Cien años de soledad, novela símbolo de una época

Autor: Lucila González de Chaves
4 junio de 2017 - 06:00 PM

La experta en Lenguaje Lucila González de Chaves comparte este comentario sobre la obra de Gabriel García Márquez, publicado  en el año 1967, pocos meses después de aparecer en las  librerías, el primero que se conoció en Antioquia.

Medellín

La novela de García Márquez, tan celebrada por los más y tan discutida por tantos, se desenvuelve en un lugar de la región del norte de Colombia: el supuesto Macondo; región hostil; sin embargo, los personajes van a tener más poder que la misma naturaleza.


Si se nos permite, pudiéramos decir que la obra se divide en tres partes, así: 

 1. Fundación de Macondo.   
 2.  Vida política, militar y social de Macondo.  
 3.  Decadencia y desaparición de Macondo.

 

Cada una de estas tres partes tiene sus típicos personajes: el primer Buendía, José Arcadio, el fundador: un iluminado que guía a su pueblo de acuerdo con sus propios sueños. Melquíades, el gitano, que lleva  progreso y adelantos civilizadores, un personaje que no quiere quedarse en el mundo de los muertos, y sigue asistiendo a Macondo desde su cuarto de inventos.

 

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Aureliano (no recordamos si es el primero, el segundo o el tercer Buendía de esta historia), que reparte su vida entre su esposa, Fernanda, y la amante, Petra Cotes. Esta última es quien ha hecho de los jóvenes de Macondo, hombres, y de los muchos hombres, indefensos niños.


Todos los Buendías  -la lista es larga-  son, en su orden y en su tiempo, personajes típicos, tanto hombres como mujeres, tanto los legítimos como los que no lo son.
Otra de las características de la novela es la mezcla de realidades y de situaciones legendarias, fabulosas: las levitaciones, el aburrimiento de Melquíades en el mundo de los muertos y sus constates apariciones, las que lo convierten en un permanente visitante de la casa-hotel-manicomio (que es la peculiar casa de los Buendías), el aguacero persistente, tanto de día como de noche; más exactamente: “Llovió cuatro años, once meses y dos días” (p. 267, primera edición, 1967);  -esta es un de tantas hipérboles del libro-, las mariposas amarillas que van anunciando el encendido amor del galán  de una de las Buendías, la lluvia de hojas que caen insistentemente a la hora de la muerte de la ya centenaria Úrsula de Buendía, etc.


Pero, volvamos a los personajes. Todos ellos viven sus vidas vulgares, ordinarias, en un escenario gris y sin relieves. La monotonía y el aburrimiento no logran amordazar las pasiones de este grupo de Buendías que pueblan las páginas de esta novela.


De todo hay en el mundo descrito por García Márquez: ya dijimos que el primer José Arcadio Buendía es iluso y visionario; pero, además es el hombre que tiene miedo a la realidad. Un soñador suele ser una cosa peligrosa. Y muy soñador es este Buendía que funda un pueblo y luego se construye un mundo interior: habla sin cesar de cosas que nadie oye y, un día, acaba atado al almendro de la casona.


Y Úrsula, la esposa de José Arcadio, batalladora e indomeñable, que asiste a los cien años del Macondo de su esposo.


Y Amaranta  -Buendía también-  que esconde bajo la máscara de la pureza y de la abnegación de buena tía, la vergüenza de una vida íntima poco limpia.

 

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El más célebre de los Buendías, el segundo: el Coronel Aureliano Buendía, quien promueve treinta y dos guerras  -y las pierde todas-, riega por todo el territorio colombiano diecisiete hijos: diecisiete Aurelianos, según la voluntad de Úrsula, la abuela y madrina de todos estos niños.
Este Coronel Aureliano es una mezcla extraña de dignidad y de cobardía, de ideales y miserias; igual a Petra Cotes, que reúne en grandes cantidades el pecado, la valentía y la generosidad.


No podemos pasar por alto a Santa Sofía de la Piedad, mujer silenciosa, solitaria e impenetrable, quien en algún momento de este apretado relato es madre de otro Buendía y que, al perderlo, se dedica a cuidar silenciosamente al Buendía de turno, quien ocupa el cuarto del gitano.


Fernanda, la esposa legítima de un Buendía soñador y andariego, desentona un poco en la casona, porque tiene aires de gran dama, de matrona de sangre azul. Quizás, por esto, Remedios la Bella (otra de las esposas de uno de tantos en esta casa de muchos) se eleva hacia el firmamento llevándose las sábanas recién lavadas de la distinguida señora Fernanda.


Rebeca, otra esposa de un Buendía, alivia sus tensiones emocionales regresando a sus vicios de infancia: chupa dedo, come tierra y cal; tal vez, por esto es por lo que vomita lagartijas vivas. Es ella la que da uno de los escasos toques románticos a esta obra: después de haber vivido un apasionado amor con José Arcadio Buendía (hijo o nieto del primer José Arcadio), cuando lo pierde, rompe con el mundo y se encierra a vivir de los recuerdos. (p. 139, primera ed., 1967).


En la novela de García Márquez predomina la narración.

 

 ¡Qué forma embrujadora de narrar! 
Son muy escasos los diálogos. En cambio, hay secuencias como el monólogo de Fernanda que abarca cuatro páginas en las que no hay un solo punto y aparte. Esta obra de gran excelencia narrativa, tiene sus toques de humor irónico, sus apreciaciones brillantes sobre la injusticia social, a raíz de la recién creada Compañía Bananera en Macondo, y cuya huelga marca la decadencia del pueblo. Leerla y entenderla es un poco difícil por la gran ampliación de ideas en muchas de sus partes y por la incansable repetición de los nombres que desconciertan y desorientan en el seguimiento de la trama.

 

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