Retos humanos

Autor: Pedro Juan González Carvajal
10 enero de 2017 - 12:00 AM

Recientemente, y de acuerdo con las convenciones establecidas, le hemos terminado de dar una nueva vuelta al astro rey, nuestro sol, fuente de vida y de vitalidad.
 

Recientemente, y de acuerdo con las convenciones establecidas, le hemos terminado de dar una nueva vuelta al astro rey, nuestro sol, fuente de vida y de vitalidad.
Terminado un año, nos llenamos de buenos propósitos para comenzar lo jamás iniciado, terminar lo que comenzamos y explorar nuevas posibilidades. En un mundo turbulento como el que vivimos, es claro que nos debemos imponer grandes objetivos, retadores, pero alcanzables. La condición humana está llena de potencialidades, posibilidades y restricciones, y éstas deben ser tenidas en cuenta    al momento de fijar nuevos rumbos.
Recordemos que lo nuevo genera expectativa e incertidumbre, como es apenas lógico y natural. Dicen algunos estudiosos del comportamiento humano que los individuos debemos superar cuatro miedos que nos pueden acompañar o no en diferentes etapas de nuestra existencia: El miedo al fracaso, lo cual no nos debe inhibir de proponernos nuevos logros y conquistas. Solo quienes no se atreven, quienes permanecen estáticos, quienes no proponen y no se arriesgan, son quienes no aportan, ni consiguen alcanzar nunca nada. El miedo a perder la aprobación de los demás, lo cual es una prueba de fuego para la medición de la personalidad, el temperamento y el talante. Cada ser humano, por ser único e irrepetible, debe tener la posibilidad de vivir su propia vida, de desarrollar su particular proyecto de existencia, superando la tentación de vivir la vida ajena y acomodarse a los objetivos o caprichos de otros. El miedo al sufrimiento implica que debemos endurecer el corazón, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que renunciemos al amor, a la bondad, y por qué no a la ternura. Lo que implica es estar preparados para que las acciones de los otros no nos tomen jamás por sorpresa y sepamos entender que cada uno tiene sus propios intereses y que ellos no necesariamente coinciden con los míos. Saber asimilar los avatares del destino, es una de las mayores pruebas humanas. Finalmente, aparece el miedo a equivocarse, lo cual es muy común, puesto que opiniones y posturas individuales, permanentemente están en confrontación con las opiniones y posturas de los otros, influenciados todos, por las opiniones y posturas, qué como convención, han impuesto los distintos grupos de poder, a través de la historia.
De manera paralela, existen derechos humanos que deben tener la posibilidad de ser ejercidos sin presión y coacción alguna, lo cual lamentablemente no es la realidad que vivimos en este momento del tiempo a lo largo y ancho del planeta. Todos tenemos el sagrado derecho a equivocarnos, ojalá, eso sí, no muy seguido. Solo quien toma decisiones se equivoca: lo importante es no volver a recorrer el camino equivocado. Tenemos también el derecho a cambiar de opinión, si podemos acceder a información de mayor calidad y certidumbre. En un mundo inundado de información, los medios de comunicación crean y recrean el mundo cada que divulgan el tropel de noticias de cada día. De igual manera, todos tenemos el derecho de irnos. Nadie nos tiene por qué anclar en un escenario geográfico o en una posición de relación humana o conceptual.
Todo lo expuesto anteriormente, para tener posibilidad de desarrollo, requiere la existencia de instituciones representativas, qué con gran credibilidad, puedan ayudar a la amalgamación de los individuos alrededor de pretendidas organizaciones sociales. 
Si algo viene de capa caída desde hace algunos decenios, es la fortaleza, el reconocimiento, la credibilidad y la línea de acción clara del andamiaje institucional a nivel planetario. Partidos Políticos, Gremios Económicos, Empresas, Iglesias, Sindicatos, Cooperativas, Organizaciones Militares, Organizaciones Educativas y el propio Estado, entre otros varios ejemplos, han perdido el rumbo y en su esfuerzo por garantizar su supervivencia, han visto cómo sus acciones y propuestas ya no convocan ni generan interés. He aquí un gran reto como comunidad: Repotenciar las instituciones para que propicien el necesario y conveniente amalgamamiento social.
Algunos agoreros de oficio se deleitan colocando negros nubarrones sobre el año que iniciamos. Claro que el recorrido no será un camino de rosas, pero no recuerdo durante mi larga existencia, una postura de optimismo rampante con respecto a un nuevo año que comienza. Desde Sócrates, para occidente, el mundo se está acabando, y aquí estamos, dando guerra, en el estricto sentido de la palabra.
Insistiremos durante este año en la necesidad que tiene Medellín de contar con un Coliseo de Espectáculos digno de sus realidades y pretensiones. 

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