La feria de las vanidades

Autor: Alberto Morales Gutiérrez
22 septiembre de 2019 - 12:01 AM

El único espacio que le da su inspirador y jefe, es el del ejercicio de la vanidad a niveles superiores.

Medellín

Alberto Morales

Hay gente que no se ayuda. La arrogancia, el engreimiento, la expresión exagerada de la soberbia, la “creencia excesiva en la atracción causada” que es, a su vez, la manera como el diccionario define a la “vanidad”, pareciera ser el comportamiento que caracteriza a la gestión del señor Duque.

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Es esa actitud adolescente del niño que está engolosinado con el poder y cada paso que da lo único que hace es exacerbar sus deseos. En muy corto tiempo ya rompió todos los récords de los viajes al exterior en su condición de “mandatario”. Es feliz cuando le tocan el tambor.  Aprovecha su condición para “lucirse” frente a las cámaras y mostrar sus habilidades terrenales. El niño canta y baila, juega con la pelotica, hace gracias.

No hay ninguna evidencia de pensamiento autónomo, opera como marioneta. El único espacio que le da su inspirador y jefe, es el del ejercicio de la vanidad a niveles superiores.

Mírelo usted con poses de personaje del “jet set” engalanando la inauguración del nuevo taller de la diseñadora Silvia Tcherassi, evento al que el “mandatario” dio toda la importancia, en contraste con el desplante hecho al premio Nobel de la Paz Denis Mukwege para quien no tuvo edad ni tuvo calendario y en medio de una oleada de violencia exacerbada por la contienda electoral.

Los espacios en el protocolo de Palacio tienen una vocación extraña, no existe el sentido de las proporciones.

En El futuro y sus enemigos (Paidós 2009), Daniel Innerarity expresa que el mayor consenso que existe en torno a la política es “que ya no es lo que era: una actividad estimada, dotada de autoridad y prestigio, generadora de entusiasmo colectivo, una delegación de confianza”. Concluye que de la exaltación de la política hemos pasado a la desafección generalizada, cuando no a un profundo desprecio.

El fenómeno de las elecciones en nuestro país y en el resto del mundo pareciera reafirmar eso que Innerarity (apropiándose debidamente de una expresión utilizada por Rosanvallon en el año 2006) denomina “la era de la desconfianza”.

Estamos -dice- en una era en la que ya no se moviliza positivamente, “no votamos tanto por algo como contra algo, para cerrar el paso al peor o lo peor, para bloquear o impedir”

De hecho, utiliza una frase contundente para redondear su idea: “La capacidad de neutralizar es incomparablemente mayor que la de configurar”.

En el marco de esa tendencia, se abre un boquete descomunal que facilita el asalto de la ineptitud y es por ello que tanto por aquí como por allá se hace evidente el imperio de la estulticia. Piense en Trump de los EEUU, en Bolsonaro del Brasil, en Boris Johnson de Inglaterra, en Macri de Argentina, en Duterte de Filipinas…

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Innerarity que es del club de los optimistas concluye que “no estamos en la antesala de una crisis de la democracia, sino en una etapa nueva de su asentamiento”, pero yo no le creo.

Es tiempo de pensar.

 

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