Campañas

Autor: Álvaro González Uribe
8 febrero de 2019 - 09:05 PM

Es una obligación ciudadana conocer profundamente a los candidatos por quienes vayamos a votar, sea para el cargo que fuere.

El próximo 27 de octubre, en menos de nueve meses, los colombianos elegiremos 32 gobernadores, 1.102 alcaldes y cerca de 500 diputados y 11.000 concejales. Y no sé cuántos miles de ediles de juntas administradoras locales.

Eso es mucha gente.

Pero la multitud es muchísimo mayor si tenemos en cuenta los candidatos a dichos cargos: Una inmensa cantidad de mujeres y hombres de todo tipo que veremos, leeremos y escucharemos intentando convencernos de que son los mejores, de que cambiarán nuestras vidas, de que partirán en dos la historia de nuestros territorios, de que nos salvarán…

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Así son las campañas. Pero, ¿cómo hacemos para saber quiénes dicen la verdad?, ¿quiénes hacen propuestas realizables económica y legalmente? Eso es lo primero. Los ciudadanos debemos indagar bien para no ser engañados.

Resulta que en las campañas los candidatos a ser alcaldes o concejales -para solo mencionar dos tipos de candidatos aunque vale para todos- suelen prometer normas, obras y acciones que de ser elegidos no pueden llevar a cabo porque no son de su competencia legal. Ellos lo saben, aunque no todos porque la ignorancia también pulula. Uno oye candidatos a una alcaldía o a un concejo prometiendo cosas que solo pueden hacer un presidente, un general de la república, un sacerdote, un chamán o cada ciudadano sin que medie autoridad alguna. O nadie.

Pero, además, de sus bocas salen los elefantes innecesarios o impagables. Los primeros blancos, los segundos quimeras. Y eso para no hablar de los otros elefantes: Los que “a sus espaldas” introducen, pastorean, dan de comer y miman en sus apartamentos, casas o sedes en forma de dineros calientes, tamales, tejas y contratos.

Las campañas electorales me recuerdan un episodio del bello cuento de la gran escritora catalana Ana María Matute, “El saltamontes verde”: El simpático animal conduce a Yungo, el muchacho a quien le había robado la voz, a un mercado público dominical en una aldea. Allí le concede el poder de ver las palabras que salen de la boca de los vendedores y de varias personas. De algunos salían piedras que pesadas caían al suelo, de otros escapaban cuervos y de un tercero emanaban hermosas pompas de jabón que al elevarse eran picoteadas por los cuervos.

Los ciudadanos debemos aprender a ver los cuervos, las pompas de jabón o las piedras que salen de la boca de los candidatos. Para eso es la cultura política de la que tanto carecemos. Pero aun con esa falencia podemos hacer mucho si nos esforzamos.

Es nuestra calidad de vida -y hasta la misma vida- y la de nuestros familiares la que está en juego.

Es una obligación ciudadana conocer profundamente a los candidatos por quienes vayamos a votar, sea para el cargo que fuere. Desde el candidato a la junta administradora local de la comuna hasta el presidente de la república, pasando por el concejal, el alcalde, el diputado, el gobernador, el representante a la Cámara y el senador. Es nuestro deber votar y, además, votar a ciencia y conciencia y no por quien tenga más vallas, pasacalles, avisos de prensa, radio y TV, ni por quién nos parezca más bonito o bonita, o más simpático o simpática.

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Conocer qué propone cada candidato, saber si lo que propone es realizable según sus competencias y las posibilidades económicas y fácticas, y si beneficia el interés general y no a él, a sus socios o a unos pocos. Conocer su trayectoria y experiencia. Averiguar qué ha hecho y qué no ha hecho, tanto en su vida pública como privada, quiénes son y han sido sus aliados, qué intereses defiende y ha defendido y quiénes financian su campaña, entre otros aspectos.

Y hay algo clave: La confianza que cada candidato inspire. Por ejemplo, preguntarnos, ¿lo invitaríamos a nuestra casa?, ¿lo dejaríamos solo con nuestros hijos?, ¿le entregaríamos dinero o bienes en custodia sin ninguna garantía legal? No exagero ni bromeo, de ese calibre es el análisis. La escogencia de cada candidato debe provenir de la opinión íntima que el votante se forme mediando una mezcla de capacidades, trayectoria y confianza. No votar solo porque es veterano en el manejo de lo público o de lo privado pero tampoco solo porque es joven. No solo porque es hombre ni tampoco solo porque es mujer. No. El motivo debe ser una reunión de cualidades apetecibles aunque es natural y democrático que primen una o unas sobre otras.

Faltan menos de nueve meses. Empezó la gestación de nuestro juicio para votar. Y recuerden: Como se hace campaña se gobierna.

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