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Nikos Kazantzakis y la obsesión por Dios
Autor: Olga Elena Mattei
16 de Octubre de 2005


La vida de Nikos Kazantzakis fue abordada en la más reciente charla del Ciclo "Historia de la Terquedad" organizado por el Centro Colombo Americano.

Oscar Hincapié

En 1927 fue publicada en Atenas una obra capital para comprender el pensamiento filosófico y teológico de uno de los escritores más sobresalientes dentro del panorama de la literatura contemporánea, el cretense Nikos Kazantzakis (1885-1957). Dicho texto, traducido al español a mediados de los años sesenta, está titulado en latín: Ascesis, Salvatores Dei.

Esta obra, sin embargo, no se queda en la mera exposición del pensamiento del escritor; ella, ante todo, es la carta de navegación que orientó el proceso de escritura de la producción literaria de Kazantzakis. Sus novelas (La Última Tentación de Cristo, Zorba El Griego, El Pobre de Asís, Carta al Greco, Cristo de nuevo crucificado, etc.), sus piezas teatrales (Sodoma y Gomorra, Cristóbal Colón, y Constantino Paleólogo), y sus raras pero impresionantes poesías (El jardín de rocas y La Odisea -ésta última, por cierto, es el poema más extenso en toda la historia de la literatura occidental; consta de 33.333 versos-) están regidas por las ideas que supo sintetizar en Ascesis.

Hago énfasis en el verbo sintetizar porque allí se condensan, en forma de aforismos (Ascesis fue escrita en aforismos, igual que las grandes obras de Nietzsche), varios de los textos y pensamientos que invadieron día y noche el cerebro y el corazón de Kazantzakis, a saber: El Teeteto de Platón; el Libro del Génesis o Bereshit Hebreo; el Nuevo Testamento; las ideas impartidas por Sidharta Gautama Buda en torno al desprendimiento; y, fundamentalmente, el concepto de evolución propuesto por Nietzsche, Marx y su gran maestro Henri Bergson.

En apariencia, es decir, vista como un mixtura ideológica, Ascesis podría llegar a provocar la misma sensación de las mezclas indigestas. No obstante, esta obra dista de ello, pues cada letra suya, cada frase, cada capítulo compone un pensamiento fresco y supremamente inquietante, el cual, dicho sea de paso, no sólo fue capaz de estremecer los cimientos de una cultura europea anquilosada en medio de las mortíferas guerras mundiales, sino que, además, provocó un malestar sin precedentes en la jerarquía eclesiástica ortodoxa y en el poder político de su amada Grecia. De otro modo no podríamos explicar el porqué Kazantzakis fue perseguido por el clero y las autoridades helénicas; por qué su obra Ascesis: Salvatores Dei fue puesta en el index de los libros prohibidos; y, sobre todo, por qué fue excomulgado de una iglesia en la que participaba como sacerdote convencido del bautismo en Cristo.

"Venimos de un abismo oscuro, terminamos en un abismo oscuro. Al espacio de luz entre esos dos abismos lo llamamos Vida." De este modo comienza Ascesis. Este aforismo inicial contiene, a mi juicio, los aspectos fundamentales de todo la obra kazantzakiana. Tratemos de ampliar esta afirmación: El abismo es Dios enmascarado. Dios se ha puesto ésta primera máscara (es la primera de muchas que tendrá su rostro) para no dejarse ver a simple vista. Ese abismo oscuro, que en realidad es Dios, cumple dos tareas iniciales: la primera es crear la materia. La segunda es insuflarse en ella en forma de energía o soplo vital (igual que el ruaj hebreo del primer capítulo del Génesis). En el instante en que ambas potencias entran en contacto, emerge la vida. El asunto, sin embargo, se torna violento, ya que éstas dos fuerzas, por voluntad del universo, se contraponen. Dios, dice Kazantzakis, así lo ha querido: "En los cuerpos vivos luchan dos corrientes: una tiende hacia la composición, la vida, la inmortalidad; la otra tiende hacia la descomposición, la materia, la muerte. Ambas tienen su origen en la fuerza primordial".

En la novela La Última Tentación, el personaje principal ha comprendido muy bien ésta voluntad cósmica. De hecho el narrador, desde que ésta comienza, tiene muy claro que la imagen planteada alrededor de Cristo le servirá para intentar "reconciliar aquellas dos fuerzas cósmicas antagónicas, para hacerles sentir que no son enemigas sino que, por el contrario, están asociadas". Quizá fue por esa reconciliación hallada en La Última Tentación que ésta fue su última gran novela. Sus búsquedas como escritor llegaron a la madurez. Al poco tiempo de haber terminado ésta obra, junto a otra titulada Carta al Greco, Kazantzakis retornó al abismo.

Sea como fuere, es claro que para el escritor neohelénico más popular de la contemporaneidad, la vida es el escenario donde luchan perpetuamente Dios y la materia. Cada vida, por ínfima que sea, contiene la imagen de Dios combatiendo, sangrante y untado del barro de la materia que se empeña en no dejarlo salir a flote. Por eso, en cada gesto vital, Dios corre el peligro de perecer. Dios será entonces una entidad débil pero luchadora, que necesita del universo material que Él mismo ha creado para manifestarse algún día en forma de espíritu. Y esto, justamente, fue lo que intentaron vislumbrar los personajes de todas las obras kazantzakianas, especialmente el último, el único que logró visionar tal combate antes que todo el mundo: Cristo. Otros personajes, sin embargo, también lo hicieron, si bien de una manera un poco más tardía: Zorba, Buda, Mahoma, Nietzsche, Francisco de Asís, etc.

En suma, la obra de Kazantzakis es una especie de canto elegíaco cuyas tonadas procuran correr los velos que impiden al hombre escuchar, en su propio corazón, los gritos de socorro que Dios está emitiendo. Dios se está ahogando porque el hombre no lo deja salir de sus propias entrañas. Dios corre peligro. Dios necesita del hombre. Dios debe ser salvado por el hombre. Si éste no se abre paso en sí mismo para que Dios emerja, todos al unísono podríamos llegar a gritar: Dios ha muerto.

Esta transmutación en el orden teológico causó muchos sobresaltos, sin embargo también produjo una colección de obras literarias invaluables, obras en las que muchos personajes se obsesionaron por Dios gracias a que lograron comprender que su papel en el cosmos era permitir, simplemente, que el mismo Dios los devorase, bien a través de la muerte, bien a través de un éxtasis incontenible similar al de Zorba (Alexis El Griego) cuando no podía parar de bailar; o al de Francisco de Asís (El Pobre de Asís) cuando lloraba de infinita alegría porque lo había perdido todo; o al de Manolios (Cristo de nuevo crucificado) cuando, representado el papel de Cristo, perdonaba sin remilgos a quienes de verdad lo crucificaban; o al de la viuda Katerina (Cristo de nuevo crucificado) cuando buscaba el cielo en el cuerpo de todos sus amantes; o al del mismísimo Nikos Kazantzakis (Carta al Greco) cuando no podía dejar de escribir, pues su éxtasis literario fue tan grande que sólo dejó de hacerlo unos minutos antes de que el misterio del abismo oscuro lo llevara de vuelta al punto de origen.



(Serie preparada por el Centro Colombo Americano con el apoyo de la Universidad Pontificia Bolivariana y el periódico EL MUNDO).

( KAZANTZAKIS, Nikos. Ascesis, Salvatores Dei. Barcelona: Trad. Delfín Leocadio Garasa. Planeta. 1968. p. 959.

( _________. La Última Tentación. Bogotá : El Fortín. Trad. Roberto Bixio. 1988. p. 7


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