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La “prosperidad” de las bandas neonarcoparamilitares, conocidas también como `bandas criminales´ o `bacrim´, ha crecido paralela con el agrandamiento desbordado de las ciudades reiniciado a causa del nuevo desplazamiento rural hacia las ciudades a finales del siglo XX. El primero, el causado por la llamada Violencia, la liberal-conservadora de mediados del mismo siglo, transformó a los villorrios y ciudades medianas en las grandes capitales de finales del siglo pasado (Russell W. Ramsey la divide en 4 etapas, desde el 9 de abril de 1948 hasta 1965, cuando según él termina, aunque se podría controvertir que Colombia ha sido una noria de violencia). En ese entonces, el diligente empresariado colombiano, con el gobierno a la cabeza, aprovecharon el desplazamiento para producir grandes riquezas a costa de la innumerable, hambrienta y aterrorizada mano de obra que fue llegando a las ciudades. Fue entonces cuando se planeó y ejecutó, en el último gobierno del Frente Nacional -el del conservador Misael Pastrana-, el Plan de las Cuatro Estrategias del economista Lauchlin Currie. El auge de la gran industria fabril comienza ahí, al igual que la gran banca actual despegó también ahí con la construcción, pagada a plazos por las clases populares y medias, agradeciendo el favor (Upac). Pero la solución urbana no cobijó a todos. Los más desheredados de la fortuna que también llegaron, comenzaron a transformar las ciudades no con base en el Plan Currie de Misael, sino a la bartola, como pudieron, obedeciendo las leyes que produce la miseria, guareciéndose en ranchos de madera y cartón que fueron dando paso a ladrillos pegados y techos de zinc o eternit, que luego se reemplazaron con “planchas” de cemento para otro piso –los que lo lograron-, como solución de vivienda en préstamo o arriendo para quienes salvaran su vida y llegaran. Se formó así una laberíntica geografía de terrazas, calles y recodos que entonces “no se le paró bolas” y se la dejó tal cual y que hoy es el refugio desde donde se cultiva esta diaria ‘plomacera’ y donde se pueden organizar las atalayas para defensa y ataque de los “combos” que pertenecen a las bandas neonarcoparamilitares o de los grupos de milicianos de la guerrilla.
Sólo por el crecimiento demográfico de quienes ya están ahí –sin contar con más desplazamientos- el tamaño de las mismas ciudades y poblaciones desbordará el actual y cualquier expectativa de desarrollo equitativo para ellas, inmensas e injustas hoy, será pequeña. Pero los desplazamientos continuarán, por lo visto. Los problemas llegarán entonces a lo impredecible, porque no hay voluntad de mejoramiento por parte de quienes, por recursos y liderazgo, podrían emprender las soluciones que acucian. Cualquier medida o actividad que intente siquiera el análisis público sobre la redistribución de la riqueza en Colombia con una función verdaderamente social, con la consiguiente merma de privilegios –ni siquiera abolición-, se rechaza con mezquindad. Por ejemplo: la actitud asumida por uno de los grandes gremios de la producción como es el ganadero, frente al foro sobre tenencia de la tierra, convocado en Bogotá, a comienzos de este año. Su Presidente José Félix Lafourie desistió de ir a plantear allá los respetables puntos de vista de su agremiación. Algo peor ha sucedido con la llamada Ley de Tierras, aprobada en este gobierno. Sería extenso seguir citando ejemplos.
La peor degeneración que ha sufrido el conflicto, por su misma dinámica –como consecuencia de este nuevo desborde urbano de quienes ya nacieron en la ciudad- es la actual introducción y manipulación de los menores de ambos sexos en él, como actores de la guerra, que se está dando en los sectores populares de las ciudades. Los valientes, documentados y escalofriantes informes de Deici Johana Pareja M., del periódico EL MUNDO de Medellín (por su nombre, muy joven, al parecer), son una muestra de lo que está ocurriendo en las ciudades colombianas.