Sobre la libertad de expresión en tiempos de las redes sociales 

Autor: Redacción
30 abril de 2017 - 06:00 PM

El coordinador del Pregrado de Periodismo de la Universidad de Antioquia, Juan David Londoño Isaza, analiza los límites de las redes sociales.

Medellín

Juan David Londoño Isaza
Coordinador
Pregrado en Periodismo
Facultad de Comunicaciones
Universidad de Antioquia

Especial para Palabra&Obra

 

Distintas circunstancias, unas recientes y otras distantes en el tiempo, han dado lugar a que se reflexione sobre los límites y alcances de la libertad de expresión. Casos  como el de la columnista María Antonia García, quien se refirió generando polémica sobre el fallecimiento del cantante Martín Elías en Twitter, o el caso distante (2009) del joven Nicolás Castro que dispuso de un espacio en una red social que tituló “Me comprometo a matar a Jerónimo Alberto Uribe”, han despertado discusiones entre los ciudadanos en las redes sociales y diversas reflexiones en los medios de comunicación, respecto de la naturaleza de la libertad de expresión. 


Estas polémicas son valiosas en sí mismas porque ofrecen elementos de comprensión que nos permiten, como ciudadanos, tomar consciencia de los derechos que nos asisten y de las responsabilidades que estos conlleva practicarlos. 


Como derecho, la libertad de expresión busca, de acuerdo con la Declaración universal de los Derechos Humanos, que toda persona pueda desenvolver y cultivar sus talentos en beneficio propio y de sus conciudadanos, a través de la deliberación, esto es, a través de la puesta en común de las opiniones, de tal suerte que estas se pongan a prueba por medio de la crítica. Solo a través de la deliberación y la crítica es posible que nuestros intereses, sean personales o colectivos, puedan ser llevados a cabo de la mejor manera. 


La libertad de expresión, en tanto derecho, pone de manifiesto mi propia condición de falibilidad, es decir, que estoy expuesto al error, que me equivoco, y si busco ser mejor, solo a través de la libertad de expresión podré perfeccionar todo aquello que nace de mis opiniones. Pero este derecho fundamental expone no solo mi propia falibilidad, sino también la del otro que busca y tiene derecho, como yo, de mejorar cuanto quiera a través de la puesta en común de sus opiniones. Así las cosas, este derecho me invita a estimar la vida del otro y de los otros por cuanto sus opiniones, como sus capacidades críticas, hacen posible que juntos podamos cultivar el desenvolvimiento humano. Cuando se tiene consciencia del valor de las opiniones de los otros en nuestras vidas, comprendemos las responsabilidades que nos demanda la libertad de expresión: la integridad física y personal de otros son valiosas y defendibles en sí mismas, por cuanto sus vidas aportan a la nuestra. 


En su obra Sobre la libertad (2007), el filósofo del siglo XIX John Stuart Mill propuso lo siguiente con respecto a la libertad individual, equiparable a la libertad de expresión:
“El objeto de este ensayo es afirmar un sencillo principio destinado a regir absolutamente las relaciones de la sociedad con el individuo en lo que tengan de compulsión o control, ya sean los medios empleados, la fuerza física en forma de penalidades legales o la coacción moral de la opinión pública. Este principio consiste en afirmar que el único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectiva, se entremeta en la libertad de acción de uno cualquiera de sus miembros, es la propia protección. Que la única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás”. (Mill 2007, 62)
Cuando obstaculizo o comprometo la libertad de expresión de otro, dificulto no solamente la posibilidad de que esa persona pueda desenvolver sus virtudes, sino que también le niego la ocasión a otros ciudadanos y a mi mismo la oportunidad de aprender  de esta persona. El derecho de expresarnos con libertad implica, entonces, una responsabilidad con el otro, un compromiso con su desenvolvimiento, de ahí la importancia de reflexionar sobre las intenciones que guardamos cada vez que nos servimos de la libertad de expresión: cuando se pone en juego la libertad de expresión de un individuo, se compromete dicha libertad para el género humano. 


La libertad de expresión nos invita a cultivar los sentimientos morales que hacen posible la democracia: la empatía, la solidaridad y la compasión. Ponernos en el lugar del otro nos facilita comprender y dimensionar los límites y alcances de sus opiniones, lo cual redunda en beneficio de la deliberación juiciosa que la libertad de expresión reclama. La comprensión que se consigue con la empatía nos allana el terreno para solidarizarnos, por cuanto estimamos con mejor fiabilidad las posibilidades de apoyar las ideas o propósitos de otros. La deliberación, al hacernos conscientes de nuestra condición falible, nos permite identificarnos con las imperfecciones del otro y, en vez de anularlo como ser humano en el uso de la palabra, se lo invitaría con el ejercicio de la libertad de expresión al mejoramiento continuo que solo, a través de la crítica, se logra. 


Cuando el propósito de desenvolver los talentos propios y ajenos se desdibuja al darle paso a improperios, insultos, injurias y calumnias, como las intervenciones en redes sociales arriba mencionadas, la posibilidad de comprender las opiniones de otros se limita, y con ella, la de ponernos en el lugar de otros y solidarizarnos. No es fácil renunciar a nuestras opiniones cuando se nos controvierte con argumentos más sólidos; no obstante, cuando la vanidad y el orgullo le ganan a nuestra sensatez, nuestro compromiso con la libertad de expresión nos invita a deponerlos para privilegiar con determinación el aprendizaje constante que se deriva de la discusión argumentada.


En suma, la libertad de expresión, si bien es un derecho que a todos nos reúne, cuando se estiman sus límites y alcances, se toma consciencia de la importancia que reviste para todo ciudadano la opinión y capacidad crítica del otro, por cuanto estas hacen posible  que nuestras ideas, y con ellas nuestra condición humana, puedan cultivarse y así desenvolverse.

 

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