2018: Statu quo o cambio

Autor: Jorge Mejía Martínez
15 marzo de 2017 - 12:09 AM

La alternativa para los colombianos es entre conservar el statu quo que solo favorece a los mismos de siempre, o construir otro país generoso en las oportunidades hoy negadas

“Nunca antes las elecciones han representado tanto, porque serán entre democracia y revolución, entre libertad y opresión, entre civilización y barbarie” sentencia nuestro apreciado amigo José Alvear Sanín en estas mismas páginas de EL MUNDO el pasado 8 de marzo. Las huestes destructoras del actual sistema socio económico y político provienen de la “implacable determinación de la extrema izquierda leninista del eje Timo-Santos”.  “La unidad de las fuerzas democráticas es urgente. Afortunadamente ya empieza a ser reclamada por las voces más sensatas dentro del Centro Democrático y las bases conservadoras. Esta unidad debe extenderse hasta comprender los movimientos evangélicos y los católicos escandalizados por falsos pastores y clérigos de la teología de la liberación.” Para quienes piensan como José Alvear, fuera de ese conglomerado de fuerzas o “monolítico frente republicano”, además de la extrema izquierda santista, solo hay izquierdismo en cabeza de “chiflados” como Petro, Claudia y fajardo. Todo un leviatán.

Para la visión catastrofista, el comunista Juan Manuel Santos es el responsable de todos los males y achaques del amenazado statu quo colombiano, empezando por la pérdida de la Constitución y la “tridivisión clásica del poder, sobre la cual se edificó nuestra democracia, garante de las libertades políticas, religiosas y empresariales”.

Como el diagnostico anterior no es el resultado de la elucubración de cualquier ciudadano despistado, sino del análisis de un analista reconocido y admirado como José Alvear, no creo conveniente cerrar los ojos y hacer “mutis por el foro” por parte de quienes, así compartamos este valioso espacio de opinión de EL MUNDO, opinamos diferente.

Lo primero que llama la atención de esta visión hoy generalizada en un sector importante de la sociedad, es el afán de mostrar a Santos como el demonio responsable de todos los grandes males del país. Desde la desaparición de la clásica división de los poderes, hasta la corrupción y la debacle de la economía. El prejuzgamiento se condiciona para borrar de la memoria la Colombia de antes del 2010.

El excesivo presidencialismo, en detrimento de los otros órganos del poder público, es una característica consuetudinaria del régimen político nuestro. Herencia de la constitución del 86 no menoscabada por la del 91. El presidencialismo es un hermano gemelo del centralismo, más pronunciado con la reforma del famoso articulito de Álvaro Uribe para facilitar la malhadada reelección presidencial, que después quiso repetir. De la corrupción, ni se diga. Ningún gobierno levantó tantas alarmas como el de quien hoy se pretende erigir en el adalid de la anticorrupción. Muchos de sus miembros más significativos están en la cárcel o huyendo de la justicia.

La memoria selectiva no puede desconocer que Colombia es uno de los países más desiguales del mundo por ingresos y concentración de la riqueza, evidenciado desde cuando el coeficiente de Gini se convirtió en un indicador adoptado por la academia y los expertos. Lo más significativo de la pobreza nuestra no es que haya rebajado sustancialmente sino el cambio constante en los modelos para su medición (hoy se habla de “pobreza multimensional”); lo mismo ocurre con la inveterada informalidad, que del campo económico se extendió a lo social, cultural, institucional. Colombia, desde cuando se convirtió en república, no es un país generador de oportunidades en empleo, educación, salud, seguridad social, seguridad ciudadana, el agro. Las cifras de cualquier encuesta de calidad de vida del Dane o de cualquier entidad territorial, así lo indican.

El Estado colombiano es impotente para controlar todo el territorio; ejercer el monopolio de la fuerza, la tributación y la justicia (impunidad superior al 90%); y proteger a la gente de los violentos.

La mayoría de la población colombiana se hizo a la idea de que la precariedad de su existencia es resultado del destino. Que como se nace, se muere. El cambio de su suerte será obra de un mandato divino. La desesperanza se traduce en la apatía política. No importan las elecciones, las instituciones, ni los partidos. Etc. Etc. Etc.

En lugar de la disyuntiva planteada por el amigo Alvear Sanín y por quienes así piensan de “democracia o revolución” para enconcharse ante cualquier posibilidad real de transformación, la alternativa para los colombianos es entre conservar el statu quo que solo favorece a los mismos de siempre, o construir otro país generoso en las oportunidades hoy negadas. Para ese nuevo país, que debe terminar el cincuentenario y desgastador conflicto armado, se requiere el concurso de todos los colombianos. Así hayan empuñado o no las armas en el pasado. Militen o no militen en cualquier partido. Más mirada hacia adelante, menos hacia atrás. Statu quo o cambio, es el dilema en el 2018.                    

PD: no soy pro Santos, ni pro Timo. Ni pro Cuba, ni pro Venezuela.   

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