Falencias al descubierto

Autor: Jaime A. Fajardo Landaeta
9 abril de 2020 - 12:01 AM

La pandemia desnudó nuestras carencias de toda laya: de salud, educación, productividad, y hasta de liderazgo político y religioso.

Medellín

El coronavirus y las medidas adoptadas para combatirlo han puesto en evidencia unas realidades que, aunque conocidas, resultan soslayadas con habilidad por los gobiernos y los grandes medios de comunicación. Registro las más notorias:

El enorme crecimiento del empleo informal, que rebasa todas las estadísticas oficiales, visibiliza los niveles de pobreza y miseria que afectan a millones de colombianos, mientras crece la concentración de la riqueza. Este es un país de una desigualdad ignominiosa, donde con un ingreso magro subsisten miles de colombianos.

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La crisis endémica de nuestro sistema de salud se ha paliado ahora, apresuradamente, con alguna dotación para hospitales y clínicas, pero salen a flote las condiciones indignas en que desempeñan su labor los profesionales del sector: médicos, enfermeras, personal administrativo y otros. En muchas instituciones les adeudan meses de salarios y no ejercen en las mejores condiciones de salubridad. Hay deudas de vieja data con ellos.

De otro lado, los subsidios que asigna el Estado a las familias más pobres han sido manipulados históricamente por las administraciones regionales; existen grandes vacíos en su focalización, que permiten el desvío y la proliferación de prácticas corruptas.

A pesar de la gran reserva de alimentos y la enorme producción agrícola del país, los especuladores y acaparadores manejan a su amaño los precios de los alimentos. Entre tanto, a los campesinos obtienen una escasa retribución que no se compadece con las difíciles condiciones de producción, sin estímulos, sin adecuada infraestructura vial, y convertidos en débil eslabón de una cadena en la que poderosos comerciantes se quedan con la mayor ventaja.

La otra precariedad aparece en las instituciones educativas públicas, encargadas de la formación de buena parte de nuestra niñez y juventud, y que no están bien adecuadas para cumplir sus objetivos. Así que muchos estudiantes no disponen todavía de facilidades de acceso a las tecnologías o estas son deficientes, lo que genera dificultades al alumno para continuar con los estudios desde su casa.

Ahora bien, el Estado, en todos sus niveles, no está preparado para que en estos momentos de crisis pueda adecuar sus instituciones y personal para prestar atención médica satisfactoria en la residencia de cada afectado. Es decir, estamos ante unas instituciones burocratizadas y lentas, con dificultades para prestar una atención oportuna.

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En otro orden de ideas, el sentido vocacional de muchas iglesias y religiones se ha reducido a evitar las aglomeraciones de personas en sus actos litúrgicos, pero su compromiso espiritual con los más necesitados se queda en los altares, pues no se traduce en atención a ellos, en esta hora de dificultades.

Por último, no han faltado quienes, desde el poder o en ejercicio de algún nivel de liderazgo, pretenden aprovechar el momento para recuperar la credibilidad perdida o tapar la mala administración de la cosa pública. Pero es indudable que en la medida en que se supere la crisis sanitaria, se valorará la gestión de los auténticos líderes que estuvieron en primera fila en la atención oportuna de las necesidades de sus gobernados. Mi reconocimiento a muchos alcaldes y gobernadores que estuvieron a la altura de tamaña responsabilidad, en particular a los alcaldes de Bogotá y Medellín, Claudia López y de Daniel Quintero.

@JaimeFajardoLan

 

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