Editorial

Los silencios de la Canciller韆
14 de Junio de 2013


Gracias a sus silencios, nuestro gobierno ha sido objeto de ofensas y mentiras que enga馻n a la opini髇 venezolana y desconciertan al pueblo colombiano.

En desarrollo del libreto cuidadosamente preparado para distraer la atención del pueblo venezolano mientras le siguen recortando derechos y libertades, como en su momento lo hicieron los hermanos Castro con los cubanos, los herederos del coronel-presidente inventan cada día una nueva agresión verbal contra el pueblo de Colombia, que aguanta amenazas y calumnias con la paciencia del santo Job, último recurso que tiene ante los silencios con que su Cancillería enfrenta los chantajes de un gobierno que parece sentirse autorizado para arreciar en sus embates.


Ante su incapacidad para resolver la escasez de alimentos y bienes básicos y la crisis de credibilidad que resulta de la certeza del pueblo venezolano sobre el fraude en las elecciones que lo llevaron a la Presidencia, el gobierno de Nicolás Maduro ha apelado al antiguo expediente de los sistemas totalitarios, usado con eficiencia por el nazismo y el stalinismo, de fabricar un enemigo común útil al interés de reconstruir el prestigio perdido y desviar las conversaciones públicas hacia temas y problemas inexistentes.


La reunión, legítima y respetable, del presidente Santos con el doctor Henrique Capriles, candidato que con sólidos argumentos reclama revisar el resultado de las elecciones venezolanas, fue usada como piedra de escándalo para una campaña de agravios que sirve al interés de revivir el anticolombianismo como estrategia para unir a una sociedad, hoy profundamente escindida, alrededor de un desgastado nacionalismo. La apelación a una estrategia que los venezolanos ya conocen, y que muy probablemente no estarían dispuestos a aceptarle a un gobierno ilegítimo e incapaz, podrá calar entre algunos sectores de opinión, no por la eficacia de Maduro sino por la incapacidad del gobierno colombiano de defender la dignidad nacional, así tenga que marcar distancias con los herederos de su “nuevo mejor amigo” y obligarse a asumir la dirección de las negociaciones de La Habana. 


Y es que, mientras el país se indignó con las agresivas declaraciones del canciller Jaua y el diputado Diosdado Cabello y el retiro del embajador Chaderton de la mesa de negociaciones, tras el encuentro, legítimo y legal, del presidente Santos y el doctor Capriles, el mandatario colombiano se limitó a anunciar su interés de mantener las “buenas relaciones” -¿aquellas en que un vecino grita a otro que se calla, son “buenas relaciones”?- con el gobierno de Venezuela. Además, pasaron dos semanas antes de que nuestro gobierno nos contara que el señor Maduro había sido informado con antelación sobre ese encuentro. Dice la canciller Holguín que ella no conoció la respuesta del Sr. Maduro, pero algunos medios bogotanos han afirmado que manifestó no verla problemática. 


Gracias a sus silencios, nuestro gobierno ha sido objeto de ofensas y mentiras que, una encima de la otra, engañan a la opinión venezolana y desconciertan al pueblo colombiano, que no tiene entiende por qué calla ante acusaciones ilógicas, aguanta chantajes inaceptables y no reacciona, al menos con una nota de protesta, ante calumnias inadmisibles como la de que este país quiere exportar su guerra a Venezuela, repetida en Ginebra por el canciller Jaua, que se encuentra en gira de lobby ante la alta comisionada de Derechos Humanos de la ONU y el enjambre de medios mundiales de comunicación congregados en esa ciudad. Su declaración de que “la misma paz que queremos para el pueblo colombiano (…), queremos preservarla para el pueblo venezolano y eso es lo que queremos que el gobierno colombiano entienda” pretende envalentonar a sus socios del Alba y los de las Farc, que se seguirán valiendo de esta gritería para amenazar un proceso al que han sido convidados por generosa oferta del pueblo colombiano.


El presidente Santos tiene la oportunidad de retomar la iniciativa en las relaciones con el vecino camorrero, para declararle que, no obstante  su interés por tener buenas relaciones, no está dispuesto a ser trompo de poner de un régimen que no tiene otro interés que la validación del sistema castrista en América Latina, sin miramientos y sin escrúpulos. ¿Será capaz nuestra Cancillería de reconocer que le llegó la hora de defender la dignidad nacional?