Foto: Cortesía
Héctor Abad Faciolince ha logrado reconocimiento gracias a su prosa. Su novela más famosa, "El olvido que seremos", toma su nombre de un poema, atribuido a Borges, que él encontró en el bolsillo de la ropa de su papá, el médico Héctor Abad Gómez, el día en que lo mataron.
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La poesía y la muerte están relacionadas en Héctor Abad Faciolince. Así lo es desde que, en su adolescencia, un amigo suyo que escribía poemas se suicidó. Tal vez por eso haya decidido llamar “Testamento involuntario” a su primer poemario: por la muerte. Porque, dice, le tiene miedo a la poesía.
Abad, quien ha logrado fama en Colombia como novelista y columnista, habla sobre el significado que para él tiene la poesía y sobre este primer libro de poemas.
“Empecé a los doce años. Durante mucho tiempo guardé mi primer poema en una hojita de cuaderno, después se me perdió. No sé si sea un gusto, un vicio o una calamidad. En todo caso, cuando tengo ciertos estados de ánimo, escribo poemas”.
“Si, como decía Moliere, todos hablamos en prosa, supongo que lo primero fue la prosa. Pero si todos los niños son unos creadores espontáneos de imágenes y de metáforas, puedo pensar que lo primero fue la poesía”.
“Más concentración, más musicalidad, menos ripio, menos cosas que sobran”.
“Es fácil de entender como un semáforo. Hay un antiguo poema japonés, de Monkai Kyorai, que se llama ‘Prosa y poesía’, y dice así:
‘Un severo palacio,
gélido, un ministerio
de asuntos importantes,
y de negocios, solo de negocios;
al lado un pero,
un melocotonero,
un jilguero’”.
“Es el alcaloide, la concentración más pura del don humano más común: la palabra”.
“Es el que escribe poesía buena, verdadera”.
“Casi nunca”.
“Quiero decir que no lo he escrito como un ejercicio de la voluntad, de la disciplina. Los poemas vienen solos, cuando les da la gana y no sirve de nada forzarse”.
“Porque nos acerca a lo más hondo y cierto del ser humano, y eso es peligroso. Lo que se ve no es bonito”.
“Porque creí que me iba a morir pronto, y cuando uno está seguro de morirse, se vuelve más valiente”.
“De mi cabeza, de mis lecturas, de mis cuadernos, de mis observaciones cotidianas, y de una voz interior que me los dicta a veces”.
“¿Por qué? La poesía no tiene porqués. Sale porque sí”.
“Hay tantos. Hoy, Szymborska, porque acaba de morirse. Españoles, los místicos: San Juan de la Cruz y Santa Teresa; pero también los profanos: Quevedo y Lope de Vega. Contemporáneos: Gil de Biedma. Pessoa, Kavafis, José Emilio Pacheco. Colombianos: De Greiff, Silva, Giovanni Quesseps, Jaime Jaramillo Escobar”.
“Este de Alberto Caeiro:
‘Ojalá fuera el polvo del camino
y que los pies de los pobres me estuvieran pisando...
Ojalá fuera los ríos que corren
y que las lavanderas estuvieran en mi orilla...
Ojalá fuera los chopos en las márgenes del río
y solo tuviera el cielo por encima y el agua por debajo...
Ojalá fuera el burro del molinero
y que él me golpeara y me quisiera...
Antes eso que ser el que va por la vida
mirando tras de sí y sintiendo pena...’”.
“Había terminado una novela: ‘Antepasados futuros’. La madre de mi primera esposa no quería que esta novela se publicara. Para no molestarla, decidí no publicarlo, al menos en vida. Cuando yo me muera, mis hijos, si quieren, la podrán publicar”.
Nació en Medellín en 1958.
Inició varias carreras en universidades locales como la Universidad Pontificia Bolivariana y la Universidad de Antioquia, pero no las finalizó. Se gradúo, finalmente, en la Universidad de Turín, Italia, del programa de lenguas y literaturas modernas.
Su carrera profesional, a parte de la literatura, la ha dedicado a la traducción de obras, al periodismo de opinión y a dictar conferencias en varios eventos de todo el mundo.
Su obra "El olvido que seremos" fue galardonada con el premio Casa de América Latina de Portugal. "Angosta", otra de sus obras, recibió en China el premio a la mejor novela extranjera del año, en 2005.