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Así como nos congratulamos con los progresos académicos y científicos de nuestra “Alma Mater de Antioquia”, por muchas razones la segunda en importancia del país y la única esperanza de redención por la educación que tienen cientos de miles de jóvenes de nuestro terruño, también tenemos que expresar nuestra indignación y salir en su defensa cuando un puñado de delincuentes terroristas se toma sus instalaciones y las convierte en un insólito campo de batalla con las fuerzas del orden democrático.
Es absolutamente repudiable lo que sucedió el miércoles, poco después del medio día, cuando las actividades académicas, investigativas, culturales, deportivas, que caracterizan la tranquila cotidianidad del centro de estudios, fueron abruptamente interrumpidas por el estallido de decenas de “bombas-papas”, activadas por vándalos, que cubren cobardemente sus rostros con capuchas. En un plan preconcebido, se habían tomado previamente las porterías de acceso a la ciudad universitaria, asegurando sus puertas con cadenas, excepto la que da salida a la estación del Metro, seguramente para tener por allí una escapatoria tras su buscado y provocado enfrentamiento con la Policía. Una encerrona criminal que pudo generar una grave tragedia, pues la reacción natural de la gente en esas circunstancias es la de tratar del huir del peligro aun cuando no haya una orden previa de evacuación.
Hay un elemento nuevo en el accionar terrorista de los encapuchados, pues a las tradicionales “bombas-papas”, que los universitarios se habían acostumbrado a ver como simples artefactos para llamar la atención y que sólo resultaban peligrosas para quienes las manipulaban, ahora se suman otros explosivos mortales. En el barrido que hizo la Policía Metropolitana al campus universitario, después de la refriega, se hallaron 21 papas explosivas sin detonar, dos bombas químicas con ácido sulfúrico, tres kilos de pólvora negra y cinco kilos de mezcla explosiva. Con esas armas de guerra no convencional, los delincuentes atacaron el Teatro Universitario, un cajero electrónico de la Cooperativa de Profesores, y causaron daños cuantiosos en otras instalaciones. Pero lo más repudiable fue el ataque con una granada artesanal contra el patrullero de la Policía, Uriel Andrés Rincón, de 26 años, tan joven como muchos de los que hoy tienen el privilegio de ir a la universidad y no la valoran o no saben defenderla de quienes quieren destruirla. Nuestro abrazo solidario al padre de dos niños y a su familia, que ahora pasan a engrosar la inmensa lista de lisiados y damnificados por cuenta de los violentos de todos los pelambres.
Desde esta tribuna nos solidarizamos con la comunidad universitaria y respaldamos el vehemente llamado que han hecho el Consejo Superior y el Consejo Académico en pro de un Pacto Social por la defensa del Alma Mater de Antioquia. En sesión extraordinaria, el máximo organismo que preside el gobernador Sergio Fajardo, examinó los panfletos y grafitis de los encapuchados, que dicen pertenecer a una tal “Unidad Revolucionaria Clandestina”, y concluyó que la acción terrorista fue impulsada por gentes extrañas a la institución pero con apoyo de integrantes de la comunidad universitaria.
Si eso es así, estamos de acuerdo con la convocatoria del Consejo de Decanos a decir “¡No más!” a quienes “actúan en nombre de todos para defender lo que nadie les ha pedido que defiendan”. Pero así como acompañamos a la autoridades universitarias en su demanda a la Fiscalía y a los organismos judiciales para que investiguen y castiguen a los responsables de los delitos que se cometieron el miércoles en el campus universitario, también creemos que al interior de la Universidad deben extremarse las medidas de seguridad, emprender una campaña de desenmascaramiento de quienes apoyan o participan de grupos terroristas, y aplicar ejemplarmente las sanciones disciplinarias que establecen los reglamentos universitarios para quienes rompen la normalidad de la vida académica.