Medellín son dos ciudades

Autor: Luis Fernando Múnera López
3 abril de 2017 - 12:08 AM

Medellín se está descomponiendo a causa de una de las mayores inequidades sociales.

En la asamblea de accionistas de Nutresa celebrada la semana pasada, un accionista, que evidentemente se consideraba con más clase y mejores derechos, increpó a otro que se atrevió a pedir explicaciones por unos asuntos laborales de la empresa, diciéndole: “A esta asamblea no vinimos a hablar de eso sino de las utilidades”. ¡Qué falta de conciencia social y qué ingratitud con quienes generan esas utilidades! Sentí dolor de patria y pena ajena.

El padre Emilio Betancur Múnera, hace unos años cuando era párroco de La Visitación en El Poblado, nos dijo en una de sus homilías lo siguiente:

“Medellín se está descomponiendo a causa de una de las mayores inequidades sociales. Y muchos de ustedes aquí presentes no son conscientes de ello. Ni les importa. Ustedes, como muchos otros, creen que ‘su’ Medellín termina al frente de la Alpujarra, y que de ahí hacia el norte es otra ciudad distinta, con la cual nada tienen que ver. De hecho, trasladaron para acá sus oficinas, sus clínicas, sus supermercados, sus centros comerciales… lo que les interesa. Inclusive, para subir a sus fincas de Llanogrande o para salir del país en al aeropuerto no tienen que bajar hasta San Diego porque tienen la Cola del Zorro y la loma de El Tesoro. Esto es una bomba de tiempo”.

La situación ha empeorado desde entonces. Medellín, que ostenta el mayor índice de riqueza per cápita en Colombia, posee al mismo tiempo el más alto nivel de inequidad entre sus ciudades capitales.

Las administraciones municipal y departamental no toman medidas de fondo para resolver este grave problema. El programa Medellín Solidaria, que venía bien, ha perdido dinámica.

La empresa privada cree cumplir con su responsabilidad social corporativa creando fundaciones, la mayoría de cuyos programas son cosméticos, orientados a disminución de impuestos y sin aportes efectivos a la solución de las injusticias sociales.

Los directivos empresariales en Medellín se preocupan sólo por la permanencia, el crecimiento y las utilidades de sus empresas. Esto está bien, pues es su deber. Pero está mal si se tiene en cuenta que con esa visión recortada están ignorando uno de los grupos de interés más importantes para conseguir esos objetivos: la comunidad en la que se mueven. En la medida que esa comunidad esté sana, las empresas se fortalecerán. En la medida que la comunidad siga enferma, la empresa no prosperará indefinidamente.

No pueden quedarse tranquilos mientras en su afán de crecimiento y rentabilidad persiguen y atacan a las pequeñas empresas, a los pequeños proveedores y a los empresarios emergentes, niegan a sus obreros condiciones justas de trabajo, e ignoran que más allá de sus muros hay una población que carece de condiciones dignas para la vida.

Es cierto que a la empresa privada no le corresponde la obligación de eliminar la pobreza, pero sí le cabe la culpa de ser parte de las causas que originan y mantienen viva esa inequidad.

En un reciente artículo en el cual analiza la pretensión de Medellín por alcanzar niveles importantes de innovación y posicionarse así en el mundo, el consultor empresarial británico Philip Beere expone como principal obstáculo para el logro de este objetivo la discriminación que existe en la ciudad contra la población de estratos bajos, contra los negros y contra las mujeres. Argumenta que el progreso no puede ser para unos pocos.

La segmentación de Medellín en dos ciudades que no se mezclan, que no se conocen, que no viven en armonía es también un problema de mentalidad individual, de falta de sensibilidad por los problemas y falta de respeto por los derechos del otro.

No estaba equivocado el padre Betancur Múnera cuando se dolió de las dos ciudades que componen Medellín y de nuestra indolencia ante esa tragedia.

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