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Foto: CortesÃa
La lolita, una mujer joven y hermosa, se convirtió en un personaje mundial, luego del personaje creado por Nabokov para su obra. El cine adaptó la obra en varias ocasiones. |
Juan Fernando Jaramillo
Especial para EL MUNDO
“[…] como todos sabemos, la memoria
puede resucitarlo todo salvo los perfumes,
pese a que nada hay que resucite con
tanta fuerza el pasado como el olor
a él asociado”.
Vladimir Nabokov, antes de convertirse en el retratista del estilo de vida estadounidense que nos entregó a Lolita, fue uno de los muchos exiliados rusos en territorio alemán que huían de la revolución. En 1926, mientras vivía en Berlín, el joven autor publica su primera novela: Mashenka; y desde esta primera creación, Nabokov entrega al lector las mudas temporales, los juegos en los que se confunde la realidad, y los personajes complejos que serán insignia de sus obras posteriores.
Mashenka narra la historia de Lev Glébovich, o simplemente Ganin, un exiliado ruso que vive en Berlín -bastante similar a la historia del propio Nabokov-, en un hostal que resulta ser el hogar de otros hombres que, como él mismo, sufren las penurias de ser forasteros en un lugar hostil. En las habitaciones de la posada duermen Kolin y Gornotsveiétov, dos bailarines de ballet afeminados; Klara, una muchacha enamoradiza; Podtiaguin, un anciano poeta que sufre del corazón; y, justo en la puerta de al lado, Alfiórov, un hombre mediocre y de barba colorada. El autor hace uso de etopeyas y prosopografías particulares para componer el retrato de cada exiliado, y generar el ambiente gris que atraviesa los primeros cuatro capítulos de la novela.
Cada personaje carga una maldición particular, y la de Ganin es Mashenka, su primer amor, a quien conoció a los 16 años en los campos rusos, y a quien no ve desde entonces. Es posible tomar esto como un primer boceto de lo que desarrollaría en Lolita: el personaje de Annabel Leigh -el primer amor de Humbert y “precursora de Lolita”- presenta similitudes con el Mashenka, pues ambas son el delirio de un hombre que toma la vida por el camino arduo, y que termina por convertir a su nínfula en el centro de las fantasías más retorcidas.
Por una visita imprevista a su irritante vecino, Lev se entera de que la esposa de Alfiórov estará de visita el sábado siguiente, y, luego de ver una fotografía suya, advierte que se trata de su primer amor, de su amada Mashenka, y sólo serán cinco días hasta su llegada. Luego de la noticia, todo parece ser más brillante, visto bajo una nueva luz.
Ganin se ve obligado a recordar los días en Rusia, añorando el pasado mientras el narrador -omnisciente extradiegético-heterodiegético- mezcla la realidad, los recuerdos, los sueños y las añoranzas, para crear lentamente un sólo mundo, el de la memoria. Dando saltos entre el presente, el pasado lejano y el cercano, así como unos visos del futuro, el lector se verá atrapado por una narración ascendente, con episodios que mantienen la intriga del relato y crean el ambiente misterioso que envuelve a la bella mujer rusa que llegaría el sábado.
Por los pensamientos que el narrador entrega, cabe mencionar la resonancia que tiene la revolución rusa dentro de la obra, pues es esta la que sellaría el destino de cada personaje, haciendo que todos los exiliados sufran del síndrome de Ulises, a la deriva, sólo aferrados a lo que les pueda deparar la semana que comienza: una audición para los bailarines, el pasaporte para el poeta, la venta de naranjas para la muchacha, y una visita que, sin saberlo, comparte Alfiórov.
La trama de la novela se configura a través de un estilo informal, apoyado de un uso exquisito de metáforas y figuras retóricas tan propias de Nabokov, y que se potenciarían en sus obras futuras. El desenlace se construye a lo largo de la narración sin que el lector se percate, pues, en cada recuerdo de Ganin, se encuentra su decisión final. El hombre sueña despierto con el reencuentro, así como con los primeros días de amor, por lo que el narrador viaja sin avisar entre los diferentes estados de la consciencia, provocando en Lev Glébovich -y finalmente en el lector- una fractura entre realidad y ensoñación, de la que sólo es despojado al final de la obra.
