Los aforismos surgen de una suerte de voluntad de pensar y reunir en un destello poesía y reflexión clara.
No hay actividad humana que no sea susceptible de ser realizada de estricta y contundente manera y podamos reconocerla como arte. Las redes sociales, que son vehículo de “malas artes” y contribuyen al engaño generalizado, la manipulación de los electorados y toda suerte de delitos, son también el espacio para el nacimiento de formas frescas de expresión contundente. Me ha llamado la atención el trino o twitter y hay quienes, como José Bada, tienen un ojo clínico para detectar los agudos, los ingeniosos, los inusuales, esos que hacen saltar en añicos el sentido común. Las colecciones de ellos van ocupando un lugar interesante en la capacidad expresiva del ser humano envuelto en redes.
El aforismo es más arriesgado, se me presenta como un reto. Ahí la palabra juega muy poco y entra uno en el territorio más delicado para la exposición de su propia percepción. Los aforismos surgen de una suerte de voluntad de pensar y reunir en un destello poesía y reflexión clara. Es una escritura que se siembra con más confianza en la comunicación y se reduce el juego a la captación de lo esencial. Nuestra mayor herencia, creo yo, es el romanticismo y nos hemos sumergido un poco en esos delirios del que busca la iluminación en la carne, pero ella está más cerca de lo que uno piensa, está en la piel y sus emanaciones tan sutiles y cambiantes. Uno tachona su escritura, la llena de señales y las obsesiones son elementales: buscar la luz, comprender, expresar lo que percibimos de nuestra experiencia vital. Compartir desde una experiencia de la soledad y el aislamiento que no es más que la cara de una afectividad frustrada frente a la crueldad, la vanidad, el egoísmo, el aislamiento y las máscaras de lo que queda luego.
El artista de la escritura termina aislándose en unas obsesiones, rendido a unos circuitos, haciendo casas en el aire. Esto es más notable si constatamos que vivimos en una época en la cual lo instantáneo se ha impuesto. La concisión domina la comunicación, pero ello no incluye la precisión. El lenguaje y sus formas concretas del habla y la escritura no han logrado superar la sabiduría de los refranes populares, aunque por momentos se trate de acercar al poder del aforismo tal como lo cultivaron por ejemplo Lichtenberg o Walzer y que ya eran deudores de los proverbios que están por cientos en el Eclesiastés o en el libro de las Proverbios.
Pareciera que la sabiduría humana deberá incluir la tontería y el lugar común frecuente en las plazas de mercado, pero sobre todo debe estar ya la paradoja y su intento milenario de unir belleza, inteligencia y desparpajo, sagacidad cruel y astucia bondadosa. De todos los aforismos que es posible paladear, y ello incluye filósofos excelsos como Heráclito, Nietzsche o Wittgenstein, yo prefiero este de Borges: “Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas; esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad”.