¿Qué pasó en Medellín?

Autor: Editor
16 enero de 2017 - 12:00 AM

Medellín es la ciudad de Colombia que mejor funciona; 

Ricardo Chica

Medellín es la ciudad de Colombia que mejor funciona; la que (como resultado de tener notables capacidades de gestión en los sectores público y privado) tiene mejor resuelto su problema de movilidad (particularmente de transporte masivo). Además tiene un clima privilegiado, aspectos estos en los que descolla frente a Bogotá y Cartagena, con sus severos problemas de movilidad, su caos administrativo y sus climas extremos. La actitud innovadora frente a los problemas, cuya implementación incluye los parques del Río, ha sido reconocida internacionalmente. Pero estas ventajas y logros contrastan con un problema severo de contaminación cuya dimensión social es aún más grave que la ambiental. 
Para alguien que visitó Medellín hace décadas (durante las cuales vivió en varias ciudades de tres continentes que sirven como punto de comparación), la calidad de vida de Medellín y su carácter hospitalario se ha deteriorado severamente. Esto es así no solamente, y ni siquiera principalmente, por la contaminación en el valle de Aburrá, que, combinada con el calentamiento global, se ha traducido en un alza molesta de las temperaturas. El contraste con décadas atrás es mucho más impactante en el funcionamiento social de sus habitantes, de manera que sus avances reconocidos internacionalmente en acumulación de varias formas de capital institucional y conocimiento se ven contrarrestados por una aguda desacumulación de capital social. 
Se trata de la extensión generalizada de conductas de desconsideración y de agresividad, particularmente en el tráfico automotor, que tiene efectivamente el carácter de una contaminación erosionante del funcionamiento social constitutivo del capital social de la ciudad. ¿Qué fue de la amabilidad paisa? Nuevamente el contraste con Bogotá y con Cartagena resulta iluminador. El tráfico en la primera es agobiante y en la segunda es caótico; pero a estas características en Medellín se agrega algo que como expresión de una falta de respeto por la vida y la integridad del otro (que se manifiesta también en una pauperización extrema presente en el centro) resulta siniestro. 
¿Cómo interpretar y como explicar que el busetero en las vías arterias principales y el yuppie maton (en su camioneta Mercedes) en las vías de los sectores exclusivos, como también los motociclistas, se tiren (en sus maniobras agresivas contra otros conductores) encima de otros vehículos y del peatón (o del ciclista), aun en las supuestas cebras (que parece en Medellín ya no son divisadas por los conductores), como si la vida de este no valiera medio? En parte tiene que ver con ese aspecto siniestro relacionado con el valor de la vida humana, que también se manifiesta en la forma de maniobrar de los motociclistas (en este caso la propia, quienes se mandan a altas velocidades por entre los automóviles parados llevándose espejos como arroz); aspecto que requiere para su explicación de involucrar hipótesis como la forma como el funcionamiento social traqueto permeó otros sectores sociales y el cual justifica el término contaminación refiriendo a lo contagioso de esas conductas y a su impacto como externalidad sobre todo el colectivo. En parte también con la desconsideración que lleva al patancito de El Poblado a mandarse en contravía en la ciclovía por la calzada opuesta como si no hubiera ciclistas o peatones en ella. 
Pero estos desconsideración y ventajismo agresivos no solamente resultan desagradables, e incluso intimidantes, sino que son muy graves en términos de desarrollo económico. Como planteé en El Tiempo, estas “formas de interacción social en las que cada individuo prioriza su ventaja personal inmediata por encima del bienestar colectivo, así como de ausencia de una institucionalidad capaz de implementar e imponer soluciones cooperativas, determinan el estancamiento de la acumulación socialmente productiva de capital social y capital conocimiento, cuando no su destrucción… (lo cual remite a)… la incapacidad del sistema educativo colombiano de favorecer la madurez psicológica necesaria para que el individuo articule una alteridad sujeto de derechos; su incapacidad de ayudarle a acceder al concepto de bien común, entendiendo así que las soluciones cooperativas redundan en ganancias para todas las partes del colectivo; en fin, su incapacidad de generar un sistema de valores en que la consideración y la solidaridad, y no el machismo y el ventajismo, reciban el rédito y la admiración sociales”. Para ponerlo en términos de moda en Medellín generalizándolo a otros aspectos, esa actitud afecta incluso la viabilidad de la Innovación al deteriorar la confianza-confiabilidad que ella requiere, pues (como lo escribí en Portafolio) estos “comportamientos oportunistas destruyen (esa) confiabilidad-confianza obligando a asumir tales costos de transacción (a diseñar contratos que cubran todas las eventualidades de esos comportamientos) que hacen imposible la cooperación tecno productiva y el flujo del conocimiento que ella involucra; costos que, más generalmente, hacen muy difícil una actividad económica cuya fluidez seria facilitada (y abaratada dramáticamente) por un capital social funcional (pues) la desconfianza entre los empresarios es un obstáculo casi insuperable en el diseño de esquemas cooperativos”. 
¿Pero es exagerado identificar la raíz de estas dificultades, que contrarrestan la reconocida capacidad de innovación social de Medellín, como la misma de la descrita destrucción de capital social en Medellín? No lo es pues se trata en ambos casos de la misma actitud de desconsideración por el otro y sus derechos o de la desconfianza generada por ésta. Aún más: mientras el otro (ajeno a la tribu: familia o empresa, club o iglesia) no apele a nosotros (tanto en la negociación como en la calle) en tanto sujeto de derechos, no habrá ni paz ni desarrollo, ni en Medellín ni en todo el país. 
*Consultor Económico 

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