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Autor: Pedro Juan González Carvajal
5 diciembre de 2017 - 12:09 AM

Para poder aspirar a tener memoria debe haber primero plena conciencia de lo que sucedió, ya sea como testigo directo o como producto del estudio de las distintas fuentes que se tienen disponibles

Para los miembros de mi generación, la fecha del 2 de diciembre marcó un hito, pues ese día, a principios de  diciembre de 1992, fue dado de baja Pablo Escobar, ya hace 24 años. ¡Parece que fue ayer! La idea vendida era que con la muerte de Escobar, el tema del narcotráfico adquiriría otra dimensión y tendía a eliminarse. Lamentablemente, las consecuencias inmediatas fueron muy distintas: se incrementó la inseguridad, pues la única persona que podía mantener a raya a sus lugartenientes era el propio Escobar, y al morir, la diáspora fue completa y cada quien tomó su propio rumbo. Paralelamente, el lucrativo negocio del narcotráfico, con la estrategia aún vigente de la penalización, ha seguido creciendo, como consecuencia directa al incremento permanente de la demanda. Años aciagos no superados del todo, que lamentablemente marcaron de una manera indeleble a nuestra sociedad, con los criterios, no del dinero fácil, sino del dinero rápido, de las actividades al margen cercano de la ley y de la cultura consumista y materialista que angustia sobre todo a los jóvenes, por conseguir todo ya, inmediatamente, generando cierta crisis de ansiedad que deteriora y altera los ritmos de vida.

Lea también: Rubores

Por otro lado, el pasado 1 de septiembre se cumplieron 85 años de la invasión Peruana a Leticia, que nos dejó penosas experiencias, al no haber contado en esa fecha con un ejército preparado, y porque a pesar del triunfo militar, terminamos cediéndole territorio a Perú y posteriormente a Brasil, entregando de por medio, grandes riquezas auríferas. Ante la penosa realidad de que nuestras generaciones recientes no han estudiado Historia elemental, pues dicho tema fue retirado de la mayoría de las instituciones durante los últimos 30 años, quiero traer del recuerdo un fragmento del Himno compuesto para animar a los colombianos de cara al hecho violento por parte del Perú: “Colombianos se acerca la hora/ que sonó en Boyacá y Juanambú/ Colombianos se acerca la hora/ vamos todos con rumbo al Perú./ Un soldado traidor y asesino/ ha querido a Colombia ultrajar/ el deber nos señala el camino/ vamos pues a morir o a triunfar”./

Hoy se habla mucho de la memoria, pero lamentablemente para poder aspirar a tener memoria debe haber primero plena conciencia delo que sucedió, ya sea como testigo directo o como producto del estudio de las distintas fuentes que se tienen disponibles. Para quien no ha tenido la oportunidad de aproximarse a la historia desde lo académico, queda la posibilidad de hacerlo desde su propia iniciativa e interés, o si no, simplemente aproximarse a ella a través de interlocutores, cada quién con su propio relato, de acuerdo con sus propios intereses. Es lamentable que para coyunturas de tanta importancia como las que vive el país en la actualidad, la gran mayoría de la población no tenga bases ni información consistente para poder atreverse a opinar con algún nivel mínimo de conocimiento y de propiedad. Una educación seria, debe generar conciencia geográfica e histórica. Sin conciencia geográfica e histórica, el individuo no puede aspirar a ser ciudadano, y si no es ciudadano, es simplemente un miembro anodino de una pretendida sociedad inculta. Acá la libertad de expresión no debe confundirse con la posibilidad de hablar disparates y proponer críticas o alabanzas, sin tener una ilustración básica de los asuntos a tratar. La civilización se fundamenta con argumentos, criterios y carácter. Caer en posturas democratiqueras de que cualquiera tiene derecho a expresar sus opiniones es válido, sin confundirlo con el derecho a expresar babosadas, enrarecer el ambiente y hacerle perder el tiempo al desafortunado interlocutor de turno.

Vea también: Lo políticamente correcto

Retomemos las palabras del filósofo Emilio Lledó: “A mí me llama la atención que siempre se hable, y con razón, de libertad de expresión. Es obvio que hay que tener eso, pero lo que hay que tener principal y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirven si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente?

Mientras coexistimos y convivimos con el sainete permanente, insistimos en la posibilidad de reconstruir el añorado Teatro Junín como el Centro de Espectáculos que la ciudad merece.

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