Félix Ángel: el atlas de un universo

Autor: Editor
16 enero de 2017 - 09:25 PM

Un texto sobre Él y el otro, el último libro del maestro Félix Ángel, que reúne las percepciones de Fernando Jaramillo.  

Medellín

Fernando Jaramillo

Ya lo decía Hernando Téllez sobre los casos perdidos de falsa literatura: la prosa “pedantescamente erudita, acicalada a lo clásico” fastidia. Y es por eso que leer, nuevamente, a Félix Ángel es un placer. Después de la aparición de Te quiero mucho, poquito, nada (1975), el colombiano presenta Él y el otro, una colección de relatos construidos con un lenguaje honesto y sencillo, con un tono casi testimonial, en la que los personajes nacen y se destruyen con total naturalidad, como si fuera un acto de todos los días.
Cuando el lector se enfrenta al texto, surge, irremediablemente, una pregunta por el género literario: ¿son cuentos, nouvelles, o componen todos una novela completa? Quizá. Cada historia lleva su propia cadencia, como dictando a cada párrafo el ritmo que nosotros debemos seguir. Es el texto quien se encarga de guiar al lector, y por ello Ángel atinó en llamarlas ‘homohistorias’, porque cada una posee vida propia, imposible de clasificar. Vidas independientes que habitan un mismo mundo.
Cada una de las historias que compone Él y el otro crea un mundo individual, el texto es una constelación, un universo que contiene sus propios mundos, sus propias leyes, y en el que el lector es un mero visitante que tiene prohibido interferir. Es como si cada mundo conservara su propio color, dejando, a su paso, una sensación de que están escritas a varias manos.
Antes de leerlo, tiene en sus manos un libro-objeto, y el lector debe interactuar con él. Con grabados del autor, las historias salen del papel plano, y se convierten en ilustraciones que esconden extensiones, claves y secretos de las historias. Como desplegar un mapa y ver todo desde arriba; un todo cerrado. Y una vez dentro de las homohistorias, Ángel hace un paneo brusco desde el barrio París y las demás barriadas de la Medellín de los setentas y ochentas, hasta las calles de Washington, como si los personajes se descolgaran de los cerros de una ciudad y aterrizaran de golpe en otra. Opuesta.
Esos personajes comparten, a lo largo de las historias, detalles, lugares y características. Pero, pese al subtítulo de la obra, la homosexualidad es sólo una faceta. Claro: son gáis, pero bien podría ser una cualidad intercambiable. Son homosexuales como podrían tener el pelo negro, o los ojos azules. La sexualidad no es, bajo ninguna circunstancia, una etiqueta definitiva en el trabajo de Ángel, pues no presenta una apología a la homosexualidad, no hay una búsqueda de una identidad sexual o una pregunta por el género. Esas son, para los personajes de Él y el otro, cuestiones superadas. Y por ello hay una exploración más intensa y rica del personaje homosexual: desde los encuentros rápidos entre Jenri y Cayetano en Feliz día de madres, hasta la relación tormentosa de Nicanor y Auberon en El regalo, la sexualidad es natural, y no es más que una cualidad de los sujetos.
Lo que no es intercambiable es el choque cultural que se evidencia en los relatos. Cada cuento va mostrando, en diferentes personajes, un proceso de transculturación, una sutil muestra de que la mente del sujeto se encuentra fragmentada definitivamente; el exilio, el viaje, la diáspora, todo tiene un efecto radical en la percepción del mundo. Bien podrá el sujeto ser colombiano, pero se encuentra, se reconoce en el pensamiento del Otro; ese ejercicio de alteridad siempre ha estado presente en la obra de Ángel, y parece ser un tema de exploración constante, no sólo en su narrativa, sino también en su obra plástica, donde los retazos de letras se encuentran con pornografía, y los ciclistas comparten espacio con jugadores de baseball. La nacionalidad se termina por diluir, y el Yo deja de ser completamente latinoamericano, pues su cabeza ya no habita esos códigos, pero jamás podrá ser norteamericano; ¿qué se es, entonces? Ni siquiera el narrador lo sabe, y no se atreve a sugerirlo.
¿Puede el Yo habitar completamente el espacio y los símbolos del Otro? Ángel insiste en la reflexión, testimonial a veces.
