Coronavirus y crisis climática

Autor: José Hilario López
13 mayo de 2020 - 12:00 AM

El actual confinamiento es apenas un simulacro que nos prepare para la gran crisis que se nos precipita encima, si no hacemos nada o si seguimos como vamos con el Cambio Global.

Medellín

Las imágenes satelitales de las ciudades donde la pandemia ha obligado la parálisis de gran parte de la actividad económica muestran una notoria recuperación de la calidad del aire. Sin embargo, algo que podría ser esperanzador es una advertencia sobre lo que vendrá una vez superada la contingencia sanitaria, tal como ocurrió con la crisis financiera del 2008 cuando la caída en el uso de combustibles fósiles y de la producción de cemento redujeron las emisiones de CO2 en un 1,4%, pero ya en 2010 la reactivación económica mundial hizo que las mismas emisiones se dispararan hasta un 5,9%. Ahora, la crisis podría tener un mayor impacto a mediano y largo plazos sobre los ecosistemas y la salud humana, si se debilitan las iniciativas en curso para abordar el Cambio Global. Así parece indicarlo el aplazamiento, hasta el año próximo, de la cumbre climática de la ONU que debería realizarse el próximo noviembre en Glasgow, donde se esperaba que 196 países presentaran nuevos y más ambiciosos planes para cumplir con las metas de reducción de emisiones establecidas en el Acuerdo de París de 2015. Otras reuniones internacionales sobre la biodiversidad también se han visto postergadas o canceladas.

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La crisis del Coronavirus también amenaza las iniciativas locales para cumplir con los compromisos ya asumidos en materia climática, tal como lo señala un artículo reciente publicado en Foreing Policy in Focus (¿Cual podría ser el impacto de la COVID-19 en la crisis climática?). En la Unión Europea, Polonia y la República Checa están presionando para que se difiera el programa de comercio de carbono, al tiempo que las aerolíneas pretenden que se posterguen las políticas de reducción de emisiones. China, a su vez, ha extendido los plazos para que las empresas puedan cumplir con las normas ambientales y acaba de posponer una subasta, mediante la cual se iban a conceder licencias para construir enormes parques solares.

En Estados Unidos, ante el poderoso lobby de las petroleras, la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) anunció que no sancionaría a las empresas que incumplan las normas federales de monitoreo a los controles ambientales en curso, si pueden demostrar que el incumplimiento se debió a la pandemia; adicionalmente se anunció que se dejarán de aplicar las normas sobre control de emisiones de automotores. En Brasil, la autoridad federal ambiental, entre otras acciones, ha flexibilizado las medidas tendientes a proteger la Amazonia de la acelerada deforestación.

Para principios del corriente mes de mayo el mercado mundial  tenía un exceso de oferta de 16,5 millones de barriles diarios (MMb/día) de petróleo, lo que ha deprimido los precios hasta cerca de US $20/barril, situación que sólo podrían resistir países con costos de producción por debajo de US$ 25-30/barril, entre los cuales no estaría EEUU ni Colombia, con o sin fracking. Esta depresión durará hasta superar la pandemia y las economías se vuelvan a activar, y con el ello el consumo de hidrocarburos (y de carbón) nuevamente se dispare.

Jeremy Rifkin, un sociólogo norteamericano conocido por su libro The Hydrogen Economy (2003), la verdadera energía limpia del futuro y una gran oportunidad para países como Colombia, que con su abundantes recursos hidroeléctricos podría generar hidrógeno a relativamente bajo costo (tema sobre el volveré más tarde). En una reciente entrevista concedida a BBC News (“Estamos ante la amenaza de extinción y la gente ni siquiera lo sabe”), Rifkin advierte que la pandemia del Coronavirus no es una sorpresa para el mundo, y que todo lo que está ocurriendo se deriva del cambio climático causado por  la actividad humana que ha alterado los ecosistemas planetarios. “Si esto no cambia, los desastres naturales-pandemias, incendios, huracanes, inundaciones (..)-van a continuar porque la temperatura en la Tierra sigue subiendo y porque hemos arruinado los ecosistemas”.

