Sobre la transparencia

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
5 marzo de 2020 - 12:04 AM

No parecemos estar dispuestos a intentar la construcción de unas narraciones que nos aglutinen, una profunda desconfianza hace explotar el intento por construir nuestra historia.

Medellín

El horror y el terror nos derrotan por un instante, más o menos largo. El intervalo se define mientras se pone en obra un resorte de nuestra naturaleza humana que fue el mismo que venció en el pasado las dentelladas de saurios enormes, mamíferos mejor dotados para la depredación y más recientemente a los enemigos de la convivencia, la armonía y el sosiego elemental. Hoy quiero referirme a un núcleo o mejor una urdimbre, un entramado de ideas que pasan por la importancia que la filosofía le concede a la búsqueda de la verdad, su relación con los ideales de justicia, bienestar y la idea de utopía.

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¿Cuál es la verdadera capacidad que tenemos los seres humanos para decir la verdad? Tenemos la advertencia de los sofistas, que en el asunto eran escépticos; Protágoras, en particular, miraba con suspicacia la búsqueda de la verdad y señalaba que aquello que nos lleva hacia ella tal vez es el ánimo de ganar poder. Lo que nos lleva a ser racionales no es ello mismo racional, dirá otro pensador. La verdad en el centro de la vida, de la ciudad y de la mente es una propuesta de Platón y de la filosofía, pero esta misma disciplina académica la ha rodeado de especulaciones, dudas y vericuetos críticos. Ahora se nos dice que no hay más que consensos sobre lo que sean las cosas y se acepta la verdad como una construcción o un ideal inalcanzable, como el amor puro o la bondad sin reveses. En el otro extremo estaría Jesús proclamándose como el camino, la verdad y la vida. Más recientemente Foucault, un historiador de las ideas, nos indicó cómo nuestro compromiso con la sinceridad lo afecta el poder, la circunstancia y una serie casi interminable de condicionamientos que nos alejan. La verdad duele y mortifica y un sustrato humano que nos lleva en pos de ella nos conduce a conformarnos con fantasías y leyendas que permanente construimos. Puede ser la adaptación a los cambios orgánicos lo que nos acostumbra a tejer fantasías que arropen nuestro cuerpo con las imágenes necesarias para aceptar lo ineluctable; quizás mentimos porque le tenemos pavor a la muerte y no cesamos de confundirnos con los gestos de una incomprensión mayor.

Pareciéramos estar acostumbrados a decir que entendemos cuando apenas empezamos a mirar y así se inicia el hilo de los malentendidos y el de la mayor enfermedad humana: la imaginación mandando como la loca de la casa, todos mintiendo como locos. Un tiempo, así sea breve, de sinceridad y transparencia real, rompe velos, deja ver el hueso, nos descorazona, pero nos pone frente a una realidad que siempre reta nuestro cerebro: el universo no depende de nuestra mente y ella es definitiva pero más definitivo es estar frente al reto que la cotidianidad del mundo nos plantea.

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Esto más parecerá una utopía, pero reclamamos los colombianos un lugar para la justicia. Cosa estéril parece en un país que no la conoce sino en unas cuantas ocasiones. Hace algunos años un venezolano me llamaba la atención sobre algunos banqueros y algunos ministros colombianos en la cárcel y le parecía del todo ejemplar. No lo dudo, pero el panorama, hoy por hoy, es demoledor. No parecemos estar dispuestos a intentar la construcción de unas narraciones que nos aglutinen, una profunda desconfianza hace explotar el intento por construir nuestra historia y esto es una prueba de nuestro indeleble fracaso, nuestra insondable oscuridad.

 

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