Palabra y obra

Eso que llaman amor and other solitudes
Eso que llaman amor y otras soledades
Autor: Daniel Grajales
16 de Diciembre de 2016


En su película Eso que llaman amor, el cineasta antioqueño Carlos César Arbeláez deja ver una Medellín cotidiana, narrada a través de historias de desamor y lucha.


Foto: Cortesía 

El director Carlos César Arbeláez espera que los actores naturales que eligió para su película capten el interés de la crítica.

Cualquier bar del centro de una ciudad es el recinto diario de citas inesperadas. En  sus mesas y sillas, narradores de historias van contando sus vidas sin saber que alguien los escucha. Algunos relatos son amorosos, otros de dolor y lágrimas. 


De repente toma asiento una mujer, y junto a ella el hombre enamorado con quien decidió tener un hijo, a quien ahora rechaza por sus ingresos mensuales, ganados en el rol de estatua humana. También hay mesa para un padre que va a encontrarse con su hija, una mujer adulta, quien no le confiesa al viejo que el dinero que le da para gastar proviene de vender amor, de subastar una noche, de entregar su cuerpo. 


Esa esquina que huele a café y hojaldre, une a un señor que busca la más barata de las tortas que dan vueltas en una vitrina de vidrio con dos estatuas humanas que comparten algo de comer comprado con las monedas que recaudaron después de un largo día.


El extranjero y el local se encuentran en cualquier parque de asfalto, siendo apenas pequeñas partes del multicolorido plano que pintan de tonos millones de caminantes más. 


Puede ser cualquier ciudad, sí, pero es Medellín, la Medellín de Carlos César Arbeláez, director de Los colores de la montaña, quien volvió a la cartelera colombiana para poner a la urbe en la que vive en la pantalla grande.  La presenta sin criticarla, sin señalar sus calles y sus gentes, en silencio, como invitando a que sea el espectador quien la descubra.


Se trata de Eso que llaman amor, película que mira las clases sociales, las etapas de la vida, las migraciones y los sueños; que habla de violencia, de desempleo, de prostitución, de turismo sexual. Y de amor, así sea en su más dura faceta. 


Y es que, según el director, antes de comenzar con el proyecto “tenía otro guion que también trataba sobre niños, pero mis amigos, la gente que había visto Los colores de la montaña, la película pasada, me dijeron que me iba a ver como un director sólo interesado en la infancia y en el campo, ante lo que encontré un nuevo reto, uno muy interesante”. 


Arbeláez realmente ha vivido en Medellín siempre, y “quería narrar una historia de mi ciudad. No quería hacerlo desde el paisaje, como pasó en Los colores de la montaña, no quería hacer esos planos de helicóptero y esas tomas institucionales, que la gente sintiera la ciudad a través de lo que estaban sintiendo los personajes”.


Desde su perspectiva, “cada uno ve en esta película una ciudad diferente, anhelaba que fuera un proceso democrático: sentarse a ver al otro que vive en la ciudad, preguntarse quién es, qué hace, cómo es, por qué es así”. 


Lo inspiró el poema Ciudad de  José Manuel Arango, “uno de los poemas más lindos que se ha escrito en Antioquia, que habla de Medellín, dice el poeta: esa ciudad que tanto amo y que tanto aborrezco”. 


Entre los protagonistas de la película están dos estatuas humanas, un hombre y una mujer que viven de divertir en las calles. El creador precisó que son “la metáfora de esas máscaras que nos ponemos en el amor, tratando de enamorarnos y luego nos damos cuenta de que el otro no era ese que pensábamos”. Quería con ello “mostrar la humanidad de los personajes”. 


No “es el amor idílico, telenovelesco, melodramático, son amores en carretera destapada como dice un actor, y yo creo que el público se va a encontrar con los personajes, porque es un amor que todos vivimos”. Es el amor en soledad, el amor difícil, el amor que a veces se sabe cómo llamar, porque no es “como en las películas”. 


Finalmente, cabe destacar que el cineasta apostó por una mezcla de actores de la trayectoria de Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas, quien con maestría interpreta a un hombre mayor de barrio, y actores naturales. Esos dos mundos fueron los elegidos por Arbeláez para esta obra con el fin de “ampliar el casting, pero también que el espectador mida qué tan parejos quedan unos ante los otros”.