Arrogancia oficial, polarización y discursos incendiarios 

Autor: Héctor Jaime Guerra León
18 septiembre de 2019 - 12:00 AM

Hay que decirlo con todo respeto, pero de manera categórica porque es la verdad, la posición de nuestro gobierno frente a estos grandes dilemas tampoco ha sido la mejor.

Medellín

Héctor Jaime Guerra León

En medio del caos y del más confuso ambiente político y social se siguen acrecentando algunos de los problemas que hoy tienen a nuestro país y, especialmente al común de la gente – que somos las mayorías ciudadanas, en la más tremenda angustia y desesperanza.

Pese a los anuncios y a los muy seguros esfuerzos oficiales, crece el desempleo y, con él, la informalidad, el caos y la inequidad social. Ello no es sólo el resultado de las migraciones de los hermanos venezolanos que ingresan diariamente al territorio nacional buscando equívocamente una mejor vida; sino también y de manera muy significativa, por los incesantes desplazamientos que a nivel interno se siguen dando en nuestro territorio nacional y, quien creyera, inclusive al interior de las mismas ciudades, que ven como la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades hacen que la movilidad social informal sea cada vez más copiosa y agobiante.

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Hay que decirlo con todo respeto, pero de manera categórica porque es la verdad, la posición de nuestro gobierno frente a estos grandes dilemas no ha sido la mejor.

Nos hemos dedicado, con discursos grandilocuentes, e inclusive hasta incendiarios, a lanzar y contestar diatribas al vecino gobierno, quien testaruda e insólitamente insiste en mantener prácticas y posiciones que no sólo afectan su estabilidad y liderazgo internamente, sino que también han degradado de manera dramática las relaciones internacionales, en un juego diplomático extraño al cual pareciera sacarle provecho.

Mientras que ello sucede y los gobiernos de nuestros pueblos (Colombia y Venezuela) pelean, con posturas más arrogantes que racionales y objetivas, pues pareciera que la intención fuera la de mantener y prorrogar el diferendo, no arreglarlo, los problemas que pretenden componer crecen y pululan por doquier; poniendo en calzas prietas no solamente a los gobiernos territoriales –alcaldías y gobernaciones- que son a los que directamente perturban estos temas, sino también, ello produce un grave daño, perjuicio y descontento en la comunidad que es afectada con tan lamentables episodios; pues en las calles y parajes del país es en donde realmente se palpa esta triste realidad nacional, cuando la gente de bien se tiene que ver avocada, como en efecto sucede a diario, a tener que afrontar los efectos de descomposición y las múltiples delincuencias que producen la pobreza, el desespero y el desorden causado por quienes –como los migrantes y desplazados, no tienen más alternativa que conseguir su sustento, así para ello tengan que hacer uso de todo tipo de malsanas e ilegales prácticas, como el robo, el microtrafico, la prostitución, la mendicidad, etc, etc,. Ello realmente es caldo de cultivo para todo tipo de informalidades, degradándose -con ello- la dignidad humana de la nación hasta extremos realmente impensables.

La Política y la diplomacia son herramientas claves que existen en la democracia, para con ellas instaurar mecanismos y acciones que permitan, a través del diálogo y la concertación civilizada, restablecer el rumbo perdido cuando las relaciones humanas e institucionales -como las de los países (naciones)- se han deteriorado o estuvieren amenazadas por algún peligro que pudiere poner en riesgo la sana convivencia, la estabilidad, el bienestar y la armonía que son necesarias para la paz y la reconciliación que los gobernantes -como es su deber- deben buscar inaplazablemente, para otorgar a sus pueblos y comunidades los elementos básicos que se requieren para el mejoramiento de su calidad de vida.

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Aquí en Colombia infortunadamente nos estamos acostumbrando a la ineficaz y demagógica práctica de la diplomacia de los micrófonos. Elocuentes y muy llamativos discursos, pero que no se concretan en soluciones reales y eficientes, para encontrarle solución definitivamente a tan deplorables y deprimentes situaciones. Diera la impresión que la idea fuera alegar, pelear, discutir y ganar adeptos en esa contienda, así las soluciones al problema discutido no tenga la más mínima posibilidad de presentarse al mundo real. Da la impresión que nunca fuera la intención de los interlocutores de tan enconados, arrogantes y hasta pretensiosos pronunciamientos pasar del “dicho al hecho”; de la ofensa al diálogo proactivo; de la enemistad a la reconciliación verdadera y de lo meramente emocional a lo objetivo y racional. Si ello sigue siendo así, las esperanzas de Paz y de redención social y política que aún subsisten en el corazón de la inmensa mayoría de los colombianos, será de nuevo otra de las muchas frustraciones a las que ya estamos acostumbrados.

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