Las Novelas ejemplares: El licenciado Vidriera

Autor: Lucila González de Chaves
27 abril de 2017 - 02:00 AM

El lector se entretenía con aventuras de naufragios, combates, adulterios

Antes de finalizar el siglo XVI, ya Cervantes había escrito algunas de sus novelas, tales como: Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeño, El curioso impertinente, Historia del cautivo.

Las dos notas características de las Novelas ejemplares son: el arte de la concentración y el arte de la sugestión. Lo que distingue y separa la novela cervantina de la novela italiana son: su extensión, su honestidad literaria y el anticiparse a la novela moderna.

En la época del Renacimiento, en la novela se fundían: el valor estético, el interés y la curiosidad que ella despertaba. El lector se entretenía con aventuras de naufragios, combates, adulterios...

Que el novelista se dedicara a los temas insólitos era, en ese tiempo, una ley, una constante estética que regía de manera absoluta la novelística anterior a Cervantes.

El estudioso Luis Rosales, quien nos recuerda la acertada afirmación de Cervantes de que unos cuentos tienen la gracia en sí mismos, en el argumento, y otros en la manera de narrarlos, retoma este concepto para dividir y clasificar dichas novelas: están aquellas en las que el valor predominante – al estilo italiano – está en el argumento, algunas de las cuales son: El amante liberal, La fuerza de la sangre… Y aquellas que – a la manera cervantina – tienen su valor en el estilo, tales como: Rinconete y Cortadillo, El licenciado Vidriera, El coloquio de los perros.

Entre las Novelas ejemplares, ocupa un puesto muy destacado El licenciado Vidriera. Esta novela es un conjunto de sentencias unidas por una sencilla trama: Tomás Rodaja se vuelve loco al ser víctima de un hechizo, y se imagina que es de vidrio.

La locura le despierta el ingenio y él asombra a quienes lo escuchan con sus agudas observaciones. Cuando recupera el juicio se va a Flandes.

Ocurre que una dama llegada de Italia se enamora de Tomás, pero él atiende más a sus libros que a los requiebros de la dama. Ella, al verse desdeñada y casi aborrecida, ayudada por una morisca, le dio a Tomás un membrillo envenado para doblegar su voluntad.

Todos los “remedios que le hicieron solo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no lo del entendimiento; porque quedó sano y loco… Se imaginó que era de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se le acercaba, daba terribles voces, pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen porque le quebrarían: que real y verdaderamente él no era como los otros hombres, que todo él era de vidrio, de pies a cabeza”.

Cuando los muchachos se le acercaban, él los detenía con una vara, diciéndoles:

“¿Qué me queréis muchachos, porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas?”

Uno de los muchachos le dijo:

“Señor Licenciado Vidriera, yo me quiero desgarrar de mi padre, porque me azota muchas veces. Y él le respondió:

“-Advierte, niño, que los azotes que los padres dan a los hijos, honran; y los del verdugo, afrentan”.

Su locura y sus respuestas se volvieron famosas por toda Castilla, un príncipe mandó por él:

“-Sepa el señor Licenciado Vidriera que un gran personaje de la Corte lo quiere ver. A lo cual respondió:

- Vuesa merced me excuse con ese señor; que yo no soy bueno para palacio, porque tengo vergüenza y no sé lisonjear”. (p. 26)

Un estudiante le preguntó si era poeta y él respondió:

“-Hasta ahora no he sido tan necio ni tan venturoso”. El estudiante le dijo: “No entiendo lo de necio y venturoso”. El Licenciado explicó:

“-No he sido tan necio que diese en ser poeta malo, ni tan venturoso que haya merecido serlo bueno”.

En una plaza pública declaró:

“El juez no puede torcer o dilatar la justicia; el letrado, sustentar por su interés nuestra injusta demanda; el mercader, chuparnos la hacienda; finalmente, todas las personas con quien de necesidad tratamos, nos pueden hacer algún daño; pero quitarnos la vida sin quedar sujetos al temor del castigo, ninguno: solo los médicos nos pueden matar y nos matan sin temor y a pie quedo, sin desenvainar otra espada que la de una receta”. (p. 30)

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