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Por estos días se realiza en Bogotá el seminario internacional “Adaptación al cambio climático y las locomotoras del Desarrollo”, organizado por la Fundación Friedrich Ebert de Colombia y el Foro Nacional Ambiental, y aun cuando no se han dado a conocer ampliamente sus deliberaciones y conclusiones por tratarse de un “evento cerrado”, según advierten sus promotores, nos llamaron la atención las opiniones de uno de sus conferencistas invitados, entregadas a un diario capitalino que titula así la entrevista: “Exportar energía es absurdo”.
No ponemos en duda la importancia de un foro en que se analiza qué tan preparado está el país para adaptarse convenientemente a las drásticas variaciones del clima, sin que ello implique detener la marcha de la economía ni dejar de aprovechar las inmensas riquezas que nos dio la naturaleza. Por eso no podemos estar de acuerdo con la tesis del señor Peter Newborne en relación con la explotación de nuestros recursos hidroeléctricos, en el sentido de que “los gobiernos deberían aprobar proyectos que busquen suplir sus necesidades energéticas internas, pensar en la construcción de pequeños embalses en lugar de defender la idea absurda de exportar energía”.
El señor Newborne -con título en Humanidades de la Universidad de Oxford y Maestría en Desarrollo en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París y actualmente Investigador Asociado del Overseas Development Institute, en Londres- participa, por lo visto, de un gran movimiento mundial contra el ambicioso proyecto de construir 150 embalses a lo largo del río Amazonas, que lidera Brasil y del cual hacen parte también Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.
Brasil, tanto en el gobierno Lula como en el de su sucesora, la señora Dilma Rousseff, ha tenido enormes tropiezos para llevar adelante su proyecto más avanzado, el de Belo Monte, al que se oponen con falacias, más que con argumentos, las organizaciones ecologistas y de indígenas, con respaldo de poderosas Ong europeas, principalmente. Uno de los supuestos, en que se basó un juez federal para ordenar hace poco más de un año la suspensión de las obras, es que el embalse “podría interrumpir el flujo del río Xingu, uno de los principales afluentes del Amazonas”. El Gobierno, a través de la agencia de Medio Ambiente de Brasil, Ibama, que expidió la licencia ambiental, sostiene que son infundados esos temores y, por el contrario, además de ser un proyecto crucial desde el punto de vista económico, dada la gran demanda de energía derivada del acelerado crecimiento, también es socialmente indispensable para llevar electricidad a 23 millones de hogares. La hidroeléctrica de Belo Monte está proyectada para producir 11.233 megavatios y sería la 3ª más grande del mundo, después de la Presa de las Tres Gargantas en China y la de Itaipú, en la frontera entre Brasil y Paraguay.
Dice el señor Newborne que “el levantamiento de una represa trae inevitables consecuencias que se agravan en la medida que el proyecto sea más ambicioso”. Habla de “desplazamiento de poblaciones, deforestación y cambios en la dinámica de los ecosistemas”. Eso es verdad en términos relativos y es obvio que ningún desarrollo, llámese hidroeléctrico o de cualquier tipo, puede adelantarse sin planes de mitigación de eventuales efectos negativos que, puestos en la balanza, resultan compensados por los grandes beneficios esperados. Pero lo que no nos pueden venir a decir los expertos europeos es que los latinoamericanos “pensemos en pequeño” a la hora de explotar nuestros recursos naturales, cuando los grandes de Europa se hicieron amos del mundo por hacer precisamente lo contrario.
Los embalses para las centrales hidroeléctricas, aparte de producir energía, constituyen los más poderosos reguladores de las crecientes e inundaciones; de ellos se surten muchos de los acueductos de agua potable y los sistemas de riego de cultivos. Para no hablar de su aprovechamiento como atractivos turísticos, lugares de esparcimiento y práctica de deportes náuticos. En Colombia ya estamos muy curtidos para creer que una gran represa es sinónimo de desastre ambiental. ¡Que no nos vengan con cuentos!