El espejo de la historia

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
28 septiembre de 2017 - 12:07 AM

La forma superior de la sabiduría es la comprensión del destino escabroso, plural y terrible de la naturaleza humana,

La historia es un espejo imprescindible para tener como referencia antes de juzgar al otro. Los héroes, por ejemplo, son consagrados en movimientos que no todos reconocen como propios. ¿Puede alguien comprender en el mundo occidental que Stalin es mirado con devoción por millones de jóvenes rusos? ¿Podemos aceptar los colombianos, que creemos en la democracia y estamos advertidos de los riesgos graves del totalitarismo, que Hugo Chávez sigue siendo para millones de venezolanos el más alto destino que hubiera alcanzado la nación?

El estudio minucioso de la historia nos muestra que Stalin perpetró en Rusia un genocidio incluso mayor que el de Hitler en el centro de Europa y sigue siendo adorado 100 años después; y los fanáticos chavistas del hermano país no se rinden ante las demoledoras evidencias que muestran que ese líder militar populista destruyó parcialmente la industria petrolera y deterioró de forma grave la productividad agrícola e industrial, además de sembrar el odio entre los venezolanos.

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Por todo ello no me preocupa que las FARC rindan homenaje sentido al autor de lo que para muchos son crímenes de lesa humanidad, si desde una mirada histórica y desde la lógica de la guerra esos fueron aciertos y logros “revolucionarios”, conquistas bélicas y éxitos desde su visión de combatientes en lucha contra el estado. Por ello, lo que los radicales izquierdistas consideran el fracaso de los alzados en armas en los Acuerdos de Paz, y les increpan: “Tanto nadar para ahogarse en la orilla”, para los otros son pasos mayores en la conquista del poder.

Ninguna nación, a no ser en ciertos momentos, logra una visión de unidad que sea acogida y respaldada por la mayoría. Quizás solo las guerras externas logran unir un conglomerado. Y lo que le sucede a las naciones les pasa a las familias que ante una amenaza externa se aglutinan y consolidan y ante las propias diferencias internas se erosionan. Una anécdota ilustra lo que digo: Entre los militares de una dictadura suramericana se puso de moda tener amantes entre las mujeres de la clase alta, cuando la esposa de uno de ellos se enteró de que su marido RX andaba en esas le exigió explicaciones, él le contó que sería un deshonor ante sus compañeros de armas no tener la suya; así serenó el reclamo y en algún acto público RX le mostró algunas de las de sus colegas, ella le comentó en voz baja: “Pero espero que la nuestra sea más bella”.

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¿Podrá la nación colombiana, alguna vez, poner pedestales similares a un guerrero como Bolívar o a otro como Manuel Marulanda? Si esta imagen es imposible es que estamos muy lejos de rendirles culto a los mismos héroes, estamos distantes de figuras o imaginarios que nos aglutinen o consoliden como nación.

Otro ejemplo de la idea que trato de comunicar es la muy diferente percepción que tuvieron los norteamericanos frente la guerra de Vietnam, mientras unos regresaron mutilados y orgullosos otros jamás pudieron asimilar ese capítulo de guerra. La propia nación norteamericana se escindió entre visiones encontradas sobre ese capítulo de su historia reciente.

La forma superior de la sabiduría es la comprensión del destino escabroso, plural y terrible de la naturaleza humana, es lento y costoso reconocer que lo que nos puede unir está más allá del odio que zanja y profundiza heridas en el terreno en el cual es necesario ver con los ojos de la esposa del militar; quizás algún día seamos capaces de decir que tuvimos una guerra interna y fratricida muy “bella”, tal como los cirujanos son capaces de referirse a un tumor o una herida letal como una belleza.

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