Las carcajadas del Guasón

Autor: Diana Sofía Giraldo
20 enero de 2020 - 12:03 AM

En el cine, los buenos están en retirada y el público empatiza con los “malos”.

Bogotá

Los “malos” se lanzaron a la conquista del mundo de la fantasía, dominado muchos años por los “buenos” que, al final siempre triunfaban, para alivio del espectador. Ahora los productores y directores invirtieron los papeles: “Ganan los malos”.

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Aunque en el mundo real es imposible dividir a los seres humanos entre absolutamente buenos y completamente malos, en el universo irreal de la pantalla sus autores lograron establecer una clara diferenciación, cuya influencia en las actitudes diarias de la gente, cada vez más adicta al cine y a la televisión, está por estudiarse.

Es uno de los temas pendientes que, sin duda, dividirá a sociólogos y profesionales del comportamiento entre partidarios de promover la bondad, ensalzándola, o estimularla mostrando los horrores de la maldad. Y eso en el supuesto que encontremos la línea que las separa del todo y en casos específicos.

Siempre se asume que nadie quiere fomentar los malos comportamientos, exaltando a los supuestos malos. Inclusive hasta el Código Penal tipifica la apología del delito. Pero a nadie se le ha ocurrido, hasta ahora, demandar al elenco de la más reciente película sobre un malo clásico, el Guasón, que recorre las pantallas del mundo cometiendo barbaridades y, de paso, llevándose once nominaciones al Oscar, por su despliegue de valores cinematográficos, mientras deja a Homero Simpson como un modelo de boy scout.

Superman, la Mujer Maravilla y el mismo Batman serán barridos de la pantalla grande por este bandido, que convierte la sonrisa en una forma elocuente de celebrar sus fechorías. A Superman basta perseguirlo con un trozo de kriptonita en la mano. Batman aun no disipa las dudas que sembraron sus críticos sobre su amistad con Robin, y a la actriz Linda Carter ni se le ocurre usar el diminuto traje que vestía para representar a la Mujer Maravilla.

En el cine, los buenos están en retirada y el público empatiza con los “malos”.

Lo peor es que los buenos no saben para donde arrancar. El mundo empieza a moverse con patrones distintos a los que encarnaban los “valores tradicionales. Los escritores más sensatos comienzan a cambiar lo de “tradicionales” por “modernos”, en donde a los príncipes de las monarquías más sólidas ya no hay que derrocarlos porque ellos mismos se bajan del trono.

Cuando las carcajadas del Guasón resuenan en la penumbra de las salas de cine, borran las críticas al mal comportamiento. Se vuelven objeto jocoso. Enseñan a sonreír ante la desgracia ajena y las baladronadas del personaje ridiculizan los valores que exaltan las buenas acciones. ¿Qué tan profundos son los efectos en el subconsciente del espectador? ¿qué tan duraderos? ¿qué tan influyentes en la conducta de los adultos y en las lecciones que, con palabras o ejemplos, le transmiten a la siguiente generación?

Es preciso reflexionar sin mojigaterías sobre la calidad de los contenidos que se transmiten por medios masivos. Ya no hay lugar para las censuras ni nada parecido, pero sí para analizar la influencia de esos medios en las conductas sociales, para llegar a ellos con mente clara y pensamiento alerta.

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En el universo mediático, el mal triunfa sobre el bien. Habrá que ver si en las series históricas que inundan hoy el mundo del espectáculo, la mentira fantasiosa se impone sobre la verdad.

 

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