Otras formas de conocer

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
18 julio de 2017 - 12:09 AM

Sabemos cuánto se aprende de humanidad y de medicina en fuentes alejadas del rigor  matemático de lo medible

Puede afirmarse que enfermar y morir son acontecimientos de carácter personal, biográfico: cada uno tiene su modo particular de hacerlo. A lo largo de los siglos la humanidad ha tenido sus modos individuales e históricos de enfermar y morir. Desde las heridas causadas por las fieras y las caídas, por los garrotes y piedras en el neolítico, hasta las plagas que aniquilaron poblaciones, pasando por las hambrunas o las temibles epidemias que asolaron –y aún están activas- a las distintas aglomeraciones humanas, a lo largo y ancho de la historia y la geografía. Con la ametralladora y los gases en los campos de la Gran Guerra se industrializó el modo de aniquilar a los ejércitos contrincantes. Pedro Laín Entralgo se ha referido a la cuestión del “relato pato-biográfico” desde su inteligente perspectiva del entendimiento de la medicina –arte y ciencia- como un área más del conocimiento humano sobre sí mismo. Para el pensador español la medicina es una rama de la antropología: es el saber del ser humano en cuanto sujeto sano, enfermo, sanable, enfermable, mortal. Todos –guardando misteriosas proporciones y diferencias- atravesamos o atravesaremos por aquellos críticos momentos impuestos por la fragilidad propia de la instalación corpórea, de nuestra condición genética, biológica, psicológica y social.

Para aproximarse a la no cuantificable realidad del ser humano enfermo –y para hacerlo de modo humano, humanizante- es necesario mucho más que lo que se ha llamado “medicina basada en la evidencia”, pues la visión cientificista y epidemiológica no es herramienta única para entender y afrontar el dramatismo de la expresión de lo contingente de cada persona.

Lea sobre cientifismo

Sabemos cuánto se aprende de humanidad y de medicina en fuentes alejadas del rigor matemático de lo medible. No se trata solamente de la descripción de los datos numéricos a que en ocasiones se pretende reducir la condición del enfermo. ¡Cuán aficionados somos en esta peligrosa era del ‘transhumanismo’ a pretender cuantificar cada situación asignando “scores”, sistemas de grados y de estadiaje a las circunstancias! Al nacer hablamos del Apgar, al morir del Karnofsky. Solemos hacer referencia a cuestionables criterios de “calidad de vida”; sin omitir la importancia práctica de ello, acudimos en la rutina clínica a la inacabable asignación de valores numéricos a cuanta variable fisiológica se nos ocurre. Pero todo ello es parcial e insuficiente.

Hay que recordar, como lo hace acertadamente Louise M. Rosenblatt, que otras fuentes del saber humano nos enriquecen y nos regalan perspectivas de aproximación a los otros y a nosotros mismos. Las artes, la literatura, el cine, son inagotables minas de riqueza humanística que tiene insospechadas utilidades para la relación terapéutica… “Cualquiera que sea su forma –poema, novela, drama, ensayo-, la literatura vuelve comprensible las miríadas de formas en las cuales los seres humanos hacen frente a las infinitas posibilidades que ofrece la vida. Y siempre buscamos algún contacto estrecho con una mente que expresa su sentido de la vida…”

Vea sobre las preguntas éticas del científico

La realidad humana, llena de anhelo por lo bello, lo justo, lo verdadero, jamás se reduce a la cuantificación objetiva del deterioro cronológico y natural a que estamos genéticamente expuestos y determinados. Siempre habrá algo más, esa tensión al infinito que nos impulsa a seguir buscando sentido, como en los versos de Barba Jacob: “Yo anhelante… ebrio de mi fantasía, y la eternidad adelante, adelante… adelante…”

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