Es tan fácil relacionar esta novela con la famosísima Lolita, la historia de la nínfula americana que enamora a Humbert Humbert, un profesor de literatura, y protagonista de un amor que termina por matarlos a todos. En Mashenka, los demonios de cada personaje representan, no sólo la búsqueda y lucha por un país nuevo y sin fronteras políticas, sino también -y más importante- el crecimiento y devenir, ese destino del que no podemos escapar. Mashenka es el lugar feliz, el momento de goce, la persona que se amó, pero que al final no podemos hacer regresar. Un muy buen amigo siempre me dice que nunca hay que regresar a donde se fue feliz, y Nabokov parece gritar eso en cada pensamiento de Ganin. Sentados en una ventana, inconscientes del presente, los personajes de Nabokov ven pasar la vida como el pajarito gris que enamoró a Félix Ángel: volando al mar, escapándose... dejando de lado toda posibilidad de felicidad ajena.
Junto a Pnin y a Lolita, Mashenka lleva por título el nombre del nudo de la obra, creando un halo alrededor de su figura. Siendo la primera novela del autor, la que le definiría y comenzaría a entregar los primeros matices del gran narrador que sería, Mashenka es una obra que permite hacer tantas lecturas como habitantes hay en la posada. El primer amor, la revolución rusa, la desesperación, el hambre, el sonido de un tren que atraviesa un edificio, la añoranza del hogar, y la ausencia total de esperanzas crean a lo largo de la novela una expectación por el devenir, como siempre marcado por el destino, en el que tanto cree Ganin.
Parece que todos los lectores de la obra coinciden en algo: Nabokov remite a cualquier desprevenido a rememorar los días felices de su primer amor, su primera vez, esa adolescencia que se va como el humo del tren en que parten finalmente los personajes. Esto, unido a disimulados datos autobiográficos, hace a esta novela tan similar a Habla, Memoria, su declarada autobiografía, ambas presentadas como “un conjunto de pistas y claves que permitirán hacer una lectura más intensa y profunda de sus [posteriores] novelas”. Aunque carente de los signos nabokonianos por excelencia -el ajedrez y las mariposas-, el debut literario del joven autor es el canto a la memoria ajena que construye una primera Tamara, una primera Lolita, una primera Annabel Leigh. Mashenka es el canto que todos siempre repetimos: el himno de un primer amor, de una felicidad embolatada.
Vladimir Nabokov nació en San Petersburgo, el 22 de abril de 1899. Fue el mayor de los hijos de Vladímir Dmítrievich Nabokov y de su mujer Yelena Ivánovna Rukavíshnikova, una familia rica y aristocrática.
La familia hablaba en ruso, inglés y francés, por lo que Nabokov fue trilingüe.
Incluso, por la labor de sus institutrices, aprendió primero el idioma inglés que el ruso. En 1919 su familia se exilió a Alemania por temor al bolchevismo y Nabokov ingresó en la Universidad de Cambridge. En 1922 su padre fue asesinado por el monárquico Piotr Shabelsky-Bork, mientras intentaba proteger a Pavel Milyukov, líder del Partido Democrático Constitucional.
En 1940 llegó a los Estados Unidos (aunque ya había abandonado la lengua rusa desde 1938), procedente de Francia y huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial; su hermano Serguéi moriría en un campo de concentración alemán, en 1944.
Mashenka, 1926
Rey, dama, valet, 1927-1928
La defensa de Luzhin, 1929-1930
El ojo, 1930
Regreso de Chorb, 1930
La hazaña, 1932
Cámara oscura, 1932
Desesperación, 1936
La dádiva, 1937-1938
La invención de Valts, 1938
Risa en la oscuridad, 1938
El hechicero, 1939
La verdadera vida de Sebastian Knight, 1941
Barra siniestra, 1947
Las otras orillas, 1954
Lolita, 1955
La primavera en Fialta, 1956
Pnin, 1957
Pálido fuego, 1962
Habla, memoria, 1967
Ada o el ardor, 1969
Transparent Things, 1972
Una belleza rusa, 1973
Look at the Harlequins!, 1974
The original of Laura (El original de Laura), 1975-1977.