Sorprende -digo- que existan también Personajes con mayúscula como OCTAVIO ARBELÁEZ TOBÓN que, decididamente, no saben quiénes son.
Sorprende que en un país como el nuestro, en donde a fuerza de vulgaridad abundan los personajillos que protagonizan los más variados incidentes apelando al nivel de sus “estudios”, los logros de sus “altos cargos”, la cantidad de dinero que ganan, la trascendencia de su “apellido” o el color de su piel, para enrostrarle a quien osa contradecirles que “usted no sabe quién soy yo”, sorprende -digo- que existan también Personajes con mayúscula como OCTAVIO ARBELÁEZ TOBÓN que, decididamente, no saben quiénes son.
Y no digo que Octavio tenga problemas existenciales que le impidan reconocerse, no. Lo digo porque Octavio es un modesto irreductible que camina por el mundo sin una consciencia plena de su importancia y su trascendencia.
Déjeme le cuento. Se trata de un abogado con estudios de postgrado en Filosofía y Marketing
Cultural que ha dedicado su existencia al tema de la cultura, analizando, estudiando, dirigiendo, haciendo lo que tal vez nadie más haya hecho por el tema y con un alcance que tal vez nadie sea capaz de igualar. Muy recién egresado de la Universidad, en función de niño prodigio, ya era decano de la Facultad de Artes de la Universidad de Caldas para, muy rápido, llegar a ser no solo el director del Festival Internacional de Teatro de Manizales, que aún hoy sigue brillando con su impronta y su gestión, sino que pasó así mismo por el Ministerio de Cultura de Colombia como director de Artes y desde entonces, sin parar, ya como consultor del PNUD en el área de cultura y nuevas tecnologías, ya recorriendo el mundo como consultor de ministerios de cultura en diferentes latitudes, ahora creando redes culturales que tienen hoy un peso específico a nivel global, o ejerciendo como director ejecutivo de Congresos de Cultura, responsabilizándose del marketing de festivales de teatro aquí y en otros países, se fue convirtiendo en una leyenda viva para los músicos emergentes del mundo ibérico, y construyendo amigos, redes, entidades, teorías, opciones culturales en los más apartados rincones del planeta.
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Es un viajero de marca mayor. No conozco a nadie con tal capacidad de acumulación de millas, ni quien te explique mejor, sin ninguna pretensión, cuál es el restaurante en donde se comen las mejores tapas de España y conducirte de la mano por esa callecita que solo un puñado de iluminados conoce allá, en los recovecos de Madrid. No hay quien te hable con la propiedad que él lo hace, de minucias cotidianas de Bahía o de Río en el Brasil, o en las Islas Canarias, o en Barcelona, o en Buenos Aires.
Es un hombre culto, de lecturas sofisticadas y conocedor de nombres impensables que él lee con intuición y te menciona al desgaire y que después descubres que son escritores míticos o pensadores prodigiosos.
Buen conversador desde chiquito, pues lo veo caminando por la calles del viejo barrio de Chipre, allá en la ciudad amada, con los brazos atrás, todo filosófico, mientras explicaba algo de alguno de esos personajes que nos conmovieron en la juventud y de los que solo hablaban los grandes… ¿acaso Heidegger?
Octavio es un problema: buen hijo, buen hermano, buen papá, buen marido, buen tío, buen amigo, no hay por dónde atraparlo, porque su transparencia es también su sello.
Escribe bien. Sus ponencias siempre son impecables, asertivas, decantadas, propositivas.
En los últimos años ha empezado a recibir todo tipo de reconocimientos. No los voy a mencionar todos, destacar tal vez el Premio Glommet (La Red Mundial de mercados de la música con sede en Seúl, Corea del Sur) a la trayectoria en el campo de la gestión cultural asociada a la música, o el de la International Society for the Performing Arts, o el premio Lifetime Achievement Award, para no citar sino tres.
Por estos días se anuncia que el Congreso de Colombia lo va a condecorar con la Orden de Gran Caballero, ¡hágame el favor!
Como consecuencia de su bajo perfil, Medellín desconoce todo lo que Octavio ha hecho por la cultura de esta ciudad. Circulart es un gran ejemplo.
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Pero es que Octavio no tiene interés en cacarear nada, él sigue ahí, impertérrito, como sin saber quién es él. Tal vez lo único que lo pone en trance de sentirse un privilegiado, es cuando habla de Aida y de sus hijos. El man es así…