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El pleito cazado entre el procurador Ordoñez y el alcalde Petro es el mejor retrato de la Colombia actual. Refleja fielmente la dramática inmadurez de su institucionalidad. O, para ser más precisos, del andamiaje estatal “ya de suyo complejo en un país mediano” con sus variadas ramas y tentáculos, que se entrecruzan, chocan y superponen, pese a tener nosotros una de las constituciones más abultadas y vistosas del planeta, en la que no falta nada de la que la España postfranquista nos ofreció para que, deslumbrados, obedientes como solemos serlo, la copiáramos al pie de la letra.
La Independencia plasmada en 1810 a fe mía resultó harto ilusoria, o mitológica. Mentalmente nunca dejamos de ser vasallos de la antigua metrópoli. Con la emancipación solo conseguimos cambiar el virrey por unos presidentes elegidos (no siempre), soportados en la misma élite de antiguos encomenderos, comerciantes y frailes chapetones que, ya mezclada y adaptada a las nuevas circunstancias, cambió de himno y bandera sin cancelar sus nostalgias y secreta lealtad hacia el Imperio. Lo cual vale también para quienes en el altiplano posaban de francófilos y anglófilos sin entender muy bien la diferencia.
Todos los hitos de la historia española se repitieron aquí, casi que al mismo tiempo y en el mismo orden. La Constitución neojacobina de Cádiz, redactada (aunque no cumplida) como audaz respuesta a la invasión napoleónica. Los sucesivos ensayos que siguieron luego, ora autocráticos, ora liberales, hasta bien entrado el siglo 20. La república que suplantó a la monarquía en los procelosos años treinta, y luego la dictadura del Generalísimo, que devolvió la península a la penumbra del medioevo (tan cara a Ordóñez) tras haber acolitado a Hitler y Mussolini. Y, por último, la fase actual de plenitud democrática, que ya completa la media centuria.
Siempre nos hemos mirado en el espejo de la Madre Patria en pos de imitarla y seguir sus pasos, así sea rengueando. Mas como raramente lo logramos, quedamos siempre a medias en ese afán compulsivo por parecernos a ella. Nos faltan los títulos nobiliarios, aunque algo nos consuela el hecho de que en la cúpula tenemos los mismos clanes familiares con los mismos privilegios económicos y políticos e idénticas sinecuras heredadas. Nos falta también disfrutar de todo aquello que, tomado de allá, se nos quedó en el papel reducido a letra muerta. Pomposos textos constitucionales que aquí se tornan quiméricos por lo ambiciosos e inalcanzables, en cuanto a su costo material respecta. La Carta del 91 asumió cargas que no hay cómo sufragar. Es intachable, sin duda, por su amplitud y el cúmulo de garantías que brinda, pero no se cumple a cabalidad y cuando se cumple, paralelo a sus beneficios, nos trae congestión y desorden, como en el caso de la tutela y otras herramientas que generan tantas expectativas fallidas y por ende tanto desengaño. Manes del santanderismo, esa enfermedad de origen que no podremos superar jamás.
Por qué menciono tanto a la vieja España? Pues porque el Procurador parece traído de allá, en el estado cavernoso, premoderno en que lo conocemos. El espectáculo de ahora, la remoción de Petro, ilustra bien la idiosincrasia colombiana. Un procurador que convierte la falla gerencial o simple ineficiencia en falta administrativa punible y entonces aplica un castigo exorbitante lisiando políticamente a su víctima por el resto de su vida útil, como si la destitución del cargo no bastara. Y un alcalde que cree, o finge creer, que el haberse desmovilizado de la guerrilla le da inmunidad vitalicia. Y, con cargo a la repulsa o protesta callejera, sutilmente presiona con la amenaza del motín y la asonada. Ambos personajes son equiparables en sus excesos, su megalomanía delirante, la soberbia sin límites y esa vocación extraviada pero siempre latente de clérigos o predicadores. Los oigo hablar, o perorar, y siento que falta el púlpito. No es nada gratuito que el uno haya elegido al otro en el Senado. Para completar las semejanzas que unen a estos “predestinados”, después hablaremos de la pasmosa y bien aprovechada aptitud de Petro para las acrobacias jurídicas, o para las leguleyadas que los legos impropiamente llamamos “rabuleo”. Habláremos entonces del bloqueo sistemático a la revocatoria del mandato que se intenta contra él en Bogotá y de la avalancha de tutelas (8oo, para empezar) entabladas contra la providencia de marras.