Del populismo punitivo y otras brutalidades medievales reencauchadas

Autor: Sergio Roldán Gutiérrez
1 marzo de 2017 - 12:00 AM

Se revive esta práctica extremista de hacer de las sanciones penales un espectáculo para evidenciar la aplicación de todo el peso de la ley y mostrar un castigo ejemplarizante.

A propósito de Ismael Enrique Arciniegas, un colombiano recluido en la cárcel de Guangzhou desde el 2010 con 72 años de edad y condenado a la pena de muerte por llevar 4 kilos de cocaína y recibir por ello 5 mil dólares. Se revive esta práctica extremista de hacer de las sanciones penales un espectáculo para evidenciar la aplicación de todo el peso de la ley y mostrar un castigo ejemplarizante.

En 1764 De los delitos y las penas revoluciona la estructura punitiva del mundo, diciéndole a todos que la voluntad del que juzga no puede estar por encima de las leyes y que estas no tienen como fin causar daño, sino resocializar al infractor. Pero era la mitad del SXVIII eran tiempos de revoluciones y de definiciones sociales, había sido publicado El contrato social un par de años atrás y estaban todos sensibles con el tema de la igualdad y el equilibrio, eran tiempos de resaltar la vida y sus vivencias y tolerar las irregularidades para entre todos tratar de corregirlas.

Pero a quien se le iba a pasar por la cabeza que en pleno SXXI se escucharían argumentos de fuerza como: cadena perpetua, pena de muerte a violadores de niños, trabajos forzados, entre otros. Perfecto el término populismo punitivo para definir esta ola de realitys penal, juicios basados en la incapacidad de razonar, de esperar el proceso de cambio, de pensar que el sacrificio de una persona, cambia el comportamiento de toda la humanidad. Obvio no lo hace. Es una puesta en escena que llenara las conversaciones de anécdotas, pero que no influenciará en mucho la conducta del que delinque como estilo de vida.

La real revolución es una justicia que respete el proceso, que capture y lleve a cabo el juicio sin dilaciones, que regrese al que se equivocó al entorno social transformado y que se ocupe de gestionar las grandes urbes en temas de prevención de los delitos, no de opresiones y atropellos.

Foucault  hace una crítica (vigilar y castigar 1975) al sistema absolutista en el que la pena no solo debería reparar el daño, sino que también era una venganza que el rey podría desencadenar hacia el malhechor para equilibrar la ofensa recibida, y lo traigo a colación por que hoy cada vez más personas de la política nacional, de la farándula incluso, se les percibe irresponsablemente emitiendo juicios aterradores sin argumentos, medievalidades que afloraran por la ebullición del momento pero descontextualizadas de la realidad. Las palabras: delincuentes, bandidos, criminales, malhechores nos caben perfectamente a todos, cuando compramos contrabando, cuando permitimos que quien nos lava el auto no tenga ninguna garantía laboral, incluso la asistente de las labores domésticas. Cuando tomamos un vehículo no autorizado como transporte público, cuando queremos que la policía sea dura con los ladrones y me perdone el semáforo en rojo que me crucé…

Si lo mínimo básico elemental no está cubierto, no son los valores de honorabilidad y respeto precisamente los que se evidenciaran, ahora, si con todo resuelto, se desaparece el dinero público, se dirigen contratos para beneficiar a los amigos, se hacen concesiones especiales para beneficio propio, entonces ¿quienes serán los que tendrán que ser perseguidos?

Los países de la península escandinava lo entendieron hace más de una década: reparar el daño y corregir la conducta, esa es la clave, por eso las cárceles han sido vendidas a grandes cadenas hoteleras, por que en vez de matar a todos los que se equivocan (que somos todos, conscientes e inconscientemente) construyen un sistema judicial que actúa con prontitud y transparencia, no se toma la decisión por la cercanía o no con el juez, sino con la claridad objetiva de las formas propias del sistema, que no cambian cada que el capturado es de abolengo o de alcurnia.

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