Por un capitalismo social

Autor: José Hilario López
22 enero de 2020 - 12:00 AM

Thomas Piketty con su último libro “Capital e ideología” enciende una luz de esperanza en la posibilidad de superar el capitalismo y construir una sociedad más justa, basada en el socialismo participativo y en el federalismo social.

Medellín

Para cerrar la serie de artículos publicados en este mismo espacio sobre la desigualdad, uno de cuyos efectos más perturbadores es la captura de las instituciones democráticas por las élites económicas que concentran la riqueza. A mayor concentración de la riqueza mayor concentración del poder político, que se aprovecha para manipular las reglas de juego en favor de los poderosos, lo cual socava todo el sistema democrático. Por otro aspecto, cuando el éxito personal depende de la riqueza heredada, no de la trabajada, se debilitan los incentivos que permiten el emprendimiento y el mismo crecimiento económico.

Las sociedades propietaristas, como las llama Thomas Piketty en su reciente libro “Capitalismo e ideología”, surgieron en Occidente a finales del Siglo XVIII a raíz de la Revolución Francesa y la caída de las sociedades feudales, donde la propiedad estaba concentrada en la nobleza y en el clero.  La sociedad propietarista, que  llegó a casi a sacralizar el derecho a la propiedad privada, se impuso hasta la Segunda Guerra Mundial cuando surgió el comunismo soviético y con ello la bipolaridad, mas tarde llamada Guerra Fría entre Occidente liderado por  Estados Unidos y la Unión Soviética, confrontación que duró hasta la caída del muro de Berlín a fínales de los 80´s, periodo durante el cual el conflicto entre estas dos potencias impidió explorar alternativas al sistema capitalista, con excepción de la socialdemocracia, que empezó a consolidarse especialmente en Europa después de la segunda Guerra Mundial, bajo la amenaza del comunismo en franca expansión mundial. La caída del comunismo envalentonó al capitalismo y surge el neoliberalismo, fundamentado en el supuesto que el crecimiento de la economía es el principal motor del desarrollo, lo que incrementó la desigualdad principalmente en Estados Unidos y en el Tercer Mundo.

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La teoría marxista fundamenta los procesos históricos en la lucha de clases, y de allí la propuesta comunista de una sociedad igualitaria construible mediante la supresión de las clases sociales y del mismo Estado.  Piketty prefiere  utilizar el concepto de lucha de ideologías y la búsqueda de justicia como motores de la historia, de allí su propuesta de superar el capitalismo (mejor sería decir el neoliberalismo) y la inviolabilidad de la propiedad privada  a través de una sociedad justa, basada en lo que denomina “socialismo participativo y federalismo social”, que explicaremos a continuación.

Una sociedad justa para Piketty es aquella que  permite a todos sus miembros acceder a los bienes fundamentales de la manera más amplia posible. Entre estos bienes fundamentales se encuentran la educación, la salud, el derecho al voto y en general la participación plena en todas las actividades de la vida social, cultural, económica, cívica y política. La sociedad justa organiza las relaciones socioeconómicas, las relaciones de propiedad y la distribución de la renta y de la riqueza, con un propósito: que los miembros menos favorecidos puedan disfrutar de las mejores condiciones de vida posibles. Experiencias como la cogestión empresarial, establecida principalmente por las grandes empresas del área germánica y nórdica, ha facilitado compartir el poder corporativo y con ello la reducción significativa del conflicto social y la construcción de una sociedad más armoniosa. Una sociedad justa no implica uniformidad ni igualdad absolutas, pero mediante la equidad y la reducción de la desigualdad si se pude avanzar hacia sociedades más justas y pacíficas.

El socialismo participativo busca distribuir la riqueza para permitir que el 50% más pobre de la población posea una parte significativa del capital, y con ello participar de manera activa en la vida económica y social. Para ello es necesario generalizar la reforma agraria, transformándola en un proceso permanente que se extienda a la totalidad del capital privado,  lo que requiere, en otras acciones, establecer un sistema de dotación de capital asignable a todo joven adulto (a la edad de unos 25 años), capital éste que sería financiado mediante un impuesto progresivo sobre la propiedad privada.  Esta dotación de capital obtendría recursos mediante tres grandes impuestos, a saber: un impuesto anual progresivo sobre la propiedad, un impuesto progresivo sobre las herencias y un impuesto progresivo sobre la renta.

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Por federalismo social se entiende la unión de comunidades autogobernadas y soberanas, conformada  a través de diferentes niveles de federaciones y confederaciones locales, comerciales, regionales o nacionales, de tal manera que el poder político se distribuya y fluya de lo particular hacia lo general.

La socialdemocracia, que aún sobrevive en los países germánicos y nórdicos, es una experiencia que vale la pena investigar como ejercicio de aprendizaje, tanto en sus logros hacia la construcción de sociedades más igualitarias como en sus frustraciones. Entre 1950 y 1980, la edad dorada de la socialdemocracia, la desigualdad en rentas se redujo a niveles nunca antes registrados en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Suecia y Japón, así como en otros países europeos y no europeos. Esta disminución se explica en parte por la destrucción de valiosos activos patrimoniales causada por las dos grandes guerras mundiales, pero sobre todo por el establecimiento de políticas fiscales y sociales que permitieron estructurar sociedades más igualitarias. En la década de 1980 las sociedades socialdemócratas empezaron a debilitarse, en especial por no haber sabido afrontar la competencia de los otros países que optaron por el neoliberalismo.

La crisis del neoliberalismo llama a estudiar en profundidad la experiencia socialdemócrata, una igualdad inconclusa, como la llama Piketty.  Antes las amenazas que se ciernen sobre la democracia liberal la salida puede estar en la construcción de una sociedad más justa, basada en el socialismo participativo y en el federalismo social.

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