porque eso es la conversación, una continuación del decir, del escribir, del escribirnos en el otro y escribir al otro en nosotros, máxime cuando esta conversación, como toda conversación verdadera, se funda sobre lo esencial, descubre y relaciona los elementos de una realidad, un mundo en el que somos, en el que nos confrontamos sin máscaras, en la desnudez, en la verdad del ser, es decir, en lo poético.  A esta experiencia vertiginosa asistimos, entre la fascinación y el estremecimiento, cuando leemos, cuando nos leemos en las palabras de Samuel Vásquez.

Cada palabra que pronunció para sus amigos, cada gesto con el que acompañó, sin apenas darse cuenta, esas conversaciones en las que saltaban como chispas las imágenes más elocuentes, la risa, el asombro, la luz de una verdad, de una vivencia de plenitud o desapego, terminan por configurar no sólo un acto de resistencia ante la sombra, sino también de amor por la vida y la belleza. Acto que luego se hace palpable en el poema, en el relato, en el ensayo, en el teatro, en el cuadro, en la idea y la imagen que nos entrega como artista, como escritor. 

Cuando el poeta habla es preciso que haya un oído atento capaz de guardar la transparente exactitud del río que desbordan sus palabras.  Eso es lo que hemos intentado hacer los amigos de Samuel. Escuchar y meditar, reírnos con él y guardar en nuestra hora más silenciosa el eco de su fuerza, de su irrenunciable capacidad de mirar, de señalar, de examinar con todo detalle las exigentes realidades de su tiempo, de nombrar con rigor y belleza lo que para muchos ha pasado inadvertido, de calibrar el origen y el cauce de lo que somos. Así nos ha obsequiado con su generosa amistad todos estos años desde su propia orilla de silencio y contemplación, afinando en nosotros un oído, el corazón que escucha los ecos de ese silencio.

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Samuel Vásquez hace suyas las formas de un mundo cambiante: su textura, el vacío que engendra la piedra, el movimiento de la música y del color que ascienden a lo tangible como presencia viva de la poesía, como «prueba concreta» de su paso por el mundo que también involucra y confirma el nuestro. No obstante, esos pasos, ese movimiento de palabra, de sonido y color volverá indefectiblemente a su centro, a esa orilla de silencio original. Ya lo decía Samuel en uno de los pasajes más reveladores de su bello libro Erratas de Fe: “La palabra siempre va del sonido a su propio silencio, y sólo allí, meditándose a sí misma, encuentra su sentido”.

Creo que esta labor, solitaria y paciente labor, de reencontrar el silencio bajo la lengua múltiple de las palabras, es la que prueba en Samuel Vásquez al auténtico poeta. Allí la palabra que la mano escribe en sueños es desdibujada después, cuando despierta en un juego incesante que ensaya una permanencia, una visión alternada de lo visible a lo invisible, entre el todo y la nada. Hermosa permanencia y contradicción a la vez. 

Pero Samuel Vásquez convierte esa experiencia, ese juego de visiones, en una casa donde nos invita a conversar, a recorrerla, a habitarla con él mientras las palabras respiran, acompañan la intimidad y suscitan el goce. Una conversación que nos abre puertas secretas a sus libros amados, a sus propias obras, sus puestas en escena, su pensar, su música y el luminoso laberinto de referencias en el que se ha resguardado por años. 

Todo este conocimiento edificado desde el interior se abre para nosotros con la sencillez, la serenidad y la generosidad que sabemos. El desasosiego del mundo se aquieta, se armoniza bajo esa mirada que abarca lo que el ojo no alcanza, donde lo distante se hace próximo, lo difuso se precisa, lo oscuro se aclara. 

Los diversos temas, los personajes que hacen de esta recopilación de imágenes, breves poemas, aforismos si se quiere, hondas reflexiones en torno al arte, la vida y el lenguaje mismo una realidad tangible, importan en la medida en que dejan de ser material histórico o referencial para convertirse entonces en materia viva, en presencias que nos ofrecen también la posibilidad de mirar y mirarnos. No hay aquí datos superfluos ni posiciones falsamente críticas o académicas. Su lenguaje nos va llevando de la mano, algunas veces con amor, otras con furor o burlona paciencia, hasta los límites de lo que hoy por hoy todavía es necesario decir. Límites que nuestro propio deseo de totalidad, nuestra capacidad de ruptura y rebelión pueden superar después.
Uno se detiene gozoso en esos instantes de intuición y lucidez. Este no es un libro sentencioso como muchos podrían juzgarlo. Es un documento de la sensibilidad y de la inteligencia crítica sin imposiciones, abierto y libre a la interpretación del lector que en estas páginas no encontrará nada que no haya sido dicho desde la raíz del ser. Tampoco hay en este libro la intencionalidad de una intelectualización a priori de la experiencia estética, ya que no fue escrito sino dicho, conversado, hecho de instantes e intensidades compartidas con quienes hemos estado junto a él, pero también con quienes desde ahora podrán seguir acercándose a su palabra, a esa conversación sin fin. 

A Samuel Vásquez le agradezco que me haya permitido estar tan cerca de sus palabras y de su lucidez, de su manera de ver el mundo, para que muchos de nosotros podamos verlo con ojos nuevos y entenderlo mejor. Y, claro, agradecerle sobre todo que no se haya opuesto, como en el fondo lo esperaba, a que el registro de estas voces fuera recogido durante todos estos meses para volver a ellas e iluminarnos cuando fuese necesario.

Diez frases de Samuel Vásquez para no olvidar

1.  “La propiedad del cerebro es la predicción y se requiere para originar imagen del mundo, de los otros y de sí mismo”.

2. “Hay una duda que hace parte de la verdad. Hay una sombra que hace parte de la luz”

3.  “En poesía nunca se alcanza una orilla. Siempre se está en altamar, aterrado”.

4.  “El fracaso en el arte es íntimo. Uno fracasa consigo mismo, no arrastra a nadie en su caída”.

5.  “Vivimos entre dos paraísos dudosos: la nostalgia y la esperanza. Pero nunca reconocemos el paraíso presente. Siempre creemos en el alma como sustento del más allá, cuando el alma es el fuego interior y el motor del presente”.

6.  “Al artesano no lo salva la sinceridad y el conocimiento de su oficio. Lo condena su falta de visión (visión artística). El artesano se transforma con ser copista de la obra maestra de la naturaleza, o de la obra atribuida a Dios”.

7.  “La religión es una creencia. Impone una moralidad. El arte es una experiencia. Constituye una vivencia ética”.

8.  “El lenguaje se expresa a través de nosotros. Somos el vehículo para que el lenguaje se manifieste”.

9.  “El ave fénix es bella porque no existe”.

10. “Dios de mis enemigos, acláralos, ilumínalos, hazlos sabios”.

 

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