En Por siempre, por ejemplo, Ángel nos presenta a Brandston, un muchacho latino desarraigado, adoptado por una familia adinerada de EE.UU., y quien no entiende muy bien (ni le interesa entender) lo que ocurre en su mundo. Finalmente, por “movimientos de la vida y del destino”, una suerte de azar, las oportunidades, las “cosas buenas de la vida”, llegan a él, y encuentra en Troy a alguien con quien entra en resonancia. Brandston no entiende completamente los mecanismos sociales y algunas cuestiones culturales de la sociedad estadounidense; pero no tiene que hacerlo: el dinero está de su lado. Troy, en cambio, es un “true american”, conforme con el estilo de vida de su país, y digno de un retrato del sueño americano. Dos personajes que no tienen nada en común, más que la necesidad de querer a alguien. Sin embargo, una vez se consolida la relación, las circunstancias los distancian, y, como si su presentación en el relato fuese un presagio, Brandston se ve obligado a guardar silencio: nunca llorará, nunca sabrá cuáles sentimientos tiene.
A diferencia de Brandston, Des, el muchacho más lindo del mundo, sí tiene la necesidad de entender el pensamiento del Otro, los mecanismos de la cultura huésped. En su historia, Des es inmigrante, vive en los barrios pobres de EE.UU., y por ello sabe que debe pasar desapercibido: verse, hablar y actuar como un americano. Para ellos, en las calles sucias y peligrosas, hacer parte de la cultura del Otro no es un privilegio. Es una necesidad. Para Des no hay amor, ni final feliz, como aparenta la historia de Brandston y Troy. Al muchacho más lindo del mundo el destino lo alcanza de otra forma.
En Chaz y Chester, en cambio, no hay una pregunta identitaria, ni una preocupación cultural. No. En este mundo todo funciona como una novela negra, con los detalles, antecedentes y consecuencias de un crimen. Ángel hace que funcione como los mecanismos de un reloj: precisa e imparable; Chaz y Chester es un cambio de perspectiva, una suerte de novela corta que reconstruye los hechos previos a un asesinato, una historia de crimen disfrazada de historia de amor. Los dos muchachos están siempre en un punto intermedio, en una frontera: en el amor, en lo privado, en la calle; y todo lleva a la historia a un desenlace fatal, sin que nada quede fuera de su sitio.
También plagado de muerte, el mundo construido en El regalo narra dos historias en una sola. Quien sigue la lectura se encuentra, repentinamente, con fragmentos en inglés. Estos saltos lingüísticos no son gratuitos, guardan una intención más oscura (como todo lo que hace Félix Ángel). Parecen dos momentos distintos, dos voces diferentes. Y lo son. Pero también son la misma, y es que la historia necesita del inglés, de los códigos lingüísticos del Otro para ser narrado. ¿Por qué? Porque allí está el Otro, y sólo así puede acercarse. Hasta el último minuto queda la duda: ¿cuál es el regalo? ¿Dónde está? Y con una alusión, en apariencia gratuita, a Francis Scott Fitzgerald y su gran Gatsby, el narrador deja claro que el regalo jamás será entregado.
Cinco cuentos, cada uno con sus propias leyes gravitacionales. Cinco historias que construyen un todo. Él y el otro es un texto premeditado, donde ningún personaje camina sin rumbo, ningún objeto se encuentra gratuitamente retratado. Un texto cerrado, que funciona recto, pero que, al mismo tiempo, abre la posibilidad de nuevas historias, alimenta una curiosidad por los mundos que no se vieron, los astros que quedaron fuera del cuadro.
Todos los hombres parecen esperar algo que quizá nunca llega, compartiendo la cama con otros, y despertando solos. Imaginary friends that keep the characters dreaming. Over and over again. En una ciudad que no les abre las puertas por completo, pero que deben habitar. Félix Ángel puso otra vez frente a nuestros ojos a Medellín. Otra vez una Medellín que sólo él crea y olvida, y que sus personajes (primero Pipe Vallejo, y ahora los habitantes de Él y el otro) nunca pueden abandonar completamente. Una Medellín que encierra las calles de Washington, las mansiones exclusivas de blancos, y los barrios sucios destinados a los latinos. La Medellín híbrida.
Con una prosa aparentemente fragmentada, Félix Ángel demuestra que la literatura es un acto sin pretensiones, donde la vanidad no tiene cabida, una actividad que nace en lo íntimo y que se toma todos los espacios restantes.
Nada más qué decir: la literatura de Ángel es una obra detallada, con pinceladas meditadas, formas precisas y construcciones estrictas; Él y el otro compone las primeras páginas del gran atlas de un universo.

Bibliografía de Félix Ángel

1975: Te quiero mucho, poquito, nada

1976: Nosotros-  Un trabajo sobre los artistas antioqueños

1975-1978: Gaceta Yo digo. Publicado como Yo dije en 2015

1988: The Latin American Spirit : Art and Artists in the United States, (en compañía de otros siete autores - Museo del Bronx, New York)

2008: Nosotros, vosotros, ellos: Memoria del arte en Medellín en los años 70s

2011: Todos ellos

2013: Félix Ángel - Recuento

2016: Él y el otro

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