Restos del chavismo

Autor: Sergio de la Torre Gómez
29 abril de 2018 - 12:05 AM

La distancia entre Paz y Evo es la misma que hay entre un hombre de acción y un charlatán. O la que hay entre un demócrata integral, mínimamente versado, y un demagogo aburrido y cacofónico.

El populismo de izquierda (locución que hoy empleamos no porque dicho modelo se atenga siempre a la izquierda como línea que se sigue o causa que se abraza, sino lo hacemos por pura comodidad, para facilitar la comprensión de un tema brumoso) el populismo de izquierda, pues, está en franco declive en América, mientras el de derecha cobra vigor, se anota rutilantes triunfos, en Estados Unidos, por ejemplo, y en tantas otras partes. Los gobiernos de este signo están cayendo gracias a elecciones que no pudieron amañar. Verbigracia en Argentina y Brasil cedieron el campo. En pie no quedan sino tres: Venezuela, Nicaragua y Bolivia, que siguen fieles a esa práctica, aunque con diferencias de grado.

En Bolivia, contra lo que se cree, no manda la etnia aborigen que, aun siendo mayoritaria, no tuvo ni tiene consistencia y fuerza suficientes para desalojar del todo a los criollos o blancos del manejo de la opinión y del ejercicio político en la cima. La Presidencia, que allá pesa sobremanera, hoy la desempeña un hijo de esa etnia, quien (con todo y su reconocida malicia indígena, su grotesco cesarismo y una monserga chavista demagógica y tendenciosa (pues el chavismo, ya lo sabemos, en el ámbito de la izquierda no alcanza a ser una ideología sino apenas una monserga) ha podido perpetuarse en el mando a rajatabla, mediante comicios arreglados.

Dicho personaje es de una tal simpleza, que conmueve. Bolivia nunca tuvo un gobernante tan rudimentario, no por lo indígena sino por lo anodino. Persiste él en su prédica castrista en momentos en que dicho catecismo lo archivaron en la misma isla, que puja por sobrevivir acercándose a Estados Unidos. Los propios militares bolivianos, que a ratos gobernaron, inspiran respeto en sus personas, y no se deslucen tanto como Evo, que apenas da para manejar una aldea perdida, mas no un país en regla. La prensa internacional y el mundo entero perciben cómo, cada que el hombre se interviene en un foro internacional, como, digamos, la asamblea de la OEA, desacredita a su nación y a su etnia con el espectáculo de su miopía y cortedad. Y con su manejo del idioma que todos los aborígenes de Latinoamérica hablan como si fuera el propio. Mandatarios tan precarios, cuando aparecen, no suelen durar como el resto, incluidos los más venales y atrabiliarios. Por eso Evo sorprende de entrada. Su perdurabilidad se explica por los subsidios y el asistencialismo, fórmula de que se valen los populistas para atornillarse en la cúpula. Aquellos que, desprovistos de carisma o substancia, se cuelan al poder, no tardan en ceder su espacio o caer. Raramente los confirman, excepto en casos forzados como éste.

Vea también: Grandes adefesios

La reivindicación de la población indígena, el rescate de su dignidad perdida (o ultrajada, según sostienen sus portavoces) a que Evo se comprometió, le ha servido a él para justificar dos reelecciones y una tercera próxima a cumplirse. De hecho, allá todo se reduce al asistencialismo mencionado, que no es más que la subsistencia mínima que el Estado le procura a las capas inferiores de la sociedad con cargo al presupuesto público, que ya no se destina al desarrollo y la infraestructura sino a lo que no es más que caridad o beneficencia a expensas del gobierno. A cambio, obviamente, de la adhesión o, cuando menos, la resignación de los agraciados, que son millones. Igual que en Venezuela cuando la bonanza petrolera se lo autorizaba. En Bolivia, como allá, las comodities o materias primas se vinieron abajo en el mercado mundial hace ya tiempo y son de prever entonces las consabidas protestas y masacres callejeras , como las que tienen lugar en Nicaragua.

La gran lección histórica que deja este país andino menospreciado, cuando no mutilado por sus vecinos (llegaron hasta a robarle las costas dejándolo sin salida al mar) pero muy atractivo por sus rico subsuelo es que la presencia de un indígena reclamando respeto por sus ancestros y a sus derechos no asegura la conquista de tan loables objetivos, aun siendo jefe de Estado, Se requiere algo más que un discurso. Saber alinearse en el plano internacional, no seleccionando a los más bullosos como sus aliados y socios. Y, desde luego, emprender una reforma seria y a fondo de las instituciones. Como sí lo hizo el presidente Paz Estenssoro en 1950, cuando contra viento y marea fracturó hasta donde pudo la vieja y arcaica estructura feudal del campo. No era indígena ni moreno él, pero hizo más por los desamparados, sin marchas, desfiles, arengas incendiarias y convocatorias a morir por la Patria amenazada por los gringos, culpables de todos sus males y quienes escasamente sabían que ese país existiera en el mapa. La distancia entre Paz y Evo es la misma que hay entre un hombre de acción y un charlatán. O la que hay entre un demócrata integral, mínimamente versado, y un demagogo aburrido y cacofónico. Mejor dicho, resumamos ese contraste apelando a la vieja sentencia de que “el estilo es el hombre”.

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