Thanatos o la pulsión de la muerte

Autor: Sandra Naranjo González
23 julio de 2020 - 12:01 AM

Con el progreso de la medicina y su triunfo sobre la enfermedad, la muerte se había mantenido adiestrada, las enfermedades podían ser graves pero no mortales, aumentaron las posibilidades de salvarse

Medellín

La actitud frente a la muerte puede parecer casi inmóvil en el transcurrir de los siglos, se sabe hoy día que el discurso sobre la muerte se convierte en una forma, entre otras, de una angustia difusa. Con la muerte inmoral de la Edad Media, los hombres de a pie se volvían mudos, se comportaban como si la muerte ya no existiera. Según Philippe Ariès, ese desacuerdo entre la muerte libresca, que continúa siendo prolija, y la muerte real, vergonzosa y silenciada, es, por demás, uno de los rasgos extraños pero significativos de nuestro tiempo. 

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El hombre fue, durante milenios, el dueño y señor de su muerte y de sus circunstancias, hoy en día ha dejado de serlo. En el Antiguo Régimen la muerte era raramente súbita, incluso en casos de accidente o de guerra, y a su vez este tipo de muerte era muy temida, no sólo porque no permitía el arrepentimiento para ganar el cielo, sino porque privaba al hombre del proceso de su muerte, de la muerte esperada; ésta era casi siempre anunciada en un tiempo en que las enfermedades, algo graves, resultaban casi siempre mortales, había que estar cegado para no ver sus signos, y algunos moralistas se encargaban de ridiculizar a aquellos singulares personajes que negaban las evidencias. 

Al respecto enuncia Philippe Ariès[1] que Tristán, el protagonista de Tristan e Isolda, la obra romántica compilada por Godofredo de Estrasburgo y llevada a la ópera por Wagner, “sintió que su vida se perdía, comprendió que iba a morir”. A su vez Dante Alighieri refiere, en La Divina Comedia, la clasificación de la muerte y su representación en los nueve círculos del infierno de acuerdo como se haya vivido. De igual manera Hesíodo plantea, como Dante, la muerte y el sueño como sínonimos hijos de la noche.

La introducción de lo alegórico a través del sueño habita en la mentalidad de la Edad Media y aún, en parte de la moderna, para difundir los preceptos católicos que tienen su representación en el inframundo, en las visiones del paraíso, del infierno, del cielo, del purgatorio y del limbo. Sin duda los enfoques apocalípticos estuvieron muy arraigados en el imaginario popular que tenían estrecha relación con el miedo a la vida, porque la vida estaba llena de placeres y en esa medida, lo bello era indigno[2] y la dicha y el deseo pecaminosos, lo cual hacía perder la salvación del alma; a su vez la vejez representaba la caducidad de la vida y la enfermedad que acercaba a la muerte.

Cuanto más se avanza en el tiempo y cuanto más se asciende en la escala social y urbana, menos siente el hombre, por sí mismo, que su muerte este próxima; hay que prepararlo y, por consiguiente, más depende de su entorno. Evidentemente, en el siglo XVIII el médico renunció al papel que durante mucho tiempo le fue propio y en el siglo XIX sólo habla si se le pregunta con una cierta reserva, los amigos no tienen ya que intervenir, pues es la familia, antes excluida, especialmente cuando se trataba de decisiones acerca de la muerte o de asuntos testamentarios, quien asume el acompañamiento del moribundo, la muerte de antaño era una tragedia a menudo cómica en la que uno representaba el papel del que va a morir, la muerte de hoy en día es una comedia siempre dramática donde uno representa el papel del que no sabe que va a morirse[3].

Con el progreso de la medicina y su triunfo sobre la enfermedad, la muerte se había mantenido adiestrada, las enfermedades podían ser graves pero no mortales, aumentaron las posibilidades de salvarse, de prolongar la vida, pero hoy nos damos cuenta, en medio de la pandemia, que la medicina no tiene respuesta para todo, que el covid-19 ha adoptado los rasgos repulsivos de las antiguas representaciones de la muerte, más aún que el esqueleto de la Danza Macabra del siglo XV, es la muerte actual

En la representación de aquella danza macabra solo figuraban hombres como depositarios de las funciones sociales, figura de dominio y autoridad, inquisidor y juez de la vanidad y la belleza caduca; hoy la danza muerte abarca a todos y agrupa otras representaciones, otros símbolos como el respirador que simula la vida, las bolsas donde se embalan los que mueren y hay que desaparecerlos a como dé lugar. Se muere a escondidas, en soledad, una clandestinidad efecto del rechazo y el miedo por una enfermedad que se resistente a ser eliminada y para la que aún no hay cura. Asistimos hoy a la emergencia de un estilo de muerte en el que la discreción aparece como la forma contraria a la dignidad y que deja, como lo hizo en la Edad Media la Peste, los despojos humanos y la devastación.

