Editorial

De la gloria a la ignominia
23 de Octubre de 2012


Tremenda lecci髇 para el deporte mundial, en todas sus modalidades, aun cuando ser韆 ut髉ico pensar que su pr醕tica vaya a estar libre de trampa y doping.

La figura de Lance Armstrong despertó extraordinaria admiración en niños, jóvenes y viejos de todo el mundo, no sólo por sus excepcionales condiciones como ciclista, que lo llevaron a conquistar resonantes victorias, entre ellas una sorprendente seguidilla de siete títulos del Tour de Francia entre 1999 y 2005, sino por haber ganado, antes de aquella hazaña, la batalla más importante de su vida contra un cáncer de testículos, y por haber puesto fama y recursos al servicio de la causa humanitaria de lucha contra la enfermedad a través de su fundación "Livestrong".


Cuesta trabajo creer que toda esa gloria se haya venido a pique y que hoy el señor Armstrong viva la ignominia del despojo de todos sus títulos deportivos, por cuenta del uso sistemático, a lo largo de su carrera, de sustancias y procedimientos ilegales para aumentar su rendimiento y el de sus compañeros de equipo. ¿Cómo es posible – se pregunta un lego en esas materias – que un ciclista de esa talla pudiera dar negativo en centenares de pruebas antidopaje y que, en cambio, Floyd Landis, su compatriota, ganador del Tour de 2006, fuera casi inmediatamente despojado del título por ese motivo?


La respuesta se puede encontrar, con lujo de detalles escabrosos, en el informe de la Agencia Antidopaje de los Estados Unidos – Usada -, una investigación de mil folios – que el lector interesado puede consultar íntegra en la web www.usantidoping.org – donde abundan las pruebas y testimonios de que alrededor de la figura de Armstrong y con su total aquiescencia, participación y liderazgo, se montó una confabulación dentro del US Postal Pro Cycling Team para burlar toda clase de controles. A juicio del director de la Usada, Travis Tygart, “… allí se puso en marcha el programa de dopaje más sofisticado, profesionalizado y exitoso que el deporte haya conocido en su historia”.


En el fraude participaron los médicos Michele Ferrari y Luis García del Moral, ambos sancionados de por vida, así como el director del equipo, el ex ciclista belga Johan Bruyneel, entre otros directivos y miembros del cuerpo técnico. La sustancia de la que más se abusó fue la eritropoyetina (EPO), por sus grandes efectos en materia de resistencia al cansancio. Después de otro gran escándalo, el llamado “caso Festina”, en 1998, las agencias antidopaje establecieron en el 2000 el test de detección de EPO y el ciclismo fue uno de los primeros deportes en aplicarlo, pero, por lo visto, los del equipo de Armstrong se las ingeniaron para burlarlo. Aparte del EPO, cuyos peligros para la salud de los deportistas están ampliamente documentados, Armstrong y sus coequiperos – las confesiones de 15 de ellos fueron clave en la investigación– utilizaron para las carreras las transfusiones de su propia sangre, un método indetectable a los controles tradicionales.


Con todo ese arsenal probatorio, el 24 de agosto pasado la agencia norteamericana suspendió a Armstrong a perpetuidad y anuló todas sus victorias desde 1998, pero como su competencia estaba limitada al territorio de los EE.UU., debió someter su informe a consideración de la Unión Ciclística Internacional, UCI, para que ésta ratificara o negara la sanción en lo relativo a los triunfos en el exterior. Después de casi tres meses en los que la poderosa organización estuvo bajo el escrutinio público y la acusación de sus detractores de haber sido, si no cómplice por lo menos negligente y laxa con el deportista y su entorno, este lunes produjo la sentencia más drástica de su historia: “Armstrong no tiene lugar en el ciclismo”.


Tremenda lección para el deporte mundial, en todas sus modalidades, aun cuando sería utópico pensar que su práctica vaya a estar libre de trampa y doping. Pero alienta que todavía existan organizaciones como la Usada, cuyo profesionalismo y sentido de la ética puso a prueba, por encima de un falso nacionalismo y de poderosos intereses comerciales y particulares, derribando de su pedestal a quien se había consagrado fraudulentamente como el máximo ídolo del ciclismo estadounidense y uno de los más célebres del mundo.