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“La equidad consiste en la disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que se merece. La equidad nace del espíritu de la justicia natural, por oposición a la letra de la ley positiva”. Es un concepto bello y profundo.
El problema social de Colombia no es tanto tener una sociedad pobre sino tener una sociedad inequitativa.
El ingreso per cápita promedio en Colombia es bueno, mirado en el concierto de los países de América Latina, pero nuestro índice de Gini es uno de los más altos del continente. No somos un país pobre, pero somos un país injusto.
El índice de Gini es un número entre 0 y 100, en donde 0 representa la perfecta igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y en donde 100 corresponde a la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno). Se calcula dividiendo el valor de la riqueza de la cual se apropia el grupo privilegiado de la comunidad, entre la riqueza total que existe en la sociedad.
De acuerdo con cifras del Banco Mundial, el índice Gini de los ingresos en Colombia es de 58,5, el cuarto más alto en América Latina y el Caribe, muy cercano al de Haití, cuyo valor es de 59,5.
En Colombia la capacidad del gasto mensual de los pobres está entre cero y cien mil pesos por persona y la de los ricos oscila entre un millón y doce millones de pesos por persona
En Suecia, cuyo índice Gini es el menor del mundo, el salario máximo es apenas ocho veces más alto que el salario mínimo.
En Colombia aquél es aproximadamente cien veces mayor que este.
En una conferencia que dictó recientemente en Medellín, el padre Francisco de Roux, superior de los jesuitas en Colombia, dijo: “La equidad es respetar la dignidad de todas las personas; garantizarle a cada uno sus bienes de mérito; brindar igualdad de oportunidades a cada ser humano, y garantizarles seguridad de la vida a las generaciones futuras”.
Bienes de mérito se definen como todo lo que la gente se merece por ser gente, es decir, la comida, el hogar, la seguridad, el trabajo, la salud, la educación, la tranquilidad, la alegría.
La inequidad en Colombia no se debe a la ausencia de recursos naturales o de capital, que son abundantes. Tampoco se debe a ineptitud de las personas, pues está demostrada la recursividad e iniciativa de la gente. No se debe a la existencia de la violencia; al contrario, esta nace de aquélla. No puede atribuirse a la Iglesia, pues ella ha cambiado su predicación de que hay que sufrir en esta vida para merecer la felicidad en la otra, por un discurso franco contra la injusticia social.
La inequidad que agobia a la sociedad se debe al vacío ético en el manejo del poder y al funcionamiento del sistema económico, que excluyen a la gente respecto a las oportunidades de la vida.
Un claro ejemplo de lo anterior son programas tales como Familias en Acción, que brindan subsidios para alimentación y educación a familias de los niveles sociales más bajos, sin estar acompañados de mecanismos de promoción laboral y social que les permitan salir de la pobreza. El mensaje es que ser pobre paga. Y muchos beneficiarios lo entienden así: si trabajan, pierden el subsidio.
El padre De Roux planteó como alternativa entender y practicar el desarrollo no tanto como crecimiento económico bruto, sino como bienestar general para todas las personas. Lograr que la gente tenga una vida digna y feliz dentro de su entorno. Obviamente las obras de infraestructura física, así como bienes, servicios y productos son necesarias, pero son un medio y no un fin.
Hoy en Colombia la prioridad para la política del Estado es concluir exitosamente el proceso de paz. Pero no se nos puede olvidar que a continuación hay que empezar a saldar la deuda social tan grande que tenemos si queremos que la paz y la convivencia sean permanentes.