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Dos hechos a considerar: 1) El cambio climático provoca movimientos hasta desplazamientos masivos de humanos y de otras especies animales; 2) la vida animal y la humana, ambas con sus propios virus se acercan cada vez más y  viajan juntos. Ya nada volverá a ser normal y la llamada de alarma a todo el planeta es a construir sistemas  que nos permitan vivir de una manera sostenible con los ecosistemas. Debemos, de manera responsable, asumir que estamos en el Antropoceno, la era geológica donde los humanos hemos llegado a tener la capacidad de transformar y/o destruir los ecosistemas y nuestra propia vida. Si no cambiamos hacia un “Buen Antropoceno”, vendrán más pandemias y desastres naturales: Estamos ante la amenaza de una masiva extinción de especies vivas, que nos incluye.

Como advierte Brigitte Baptiste, “la ola del cambio climático apenas empina la curva y no hay indicios de que tengamos capacidad de aplanarla ya: agradezcamos al covid-19, si en algo le queremos dar agencia, por su gentil ataque. ¡Nada ni nadie lo hubiera podido hacer mejor! Tomemos el actual confinamiento como un simulacro que nos prepare para la gran crisis que se nos precipita encima, si no hacemos nada o si seguimos como vamos con el Cambio Global.

Lo primero que debemos hacer es abandonar nuestra relación agresiva con el planeta y reemplazarla por una convivencia amigable con los ecosistemas, en la cual cada comunidad debe responsabilizarse de ver cómo establecer esa relación en su ámbito más cercano.

Volviendo a mi columna “Resignificar el desarrollo”, publicada hace varios años en este mismo espacio y a la tesis del “Desarrollo a escala humana”,  que postula que el desarrollo se refiere a las personas, no a los cosas y señala el error en que incurre el Capitalismo al considerar las necesidades humanas como crecientes e ilimitadas. Un mundo sin la energía barata de los combustibles fósiles, como se exige, obliga a replantear nuestras prioridades y limitar nuestro afán consumista impuesto por la moda y la competencia, la más nefasta es la carrera armamentista, a lo cual hay que sumar actitudes personales tendientes a reducir al máximo aquellas actividades que demanden mayor consumo de energía. Dejar de confundir necesidades con satisfactores, lo que nos lleva a priorizar nuestras necesidades básicas, a saber: Subsistencia, salud, protección, afecto, ocio, recreación, libertad, entendimiento, identidad y participación.

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Entramos a la crisis de nuestra civilización, donde el neoliberalismo y la globalización van a desaparecer, lo que exige soluciones glocales (repensarnos en términos locales) para desarrollar nuevas tecnología energéticas, de transporte y comunicaciones, entre otras, que permitan que el planeta siga siendo un mundo habitable. Sin demoras tenemos que emprender la gran revolución hacia el “Green New Deal Global” (El Nuevo Pacto Verde Global), un modelo de cero emisiones, asociado a toda una nueva cultura de convivencia con los ecosistemas y con nuestros congéneres, así como educarnos en la predicción y prácticas de reducción del riesgo por desastres naturales y/o originados en fallas humanas.

Empezar con restructurar la manera en la que organizamos nuestra economía, nuestra sociedad, nuestros gobiernos; por cambiar la forma como vamos a seguir habitando este planeta. La civilización de los combustibles fósiles tiende a desaparecer. Somos el planeta del agua, nuestros ecosistemas han emergido y evolucionado a lo largo de millones de años gracias al agua. El ciclo del agua nos ha permitido sobrevivir y desarrollarnos, y aquí está el problema del cambio climático, mejor del Cambio Global: por cada grado más de incremento en la temperatura, como consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero, la atmósfera absorbe desde el suelo un 7% más del agua lluvia, así como de los reservorios y corrientes naturales (mares, lagos, ciénagas y ríos), y este calentamiento es el que fuerza a las lluvias a precipitarse con mayor intensidad, más concentradas, provocando mayores y más frecuentes catástrofes naturales, en especial avenidas torrenciales e inundaciones.

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