Parálisis cerebral

Autor: Darío Ruiz Gómez
26 febrero de 2018 - 12:09 AM

Preguntémonos no sólo por la degradación de la educación sino también por la utilización política del magisterio para llevar adelante estas estrategias

Una de las barbaridades de Lenin fue, además de reconocerse como el cruel estratega de la toma del poder revolucionario, el creerse filósofo, como lo recuerda Merleau Ponty, capaz, óigase bien, de “refutar a Kant “ y de justificar filosóficamente el terror como arma de “las masas explotadas” Leer hoy un deleznable texto como ¿Qué hacer? catecismo de cientos de revolucionarios de cafetería universitaria es darse cuenta de la manera fácil como, fabricando intelectuales marionetas, se llevó adelante la justificación de este desastre contra la humanidad. El llamado “lavado de cerebro” no fue otra cosa que la tarea de borrar en la conciencia de niños y adolescentes, de intelectuales rebeldes, cualquier mínimo recuerdo de lo que se consideraba la Historia burguesa para sustituirla por el inocuo presente de la llamada sociedad proletaria. ¿Cuál fue el objetivo de eliminar la enseñanza de la Historia de Colombia sino el monstruoso propósito de implantar en la mente de niños y adolescentes los llamados nuevos relatos de la “revolución triunfante”? Preguntémonos no sólo por la degradación de la educación sino también por la utilización política del magisterio para llevar adelante estas estrategias. Bajo este proceso de descerebramiento nuestros llamados “Ninis” no sólo son esclavos del smartphone sino de una visión primaria de la complejidad de la problemática que vivimos: “La culpa la tienen los paracos y ese h.p de …” dicho esto en ese amasijo de improperios obscenos que han propiciado las llamadas redes, o sea el lugar donde confluyen dos totalitarismos: el de una red que les permite eludir la responsabilidad ante la difamación y la injuria y un totalitarismo político que les ha simplificado la explicación de los problemas nacionales al servirles en bandeja la otra irresponsabilidad, la del maniqueísmo. ¿Para qué investigar los hechos, para qué ahondar en los procesos y coyunturas de la Historia con el fin de tomar una decisión propia si ya previamente el discurso totalitario se ha encargado de señalarles a los únicos culpables? “Sabemos qué cuestan las cosas, - nos recuerda Tony Judt- pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿Es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Es correcto? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Estos solían ser los interrogantes políticos, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlos”.

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Pero este “que volver a aprender a plantearlos” implicaría la presencia de una personalidad autónoma capaz de pronunciarse sin falsos mediadores sobre la gravedad de los acontecimientos que por falta de criterio ante ellos pueden acabar de precipitarnos en la anarquía social, en la aceptación por cobardía intelectual del populismo fascista, en el olvido displicente de las víctimas de este soterrado intento de destruir nuestras instituciones. ¿Intelectuales, Herr profesores que no han logrado pensar por sí mismos o se sienten huérfanos del dogma que les brindó cobijo? Y lo que estamos comprobando respecto a nuestras clases ilustradas, a nuestro Mainstream intelectual - tan excesivamente violentos en su condena a los del No en el Plebiscito- es que parecen haber entrado en una parálisis cerebral total, haberse precipitado ridículamente hacia el madurismo lingüístico, solazarse en esa forma de cobardía que son los continuos linchamientos mediáticos sobre el mismo personaje. 

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