Iván Duque lanza en ristre contra el “fanatismo”

Autor: Eduardo Mackenzie
8 enero de 2017 - 12:00 AM

Iván Duque, el mejor senador colombiano de 2016, según la revista Semana, acaba de publicar un alarmante comentario, en la revista Portafolio, contra unos adversarios terribles pero imaginarios.

Iván Duque, el mejor senador colombiano de 2016, según la revista Semana, acaba de publicar un alarmante comentario, en la revista Portafolio, contra unos adversarios terribles pero imaginarios. El senador grita y pide que lo auxilien en su lucha contra unos “fanáticos” que están por ahí “sembrando dudas” y haciéndole daño a la política y al país. Sin embargo, una prédica en el aire, sin designar al o a los culpables de semejante crimen, y sin precisar en qué consiste exactamente la acción nociva, corre el riesgo de parecer pura charlatanería.

El insigne senador debería declinar el nombre o los nombres de tales actores. En caso contrario algunos agrios espíritus van a pensar que él está confundiendo molinos con gigantes.

En su texto atronador el joven tribuno ruega a sus lectores: “No permitamos que el fanatismo se apodere de la política de un país, amenazado por la ilegalidad”.

La cosa parece grave. La epidemia de “fanatismo” debe estar muy avanzada pues el tono de Duque es desesperado. El advierte: “Dejar que esta expresión tome fuerza es sembrar la semilla de la misma violencia que desenfrenó odios sin fundamento en nombre de trapos rojos y azules.”

¿Notó el lector el cambalache? El excelso senador dice allí que la “diatriba esquizofrénica” diseminada se propone desatar la guerra civil, como la que hubo entre “rojos y azules”. El memorioso senador invierte la polaridad de la pila. Habla de violencia entre liberales y conservadores. ¿Por qué omite decir que eso terminó en 1957 y que desde entonces, y hasta hoy, el fanatismo y la violencia fueron impulsados exclusivamente por los comunistas y sus bandas criminales (mamertas, castristas, maoístas, indigenistas). El eminente senador sugiere furtivamente que en la violencia que ha conocido el país el comunismo nada tuvo que ver y que los culpables fueron los liberales y conservadores de los años 40 y 50.

Curiosa reminiscencia la que lanza el gracioso senador del Centro Democrático. Este partido, desde que fue fundado, combate la subversión comunista. ¿Ahora la doctrina estaría cambiando? ¿La verdadera amenaza no son las Farc sino los improbables “fanáticos”?

En su llamado, Duque no hace la menor alusión al PCC ni a las Farc, principales impulsores de la violencia real y masiva que Colombia sufre desde hace 50 años. La única pista que da el senador es que los “fanáticos” podrían ser “rojos y azules”. Qué bonito.

Semana y las mayorías santistas declararon que Iván Duque es el mejor senador de 2016 para insultar al ex presidente Uribe, quien hizo, él sí, una labor parlamentaria admirable, dentro y fuera del país, como lo reconocen hasta en varias capitales del mundo libre, contra las políticas abyectas y entreguistas de Santos. ¿La acción del senador Álvaro Uribe pesó menos que la de Iván Duque en la histórica derrota del acuerdo Farc-Santos en el plebiscito? Sin el menor pudor el flamante senador de 40 años aceptó el premio maniobrero, y lo convalidó. Si él hubiera sido leal con el CD y con el ex presidente Uribe, su jefe político, habría podido tener la decencia de repudiar ese circo.

¿Cómo piensa luchar Iván Duque contra el supuesto “fanatismo”? El senador trata de parapetarse detrás de Voltaire. Lo que hace es traicionar el pensamiento de éste.

La tolerancia que preconizaba Voltaire no es compatible con la política de la acusación vaga, infame, solapada, ni con la opacidad y la censura. Por eso resulta grotesco el uso del nombre de Voltaire que hace el senador Iván Duque quien pide la censura para los que él considera “fanáticos”. La censura, sí. El pide eso. La censura para sus adversarios, para quienes lo critican. Duque acude a la intolerancia, al mismo tiempo que califica de “intolerantes” a sus críticos.

Oigámoslo. Al final de su artículo Iván Duque exige en tono imperioso que “la nueva temporada electoral que se inicia censure la guerra sucia, los sicarios morales”.

La tolerancia no es eso. Voltaire estaba contra la censura y la intolerancia. Él la sufrió en carne propia en Paris, Versalles, Potsdam, ciudades de donde tuvo que huir por lo que escribía. Él decía lo contrario de lo que dice el citado senador: “Hay una contradicción entre sostener, por medidas de persecución violenta, un dogma cuyos principios son inciertos y discutibles”.

Según Iván Duque las personas que él califique de “fanáticos”, de “sicarios morales”, tendrán que ser “censurados”. Y todo lo que sus críticos escriban debe ser estigmatizado como “guerra sucia”.

Voltaire preguntaba: “¿Cómo un pueblo puede decirse libre cuando no le permiten pensar por escrito?”.

Voltaire era un enemigo feroz de la censura, de los que atacan la libertad de expresión. Lo que propone el senador antioqueño es, precisamente, el derecho a la intolerancia, algo muy distinto de lo que proponía Voltaire. Este escribió: “El derecho a la intolerancia es absurdo y bárbaro, es el derecho de los tigres; y es mucho más horrible, pues los tigres no desgarran sino para alimentarse, y nosotros nos exterminamos por unas cuantas frases”.

El senador Duque mete gato por liebre. Su esquema es anti volteriano, y es este: tolerancia para mis amigos e intolerancia para mis críticos. Las raíces de esa fórmula, origen todas las tiranías, fue inventada por Saint Just, para justificar la represión sangrienta del período conocido como el Terror, en 1793. Saint Just sentenció: “Pas de liberté pour les ennemis de la liberté.” (Ninguna libertad para los enemigos de la libertad). Fidel Castro retorció esa fórmula y la convirtió en: “Todo dentro de la revolución, nada contra la revolución”. Con esa muleta envió al paredón, encarceló y masacró a miles de “contrarrevolucionarios”. Reflexionemos: ¿Quien rechaza la libertad a los enemigos de la libertad no se convierte en un enemigo de la libertad?

Le atribuyen a Voltaire esta magnífica frase, aunque parece que no es de él: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice pero me esforzaré hasta el fin para que usted pueda decirlo.” Que gran contraste marca esa frase con la prédica de Iván Duque en favor de la censura para quienes critican sus actuaciones.

Cuando el conspicuo senador Iván Duque describe a sus críticos como “fanáticos” y pide para ellos la censura, para que en Colombia tengamos una “política limpia”, él se burla de todo el mundo. Él lo hace no para luchar contra el supuesto “fanatismo” de unos cuantos sino por una razón bien precisa: para que las ideas de libertad no impregnen el campo político, para que la militancia y los ciudadanos no hagan preguntas, para que no reflexionen. Esto ocurre precisamente en un momento en que en Colombia, y en el CD, aumenta la sed de explicación, de debate y de acción. ¿Vamos a condenar toda discusión que no nos guste diciendo que es “guerra sucia”? No. Todo lo contrario: abramos la discusión para que el CD salga más fuerte. Cerrar las puertas es debilitar al uribismo.

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