Aunque sea difícil entenderlo, los ataques contra la realidad de la dignidad humana -y más concretamente contra la dignidad de algunas personas- provienen de los más impensables frentes, de ámbitos intelectuales y académicos de importancia actual
Hay verdades obvias para quien quiera asimilarlas y acogerlas. Por desgracia, aquellos axiomas pueden desaparecer del campo visual de quien desee no verlos. La ley de la naturaleza, por ejemplo, que nos reafirma la condición particular, única y valiosa de cada ser humano - único ser que es libre y a la vez, problemático para sí mismo- un ser digno, dotado de una esencia y unas cualidades diferentes a las de los otros seres conocidos. La dignidad se asocia a la capacidad de cada quien de cumplir con su vocación de libertad. Podemos optar por lo grandioso o por lo vil.
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Sin embargo, hay quienes niegan la dignidad de las personas, o bien, arbitrariamente la atribuyen a los que no la poseen, a algunos animales. Tal es el caso de autoridades académicas actuales que hacen esas afirmaciones coreadas por sus áulicos, especialmente entre los expertos de determinados campos de la vida universitaria: Macklin y Singer son dos asociados a aquella penosa y equívoca negación de la esencia humana.
El gigante del razonamiento Blas Pascal se refería al valor inmenso del ser humano en sus clásicos y poéticos términos: “El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza, pero un junco que piensa…. Aun cuando el universo le aplaste, el hombre será más noble que lo que le mata, porque él sabe que muere…” Hace referencia al valor propio de cada ser humano: su dignidad, algo que le es inherente, que le es propio por su condición de ser persona. Independientemente de sus conductas, todos los seres humanos, tal como viene a reconocerlo la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, poseen una dignidad propia. Cada persona merece un respeto y una atención especial. La ONU reafirma la dignidad como valor intrínseco, inherente al hecho de ser humano. La condición personal de todos es una aceptación lógica de un dato de la realidad que hace parte del fundamento del derecho. Vale la pena como principio, lo acogen las cartas fundamentales, respetar la vida del ser humano.
No obstante aunque sea difícil entenderlo, los ataques contra la realidad de la dignidad humana -y más concretamente contra la dignidad de algunas personas- provienen de los más impensables frentes, de ámbitos intelectuales y académicos de importancia actual. Peter Singer reconoce y limita el valor de la persona en cuanto es autónoma, consciente y libre de dolor; su fundamento filosófico radica en mezclas ideológicas de diversos recipientes: neo-marxismo, materialismo ateo, hedonismo utilitarista. Por ello, promueve aborto, eutanasia e infanticidio, al mismo tiempo que promociona los inventados “derechos” de los animales. Afianza su visión propagandísticamente mediante el uso y manipulación de sensaciones de falsa compasión. Con ello ha ganado gran notoriedad este profesor australiano de ética, quien de paso reinventa (la idea no es nueva, las consecuencias, catastróficas) que hay algunos seres humanos que no son personas.
Ruth Macklin, del ámbito académico norteamericano, es asesora de estos temas en un rango nivel en la OMS. Para ella, la dignidad es un concepto inútil: reduce el valor de la persona al ejercicio concreto de su autonomía. Cuenta también, con gran cohorte de seguidores.
Ante estos retóricos del siglo XXI hay que releer otro párrafo del gran Blas Pascal: “Cosa peligrosa es hacer ver con exceso al hombre como semejante a las bestias, sin mostrarle su grandeza a la vez” (Pensamientos, XIV).
No se puede reducir al ser humano a su aspecto meramente cuantificable, como si fuera una cosa más entre las cosas. Causa preocupación que las visiones falaces y reducidas sean originadas precisamente en académicos que influyen poderosamente en aulas universitarias. Los retóricos y sofistas contemporáneos se enorgullecen de la negación de la dignidad humana debido a sus apetencias e intereses particulares. Al hacerlo, incurren en contradicciones que los ponen en evidencia.