Las elecciones del próximo 17 de junio se presentan inéditas. Es la primera vez que un líder de izquierda llega tan lejos.
Es famosa esta frase de la reina María Antonieta refiriéndose despectivamente al sufrimiento de los desheredados de la fortuna (los sans-culottes). Ella fue una de las protagonistas de la Revolución Francesa (1789). Es el símbolo del derroche y del desafuero de esa clase aristocrática francesa (aunque ella era austríaca) y de la indiferencia de esa misma clase ante el sufrimiento popular. Ella es considerada como una de las causas –entre las más inmediatas- por las cuales pelecharon las ideas liberales de los iluministas franceses que dieron al traste con el “axioma” de que la monarquía era un mandato divino y, por tanto incuestionable. Los iluministas demostraron que el tal axioma era un sofisma, una falsedad, y esto dio como como resultado la revolución. La reina y su marido (Luis XVI) fueron guillotinados por la misma, como lo sabemos. Quizá todos conocemos, en sus más y en sus menos, los intríngulis y los personajes de este acontecimiento histórico. Pero su resumen grande, así como los orígenes de las posteriores revoluciones (bolchevique, 1917, mexicana, 1910 y otros eventos similares) es el de que todas han conllevado en sí mismas, un elemento de desesperación popular, algo así como lo que podríamos llamar “ollas a presión”. La característica de estas ollas ha sido la inequidad y la corrupción que han llevado al recorte al mínimo de los bienes y servicios vitales para las grandes mayorías. En contraste, las clases aristocráticas u oligárquicas o de los dirigentes (como se les llama hoy), no contentos con poseerlo todo, cada día han ambicionado más y más, en una loca carrera frenética, sin ningún límite moral o ético; con el clásico “Todo Vale”.
¿Y quiénes somos? Uno de los países más inequitativo del mundo, y eso hemos venido siendo desde hace mucho, desde que somos país independiente y quizá desde antes. Ahora nos superan dos. Igualmente somos uno de los países más corruptos. ¿Por qué la olla nuestra no explotó en el siglo XX como sí lo hicieron otras? ¿Fue el odio al indiscriminado y demencial accionar de las guerrillas? ¿El narcotráfico fue nuestro “escudo exorcista”? ¿Hubo dos caminos para conjurar la rebeldía en nuestro país: o el colectivo de la revolución o el individual del narcotráfico (el “sálvese quien pueda”)? ¿Fue por eso que nuestro país produjo uno de los genios más grandes del mal, ni siquiera inmoral sino tan amoral como P. Escobar? ¿El de convertirse de colchón contra la revolución fue el “beneficio” que trajo el narcotráfico a nuestra corrupta democracia, en una perfecta simbiosis, de la que se alimentaron -y se alimentan aún- ambas?
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Las elecciones del próximo 17 de junio se presentan inéditas. Es la primera vez que un líder de izquierda llega tan lejos. Ha puesto a temblar toda la estantería de lo institucional, corroída por la corrupción, las ambiciones y el “Todo Vale”. Toda esa vieja maquinaria corrupta ha corrido a cobijarse debajo de la extrema derecha, no importando los discursos incendiarios de ellos de hace tan solo semanas, contra su líder. Coincidencia o no, éstas son son las primeras elecciones presidenciales posteriores a la desmovilización de las Farc y su estruendosa derrota electoral para las de Congreso. Claro está que todo lo expuesto da para una reflexión más detenida que no se puede despachar en las apretadas líneas de este artículo.
De ganar de nuevo la extrema derecha (lo que parecen indicar las encuestas) vendrían dos opciones para el de Uribe: o arreciar con una represión jamás vista (ni siquiera como en los peores tiempos de las masacres, las chuzadas, los falsos positivos, etc.) para acabar con cualquier rescoldo de rebeldía y protesta popular. O la otra que es abrir un compás de apertura a reales y verdaderas conquistas sociales y no sólo con los maquillajes a los que están acostumbrados.
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Cualquiera de los dos candidatos que triunfe: o Uribe con su pasado (que comienza a develar también el Dpto. de Estado de E U, por alguna oculta razón) y su muchachote o Petro con su fama de arrogante, ególatra y mal administrador público, tienen quizás la última oportunidad de empezar a agrandar la franja de la clase media para buscar una presión cero en la “olla”. El voto en blanco –aunque llegara a ser significativo- tendría un mínimo margen político.
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