La noche de las brujas

Autor: Darío Ruiz Gómez
16 abril de 2018 - 12:10 AM

No puede llamarse lengua a un palabrerío manipulado por ideologías desacreditadas, capaz de decir que no es verdad lo que los ojos certifican.

 

La noche de Walpurgis es una tradición popular alemana. Es la noche en que sobre el cielo oscuro todas las brujas y lémures se convocan en un vértigo de brincos, chillidos detrás de los cuales se esconden las criaturas de las catacumbas, el hedor de los muertos insepultos, de los huesos desconsolados de quienes sufrieron la brutalidad de una injusticia. Nada tiene que ver con el doméstico y festivo aliento del Halloween norteamericano lleno de niños pecosos, de brujas que reparten caramelos. No hay nada más terrible para la lucidez que lograr captar detrás de estos desmanes de ultratumba aquello espantoso que las gentes no alcanzan a ver: la tragedia escondida detrás de quienes beben y folgan sin darse cuenta de la catástrofe inminente que desatará el horror y el espanto –entonces el nazismo ad-puertas- apoderándose de todos los lugares, de los ojos de los recién nacidos y las palabras, sobre todo las palabras se arrugarán como hojas secas frente a la estampida de las gentes. Karl Kraus murió en 1936 pero sus reflexiones sobre la crisis de la sociedad alemana en ese terrible periodo de entreguerras cuando ésta se va precipitando en la irracionalidad , constituyen la cima de un pensador cuya clarividencia aún nos estremece al constatar que sus lacerantes reflexiones continúan describiendo nuestras actuales situaciones, la mediocridad que nos impide calibrar lo que entraña una catástrofe moral cuando una sociedad pierde sus guías espirituales y cae en manos de oscuros demagogos. La tercera noche de Walpurgis fue su último y estremecedor texto donde avisa a los negligentes, a las almas tibias sobre las consecuencias del desastre que él descifra primeramente en la corrupción de los periódicos, en ese seudolenguaje donde se degrada la tarea de la palabra al ser sustituida por la falsedad de la propaganda. Una prostituta puede ser redimida, decía con su causticidad habitual, pero ¿quién podría redimir a un periodista? No pues el periodista que es carne de verdad como Camus, indagatoria permanente sobre el acontecer histórico y el desvalido ser humano como en Ortega y Gasset sino hoy el fabricante imperturbable de “Fake News”, de verdades posmodernas lanzadas a destajo y a capricho de lo que pida el poder, aquel que adultera un texto o un video para distorsionar el significado de una información, aquel que fabrica un enemigo de la “paz” pero desconoce los derechos del opositor a pensar diferente. Kraus no habla de la corrupción porque al describir con exactitud amarga un estado de vileza general nos recuerda que lo que pone al descubierto el derrumbe, es la putrefacción : el nepotismo, el tráfico de influencias, los carteles del robo a la educación, a la salud, los carteles de abogados para el crimen organizado, la prevaricación, las viviendas mal construidas, el robo del dinero de los niños y los epilépticos, pero igualmente la muerte de las ilusiones, la estafa de la revolución social por parte de burdos narcotraficantes disfrazados de mesías ateos. ¿Cómo ejercer justicia desde una lengua desacreditada?

Lea también: HD Thoreau, la escritura de la niebla

No puede llamarse lengua a un palabrerío manipulado por ideologías desacreditadas, capaz de decir que no es verdad lo que los ojos certifican porque como recuerda Gabriel Albiac invocando a los clásicos, “corromper el lenguaje es la raíz de todas las corrupciones”.

Además: El esperpento político

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