La gente muere cada vez más en el hospital, lugar que se ha convertido en el espacio de la muerte moderna, y si en otro tiempo era un rostro familiar y los moralistas tenían que hacerla repulsiva para provocar miedo, hoy se repite exactamente la misma consigna, conseguir el consentimiento de las autoridades para trasladarse a otra ciudad para acompañar en la agonía a una madre, a un padre o a un familiar cercano es imposible, porque ahora la vida requiere permiso para despedir la muerte y así, el horno crematorio sin asistencia de quienes sufren la pérdida, cobra mayor vigencia y solo quedan las cenizas de los seres amados a los que no se pudo despedir. No es posible el ritual funerario que ha tenido el objetivo de enmascarar las apariencias de la muerte y preservar en el cuerpo el aspecto familiar y gozoso de la vida, como lo describe Geoffrey Gorer[4], sino que hay una prohibición de conductas rituales frente a la muerte que incluyen su anulación y limitación.

En la actualidad basta sólo con nombrar la muerte por Covid-19 para desencadenar una tensión emocional incompatible con la regularidad de la vida cotidiana, con las consiguientes escenas que arrancan a las personas de su papel social y las violentan, esas escenas son el confinamiento continuo, las cuarentenas, las crisis de desesperación de los enfermos, sus gritos, las lágrimas de sus familias, la pobreza y el hambre y, en general, todas las manifestaciones demasiado exaltadas, demasiado ruidosas o incluso demasiado conmovedoras, que ponen en peligro la serenidad de un hospital, de un hogar, de una ciudad o de un país. 

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Hoy la sociedad ha privado al hombre de su muerte y sólo se la devuelve si no la utiliza para perturbar a los vivos, paralelamente prohíbe a los vivos mostrarse conmovidos por la muerte de los otros y no les permite llorar a los difuntos ni dar a entender que los extrañan, lo que no permite encontrar un solaz para su tristeza. Es así como en la sociedad capitalista de la “felicidad” y del “bienestar”, dónde no había más sitio para el sufrimiento, la tristeza y la muerte, donde, como lo enuncia Michelle Vovelle[5], había que actuar como si nada hubiera ocurrido a fin de permitir que los otros hicieran lo mismo, y que la vida social continuara sin que la muerte la interrumpiera, se asiste a la exigüidad y el anonimato de las sepulturas, al hacinamiento de los cuerpos, a la reutilización de las fosas, el amontonamiento de las cenizas, a la indiferencia frente a los cuerpos inermes de seres humanos, en suma, asistimos a la muerte prohibida que evidencia la fragilidad de la vida como un imaginario que crea una sensación de incerteza, casi mística, sobre el lsentido de nuestra existencia, así la vida y la muerte se representan como dos realidades entrelazadas.

 

 

[1] Ariès Phillippe, Historia de la muerte en occidente, desde la Edad Media hasta nuestros días, Barcelona, Acantilado, [1975], 2000.

[2] Huizinga Johan, “La idea de la muerte”, en: El otoño de la edad media, Madrid. Alianza, 1988.

[3] Ariès Phillippe, Historia de la muerte en occidente, desde la Edad Media hasta nuestros días, Barcelona, Acantilado, [1975], 2000. Ver: Ariés Phillipe, Western Attitudes toward Death: from the Middle Ages to the Present, Baltimore y Londres, The Johns Hopkins University Press, 1974.

[4] Gorer, Geoffrey , “The pornography of death”. En: Williamson, Jonh y Shneidman, Edwin (1965). Death Current Perspectives., Mountain View: Mayfeld Publishing Compagny

[5] Ver: Vovelle Michell, La muerte en occidente (La mort et L’Occident), París: Gallimard, 1983.  Vovelle, Michell, Ideologías y mentalidades. Barcelona: Ariel, [1982], 1985.

 

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