|
Hace ya varias semanas, acaso meses, cuando (a raíz de lo dicho por el presidente Santos en el sentido de que el fallo de La Haya era inaplicable) Ortega reclamó más aguas y derechos, adicionales a lo que arbitrariamente se le había concedido, y de contera la disparidad entre las dos naciones creció, un oficial naval ruso, de alto rango, declaró que su país apoyaría a Nicaragua con sus propias armas en caso de un conflicto con cualquier vecino en el Caribe. Obviamente se refería a Colombia, con quien Nicaragua mantiene su mayor disputa, y no a Costa Rica, que en lo militar no cuenta, por no tener ejército, ni quien la socorra metiendo el hombro por ella. Tampoco se refería a Panamá, cuyas diferencias sobre límites son adjetivas al lado de las que tiene con nosotros.
Las palabras del oficial ruso fueron dichas para que se oyeran en Bogotá. Y, después de dichas, no fueron rectificadas en Moscú. ¿Cómo iban a serlo si nuestra Cancillería (dirigida por una dama exquisita, hecha más para las relaciones públicas que para la diplomacia, que confunde con el protocolo) nunca se pronunció al respecto, ni siquiera para pedir una aclaración, como si no se hubiera enterado ¿Pero si se enteró?, según cuentas. En lo que al país atañe, solo vino a saberlo en estos días, tras el episodio de los bombarderos Tupolev que surcaron nuestro espacio aéreo sin permiso. O sea que tamaña amenaza, explícita y probada, nunca desmentida sino corroborada por el silencio del Kremlin, se la ocultaron a Colombia sus autoridades. ¿Con qué objeto? Cualquiera que hubiera sido, diría yo, aún el más pertinente y ajustado a la seguridad nacional, el que mejor cubriera nuestros intereses o el que más conviniera a nuestra diplomacia (si es que tenemos una como prospecto claro), cualquiera, en fin, que hubiera sido el objeto estimado o invocado, no excusa el que no se haya alertado a los colombianos sobre un peligro de semejante calibre , anunciado además. Hay cosas que no es dable esconder en aras de la diplomacia, o de supuestos o reales intereses superiores del Estado, cuando es el gobierno, por sí solo, sin la intervención vigilante del Congreso y la prensa, el que define cuáles son éstos.
La reciente invasión de nuestros cielos, atrás mencionada, nos asombró por la frescura con que se hizo y con que respondió Moscú, o ha dejado de responder, al tímido reclamo colombiano. Ese cinismo hoy sí lo entendemos, pues antes hubo una provocación peor -en tono de rotunda, tajante advertencia- y el gobierno, que se sepa, no solo no reaccionó sino que le ocultó el hecho al país. País cercado por unos vecinos que buscan prosternarlo, silenciarlo por el miedo, convertirlo a su credo, sumarlo a su eje planetario, en la muy ejemplar e instructiva compañía de Cuba y Norcorea, bajo la protección del dragón chino y el oso ruso, que no son dos mascoticas cualesquiera sino un par de fieras voraces , mortíferas , que la naturaleza, la historia y la leyenda conocen de sobra.