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Sabemos ya que las promesas de amor y respeto que Maduro nos hace de cuando en cuando y su acompañamiento a los diálogos de La Habana son meras ritualidades y palabrería, inducidas por la fragilidad de un mandato nacido del fraude. Pero a él sí le gustaría (y debe dolerle no poder hacerlo) apoyar a las Farc a la manera de Chávez, o sea con cabal impunidad. Cada que se agriaba el trato con Uribe el coronel amenazaba con incursiones aéreas, o con mover la tropa hacia la frontera. Se aventuró incluso a mencionar a Arauca y La Guajira como predios venezolanos anexados por Colombia y que algún día deberían restituirse. Maduro no llega tan lejos pero sí tiene el cuidado de recordarnos su patrocinio a la paz, lo cual me huele a chantaje o, cuando menos, a cuenta de cobro en espera. En cierta ocasión mandó callar al presidente Santos y varias veces se ha tomado la libertad de regañar a Colombia en términos soeces y altisonantes mientras pierde, o finge perder, los estribos , llevado por la misma ira santa, esa sí justificada, que a veces acometía al Nazareno en su arduo y noble peregrinar por Palestina.
Un episodio en particular nos llamó la atención por su gravedad y por el silencio, o circunspección, que lo rodeó: fue cuando aviones de guerra rusos, en raudo vuelo de Venezuela a Nicaragua, propiciado por la primera, cruzó nuestro espacio aéreo sin permiso y (avergüenza decirlo) sin que se mosqueara la ilustre y muy sagaz dama que hace de canciller. Tanto que bramó Chávez ante la posible presencia militar gringa en Colombia mientras ahora se permite allá la de Moscú. Nunca faltan, el fariseísmo y la doblez, en todo experimento populista, o falsamente redentor, que es lo mismo
A Caracas poco le preocupa, por lo visto, la demora u olvido en el pago de lo que todavía debe por viejas compras hechas aquí (nuevas ya no se dan). Nada hace por restablecer , siquiera en algo, el holgado volumen de comercio de hace 8 años, cuando Venezuela (que aquí se abastecía en buena medida) para castigar a Colombia en lo económico y así ver de doblegarla, le cedió su mercado a otros países, más distantes, con menos nexos históricos, pagando mayores precios por productos de inferior calidad y lentos en llegar. Pues Argentina, Brasil y otros no colindan con ella o están lejos. Insistimos: en asuntos cruciales, tan sensibles como el comercio bilateral, la prédica de la hermandad no admite retórica. Ella se demuestra con hechos. Si somos tan cercanos y entrañables como dicen, debieran honrar su deuda y comprar nuestros automóviles y nuestros víveres, que a la mano los tienen, y más baratos. Sobra decir que jamás se concretan o ejecutan rimbombantes proyectos comunes como el oleoducto al Pacífico y una refinería en nuestra costa Caribe financiada por ellos. Anunciados en pomposas ceremonias presididas por Chávez hace ya tiempos, no ven la luz ni la verán. Y me asalta una pregunta, que resulta oportuna para entender a quién tenemos al lado. De los 500.000 millones de dólares que en 3 lustros de bonanza petrolera (coincidentes con la edad del régimen chavista) Venezuela ha regalado a sus vecinos latinoamericanos ¿cuánto recibió Colombia? pues ni un mísero centavo. Lo cual en el fondo no debe disgustarnos, como no lo debiera todo aquello que nos ilumine el contexto geopolítico en que nos movemos, con sus luces y sombras. Si, víctimas de la deliberada indiferencia o la declarada hostilidad de Caracas no nos hemos derrumbado aún como nación o caído en sus garras, es porque Colombia parece llamada, o condenada, según prefiera el lector, a sobrevivir a todas las desgracias o infiernos en que se hunda.
Volviendo al señor Maduro, motivo de estas lucubraciones, poco habría que agregar, tratándose, como a mi juicio se trata, de un fenómeno pasajero, no de la política sino de la naturaleza. Al atildado y gentil canciller de otrora le bastaron, en verdad, unos cuantos meses para revelarle al mundo su real condición de bestia, transeúnte en el trono, de donde sus propios compinches (y hasta los camioneros , abochornados de haberlo tenido alguna vez entre los suyos) no tardarán en apartarlo, con destino a la jaula.